#cest fini

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La fotografía es de mi autoría. 

He oído que muchas mujeres tienen miedo de decir que son solteras.

Yo no puedo temerle a un hecho tan concreto como ese: estoy sola, es una verdad irrefutable, nadie calienta mi cama por las noches excepto un gato blanco y anaranjado,  pocas veces amigable, que se duerme a mis pies y se queda allí como una bolsa de agua inmóvil.

Mi cena de esta noche es un alfajor de chocolate de dudosa procedencia, estoy sentada en una alfombra, envuelta con una frazada, a  medio metro de la estufa. Y sí, muerdo un bocado y pienso: estoy sola, y el alfajor sabe asqueroso.

Estoy sola, incluso en esta casa, donde todos duermen, excepto mi hermana menor que no está nunca de noche, si no es en lo de su novio. Más sin embargo, aquí estoy yo, a mis veintidós años, sola, escuchando un disco de Ryuichi Sakamoto que se llama “Ryuichi Sakamoto playing the piano 2009- Out of noise”, que es de una sensibilidad increíble, y que yo contenta dejo me atraviese el pecho como una espada con  su tremenda exquisitez para los sentidos de mi estar sola, tan sola, tan conmigo misma, y tan sin mí a la vez.  

¿Estará mal escupir mi sentirme sola?, les pregunto, y de paso les cuento que la estufa no calienta la habitación ni una mierda, y que el alfajor se acabó, como lo mío con el fulano. Todavía no lo entiendo. Fue tan corto su amor que no terminó de nacer, para cuando me di vuelta, simplemente, ya no estaba allí. Muy precavido guardó cada una de sus palabras y promesas de siestas enteras abrazándonos las fibras, para luego arrancar cuanto vio delante de sus ojos dejándome nada más que un “mañana tal vez”… tal vez te escribo, tal vez te busco, tal vez te quiero, que no me sirve más que para sentirme abismal e irremediablemente sola, y lo que es peor, engañada.    

Estoy sola, y lo más raro es que la idea no me asusta en lo más mínimo. Tampoco me aflige que este sentimiento me visite otras noches más, como una eterna repetición de la pieza “Women without men” (“Mujeres sin hombres”), también de Sakamoto. 

 Algunas noches como esta, la sensación sólo me introduce en una especie de letargo insoportable, saben, como si me hiciera falta un corazón más para lidiar con tanto sentimiento de ausencia de un alguien, o un algo. Es  un saber concreto, también, de que al día siguiente despertaré otra vez con el peso de mi propio cuerpo en una cama de una plaza, haciéndome cargo nada más que de mí misma, mis emociones, mis glorias, y mis estupideces, en resumen, haciendo lo que mejor sé hacer, que es estar sola en un mundo donde la soltería está profundamente subestimada, y todos le huyen como los chetos a la Sube en Buenos Aires.  

Es la una y media de la madrugada, estoy sola, y no escapo hacia ninguna parte, más bien permanezco sintiéndome así, como si esta emoción perteneciera a mí desde siempre, ¿qué puedo hacer ahora mismo más que aceptarla? 

Estoy sola, soy una mujer sin hombre, soy la única lágrima que basta para inundar mi cara, y soy el pañuelo que la seca. C'est fini. No quiero hablar más del tema. 

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