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Habiendo visto muy poco, vivido muy poco, pero habiendo ya sentido mucho, había acumulado y retenido en mí las suficientes formas distintas, los suficientes pensamientos y sentimientos diversos como para construir una existencia silenciosa por fuera, violenta y rugiente por dentro, en resumen, llena de bellezas plásticas y morales —o al menos yo las consideraba así—. Aquella existencia que solo puedo comparar a un templo en un desierto, la poblé con toda clase de cosas y todo tipo de gentes, hechos que había captado al aire, tomados también de lo que había leído en los libros. Y mi imaginación hacía el resto. Desde luego, aquello a veces resultaba incoherente y quimérico. Le faltaba armonía, la fuerza creadora de la realidad, pero yo me divertía enormemente. Y no tardé en desarrollar en mí, cada día más, mediante un entrenamiento continuo, gracias a una especie de curioso automatismo cerebral, tal potencia de ideación, un frenesí de evocación tan extraordinario, que mis sueños tomaban, por así decir, una consistencia corporal, una tangibilidad orgánica, en la que mis sentidos se creaban la ilusión perfecta de estar ejercitándose, de exaltarse más que con las realidades.

Octave Mirbeau
Memoria de Georges el amargado(1899)

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