#ficcionario

LIVE

Aquel único y memorable encuentro con Julio se suscitó una tarde lluviosa de agosto. Refugiado cobarde entré en una tienda de autoservicios, empapado y de mal humor. Mientras esperaba a que la lluvia cesara, recorrí los abarrotados pasillos fingiendo buscar algo importante. Probé juguetes, platos, zapatos, ropa, e incluso comida de perro, hasta que, indefectiblemente, llegué a la sección de salchichonería buscando que me dieran a probar queso, jamón o salchicha. Una robicunda y amable señorita me ofreció queso, tomé cuatro piezas sonriendo, le di las gracias y seguí caminando, hasta que me topé con una sorprendente oferta de 2x1 en un jamón anónimo y de un rosáceo más bien extraño y desconfiable. Sumido en profundas reflexiones acerca del dinero que ahorraría si lo compraba, sentí la presencia de alguien que se posaba a mi lado. Olía a cigarro y a otra cosa que en aquel momento no pude precisar pero que, ahora que lo pienso, pudo haber sido mate. Me volví hacia aquel hombre altísimo que me miraba con curiosidad, aquella barba menuda se extendía lozanamente sobre su rostro, cubriendo casi un tercio de este. Nos miramos de hito en hito como tratando de reconocernos pero, por desgracia, no era así, nunca nos habíamos visto, tan solo nos unía aquel encuentro fortuito de miradas, aquel juego de complicidad. Reconocí, después de unos segundos, aquella mirada traviesa y profunda. “Cortázar”, pensé. Y como leyendo mis pensamientos, el hombre mostro sus dientes en una ancha y espontánea sonrisa y me dijo: “Nadie te lo va a creer”, tomó la oferta de jamón y se marchó.

loading