#fragmentos literarios
¡Mire! Fuente, fría, fruta, fresca… ¡cuál gresca! Eternamente jugosa y gustosa, ¡qué cosa! Y hábilmente salerosa y valerosa, ¡cuán hermosa!
Entre el follaje se distingue un coco sentado en la punta de una espada que se va de paseo y deja rastro con su almohada desplumada. Crea confusión entre las cañas de azúcar posando en ellas unas cuantas arañas y vacila a las ramas haciendo sonar sus seiscientas veintiún mil campanas.
Frente a su ausencia amengua la sana creencia. Mas ante su presencia, toda coherencia pierde la paciencia y de tal manera, con una simple reverencia, empalidece cualquier ciencia.
Durante su levantamiento no hay viento soplando bajo los blancos de los cielos que ose arrasar del arte el cimiento y tras su recibimiento, ya no existe descubrimiento navegando sobre los oleajes de los mares que conlleve del hombre el arrepentimiento.
Y aún así, ¡sálvese quien pueda! Que sin aliento se queda el que aviste a Isla Miento.
De tal manera, siéndole fiel a su ser,
ella…
quizá algún día descubra quién es y las agujas de su reloj dejen de girar del revés.
Pero ante todo, ella…
Tentada por la curiosidad, no escapa de la desenfrenada necesidad de revelar el secreto que esconde la belleza y la realeza de nuestra Majestad La Naturaleza.
Y también a ella…
Acostada entre un sinfín de melenas y arrimada a una mente aclamada, le gusta ensimismarse en el cante flamenco de sus ruiseñores y estrellarse contra el encanto de sus flores.
Y ella…
Sentada frente el umbral de su moral, sintiendo especial devoción por la pasión, espera pacientemente a que el romance le llegue y la resguarde de una futura maldición.
Son nuestras limitaciones las que nos definen; sin ellas no podemos ser aptos como funcionarios en el gran espectáculo de la existencia consciente.
Cuanto más avanzas hacia una visión de nuestra especie sin condiciones limitativas de nuestra consciencia, más te alejas a la deriva de lo que te hace ser una persona entre personas en la comunidad humana. (…) Las demarcaciones de un individuo como ser, no su transgresión por él, crean su identidad y preservan su ilusión de ser algo especial y no un engendro del azar, un producto de mutaciones ciegas. Trascender de todas las ilusiones y sus actividades emergentes, tener un control absoluto de lo que somos y no de lo que necesitamos ser para poder sobrevivir a los hechos más desagradables de la vida y la muerte, desataría las amarras de nuestros yoes autolimitados.
Moraleja: «Amemos nuestras limitaciones, porque sin ellas no quedaría nadie para ser alguien».
Thomas Ligotti
La conspiración contra la especie humana(2010)
…una pareja haciendo el amor en todas las posturas imaginables.
Haciendo el amor y haciendo el odio, con una brutalidad que hace saltar las puertas de sus goznes, caer los tejados, dilatar las casas hasta que explotan quedando luego todo en ruinas sobre la pobre pareja de la que sólo quedan los genitales unidos y mojados aún en medio del silencio de las ruinas, funcionando aún como ratas trepando por lo sórdido de un lugar abandonado y misterioso.
Alejandra Pizarnik
Diarios
Si eres tú, ¿por qué tienes esa sangre sobre los labios, y tu cuerpo es luminoso y pútrido? Amor, te reconozco como hedor. Te rindo homenaje, degradación mía, enfermedad indigna y honorable. En ti saludo el imperio de la angustia, las sevicias de tu niebla amorosa. Sólo cuerpos de niebla, lacerados por exactos cuchillos, yacen con el tuyo. ¿No soy, pues, lo bastante neblinoso? ¿No soy de la materia delicada de tus pesadillas? ¿Sigue siendo mi sangre de calidad ínfima? Me percato de que no tienes rostro, criatura de foramen y sudarios descuidados, y por lo tanto me es negado tentar tu silueta.
Giorgio Manganelli
Amore(2008)
Es media noche. Antes del alba darán conmigo y me encerrarán en una celda negra, donde languideceré interminablemente, mientras insaciables deseos roen mis entrañas y consumen mi corazón, hasta ser al fin uno con los muertos que amo.
Mi asiento es la fétida fosa de una vetusta tumba; mi pupitre, el envés de una lápida caída y desgastada por los siglos implacables; mi única luz es la de las estrellas y la de una angosta media luna, aunque puedo ver tan claramente como si fuera mediodía. A mi alrededor, como sepulcrales centinelas guardando descuidadas tumbas, las inclinadas y decrépitas lápidas yacen medio ocultas por masas de nauseabunda maleza en descomposición. Y sobre todo, perfilándose contra el enfurecido cielo, un solemne monumento alza su austero capitel ahusado, semejando el espectral caudillo de una horda fantasmal. El aire está enrarecido por el nocivo olor de los hongos y el hedor de la húmeda tierra mohosa, pero para mí es el aroma del Elíseo. Todo es quietud -terrorífica quietud-, con un silencio cuya intensidad promete lo solemne y lo espantoso.
De haber podido elegir mi morada, lo hubiera hecho en alguna ciudad de carne en descomposición y huesos que se deshacen, pues su proximidad brinda a mi alma escalofríos de éxtasis, acelerando la estancada sangre en mis venas y forzando a latir mi lánguido corazón con júbilo delirante…
¡Porque la presencia de la muerte es vida para mí!
Howard Phillips Lovecraft
Los amados muertos(1924)
El pálido rostro de Tôru, delicadamente esculpido, era como el hielo. No manifestaba emociones, ni afecto ni lágrimas.
