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El debate acerca del lenguaje inclusivo ya no es esquivo para nadie. Es una muestra clara de los grupos considerados minoritarios para enraizar su posición. El escritor mexicano Guillermo Fadanelli en su columna en El Universal reflexiona esta vez sobre los cambios en el lenguaje a partir de lo social y lo político. 

“La intención de un acto puede ser encomiable, pero su realización puede volverse en contra de esa misma intención. Cuidar que ambas, tanto la teoría como la acción coincidan, es no exponerse a la decepción y al acto superficial y sin consecuencias. He sido testigo, con cierta curiosidad, de las modificaciones y reparaciones que distintos grupos o tribus le hacen al lenguaje común con el propósito de que sea incluyente; se empeñan en adulterar palabras y añadir signos para obligar a que el lenguaje posea una finalidad ética o política.” 

“Evitaré esta vez el sarcasmo ya que coincido en el propósito de estos grupos al querer evitar la discriminación y las malas costumbres que no permiten que las sociedades sean más justas o equitativas con los miembros que las conforman. Sin embargo, hay algo de banal en la empresa de obligar a las palabras a procurar el bien y de utilizarlas como panfleto de civismo y de buena convivencia. La razón de oponerme a lo anterior es que el lenguaje es incluyente por sí mismo, es posibilidad de liberación y vehículo para alimentar o construir la teoría ética que más nos convenga.” 

Hay que conocerlo y estar al tanto de su complejidad y vastedad para saber que sin imaginación no hay lenguaje y que, al mismo tiempo, el lenguaje estimula la imaginación y hace que las personas sean menos bárbaras. Persuadir a los demás de que determinadas conductas son nocivas para su comunidad es imposible sin la facultad de hablar; y hablar no es nada más parlotear sin conocimiento, o hacer política cultural, sino estar al tanto de que —escribe Rorty en Filosofía como política cultural— “lo propio de todo lenguaje es la puesta en relación de unas cosas con otras”. Es decir que, por sí mismo, el lenguaje nos permite relacionar las cosas, los diversos sentidos, los actos entre sí con el propósito de causar el bien. 

“No obstante, tenemos un gran problema si al deformar el lenguaje para tornarlo una herramienta platónica, hegeliana o ideológica con miras a implantar la justicia lo despojamos de su fuerza real, de su absoluta capacidad para nombrarlo e imaginarlo todo. Tal acción es de una arbitrariedad evidente, además de superflua; equivale al hecho de querer tirar un muro y en vez de derribarlo dedicarse a escribir en su superficie: “Este muro no existe”. Así, sólo se lleva cabo un performance cuyo propósito es que quien lo realiza se sienta bien, incluyente.”  

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