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Una tarde diferenteAcabo de llegar. Me siento en una pequeña mesa del fondo. La tarde declina, cedie

Una tarde diferente

Acabo de llegar. Me siento en una pequeña mesa del fondo. La tarde declina, cediendo paso a la noche. La oscuridad llega pronto en invierno.

Hoy es uno de esos días en los que se hace difícil escribir. Mi cerebro, como mi ordenador, busca, durante unos instantes, sin descanso, y sin éxito, conectarse. Contemplando los folios blancos frente a mí, los minutos siguientes se hacen eternos. La misma frustración que produce no poder acceder a la red.

En el establecimiento hay pocos clientes en este momento. Es un lugar acogedor, con una estética muy del gusto actual, pero con la personalidad que le proporcionan dos espacios unidos, con ambientes distintos. La música suena sin estridencias.

En una de las mesas más cercanas a la salida, iluminada por la cálida luz de una lámpara de mesa amarilla y blanca, se sienta una mujer de mediana edad. Tiene un aire juvenil y deportivo. Toma pequeños sorbos de su café con leche que ha endulzado generosamente, mientras lee un libro, cuyo título no puedo distinguir.

Aparto la mirada. No debo seguir observando. Vuelvo a mis cuartillas y escribo estas ideas, apenas esbozadas. Al levantar de nuevo la vista, en lo que creo, han sido tan sólo unos instantes más tarde, aunque para mi sorpresa descubro que ha transcurrido casi una hora, la mujer parece haberse desvanecido sin dejar rastro. En la mesa que ocupaba queda la taza vacía y el libro que leía. Me levanto para recogerlo y entregarlo a un empleado, por si su dueña vuelve para recuperarlo. Es “Historia del tiempo” de Stephen Hawking. Extraño, muy extraño.

El día ha terminado. La música sigue sonando suavemente. La mesa ante la que se sentó la mujer es ahora ocupada por una pareja. El espacio cobra nueva vida. Los camareros se afanan. Otra noche empieza y el ritmo frenético de la cena se comenzará inevitablemente como siempre.

Por Carmen Figueras


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