Pero él conocía la felicidad de observar. La Naturaleza se lo había dicho. Ningún ojo puede ser más perspicaz y agudo que el ojo que nada tiene que crear, que no tiene más que mirar. El horizonte invisible más allá del cual no podía penetrar el ojo consciente era mucho más remoto que el horizonte visible. Y todo género de entidades surgían en las regiones visibles y accesibles a la conciencia. El mar, las naves, las nubes, las penínsulas, el rayo, el sol, la luna, las miríadas de estrellas. Si ver es una cita entre el ojo y el ser, es decir, entre el ser y el ser, entonces debe ser como las imágenes reflejadas de dos seres. No, se trataba de algo más. De ver más allá del ser, de cobrar alas como un pájaro. Transportaba a Tôru a un reino invisible para los demás. Allí incluso la belleza poseía unos confines podridos y costrosos. Tenía que haber un mar nunca profanado por el ser, un mar sobre el que jamás aparecieran los barcos. Tenía que haber un reino en donde en el límite de todas las capas diáfanas nada surgiera, nunca un reino de añil sólido y firme en donde la visión se despojara de todas las argollas de la conciencia y se tornara transparente, en donde los fenómenos y la conciencia se disolvieran como el óxido plúmbico en ácido acético.
Para Tôru la felicidad consistía en lanzar sus ojos hasta tales distancias.
Yukio Mishima
La corrupción de un ángel(1971)
He experimentado el orgullo y el placer íntimos de ver cobrar forma gradualmente el concepto en el horizonte. He puesto allí mi mano desde fuera del mundo y he creado algo y no he saboreado la sensación de ser arrastrado al mundo. No me he sentido recogido como la ropa lavada cuando llega un aguacero. Ninguna lluvia ha caído que me diera existencia dentro del mundo. Al borde del anegamiento intelectual, mi claridad se ha mostrado segura del oportuno rescate de los sentidos. Porque la nave ha cruzado siempre. Jamás se ha detenido. Los vientos marinos han trocado todo en mármol veteado, el sol ha mudado en cristal el corazón.
He confiado en mí mismo hasta el grado de la tristeza.
Yukio Mishima
La corrupción de un ángel(1971)
¿De dónde proceden las dificultades en mi existencia? ¿O por decirlo de otra manera, la ominosa tersura y disposición de mi existencia?
A veces pienso que semejante serenidad se debe al hecho de que mi existencia es una imposibilidad lógica.
No es que yo formule a mi ser difíciles preguntas. Vivo y me muevo sin un poder motivador pero eso es tan imposible como el movimiento perpetuo. Tampoco es mi destino. ¿Cómo puede ser un destino lo imposible?
Parece como si desde el momento en que nací en esta Tierra mi ser supiera que era contra toda razón. No nací con defecto alguno. Nací como un ser humano imposiblemente perfecto, una perfecta película negativa. Pero este mundo está lleno de positivos imperfectos. Sería terrible para ellos revelarme, cambiarme en un positivo. Por eso es por lo que me temen tanto.
Lo que más me ha divertido ha sido el solemne precepto de que sea fiel a mí mismo. Eso es una imposibilidad. Si hubiera tratado de obedecerlo, habría muerto inmediatamente. Sólo hubiera podido significar hacer una unidad del absurdo de mi existencia.
Habrían existido medios de no haber poseído yo dignidad. Sin dignidad habría resultado fácil lograr que otros y yo también aceptáramos todo género de imágenes distorsionadas. ¿Pero es tan humano ser desesperadamente monstruoso? Aunque desde luego el mundo se siente seguro cuando lo monstruoso es realidad.
Soy muy cauteloso pero me falta en gran medida el instinto de autoconservación. Y tanto me falta que a veces me embriaga la brisa a través del foso. Como el peligro es lo habitual, no existen crisis. Bien está tener un sentido del equilibrio porque no me es posible vivir sin un milagroso género de equilibrio; pero de repente se torna en un cálido sueño de desequilibrio y colapso. Cuando más grande es la disciplina, mayor es la inclinación a la violencia y llego a cansarme de accionar el botón de control. No debo creer en mi propia docilidad. Nadie sabe qué sacrificio constituye para mí mostrarme amable y dócil.
Pero mi vida ha sido sólo deber. He sido como un torpe grumete. Sólo gracias a los mareos y las náuseas he podido sustraerme al deber. La náusea correspondía a lo que el mundo llamaba amor.
Yukio Mishima
La corrupción de un ángel(1971)
Habiendo visto muy poco, vivido muy poco, pero habiendo ya sentido mucho, había acumulado y retenido en mí las suficientes formas distintas, los suficientes pensamientos y sentimientos diversos como para construir una existencia silenciosa por fuera, violenta y rugiente por dentro, en resumen, llena de bellezas plásticas y morales —o al menos yo las consideraba así—. Aquella existencia que solo puedo comparar a un templo en un desierto, la poblé con toda clase de cosas y todo tipo de gentes, hechos que había captado al aire, tomados también de lo que había leído en los libros. Y mi imaginación hacía el resto. Desde luego, aquello a veces resultaba incoherente y quimérico. Le faltaba armonía, la fuerza creadora de la realidad, pero yo me divertía enormemente. Y no tardé en desarrollar en mí, cada día más, mediante un entrenamiento continuo, gracias a una especie de curioso automatismo cerebral, tal potencia de ideación, un frenesí de evocación tan extraordinario, que mis sueños tomaban, por así decir, una consistencia corporal, una tangibilidad orgánica, en la que mis sentidos se creaban la ilusión perfecta de estar ejercitándose, de exaltarse más que con las realidades.
Octave Mirbeau
Memoria de Georges el amargado(1899)