#es todo un tema

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A veces no me caliento, no tengo ganas, prefiero otra cosa, mirar una peli, tomar un té de tisana o salir a comprar pimiento y quedarme hablando con el verdulero. Ayer, por ejemplo, cuando Mateo, que había llegado a casa un rato antes, entró a la habitación y se acercó para besarme.

En esos momentos algo me pasa, una especie de subdivisión de mí misma. Una parte de mí cede, la otra quiere matarse por culpa de la que hizo y deshizo de mí así, sin preguntar. Y cuando todo acaba, o más bien, cuando Mateo acaba, con mi cuerpo desnudo y tendido entre las sábanas, no evito sentirme asqueada, enojada, inundada por una profunda tristeza: la de saber que me traicioné.

Mateo entra y gime. ¿Te gusta mi verga, te gusta?, pregunta, y me chupa una oreja, y muerde mis pezones. Hoyno me muerdas que me duelen, estoy sensible, me está por venir, le digo.  Ay, perdoná, me responde con voz normal, saliéndose del libreto del gran ponedor. Y después sigue, entrando y gimiendo.

Me esfuerzo. Me esfuerzo por sentirme ahí, conectada con el deseo de Mateo que me nombra, como invocándome, como tratando de traerme desde el inframundo del no sexo en el que me encuentro. Lo intento un buen rato, me muevo distinto, me muevo furiosa. Mateo exclama ¡qué concha devoradora que tenés!, y la cara se le hace otra de placer.

Me hace ghosting. ¡La pija de Mateo me ghostea!, no la siento. Vuelvo a esforzarme, me convierto en Dora la exploradora buscándola, pero nada. Me rindo. Si si…go, aca…bo, anuncia Mateo. Acabá, dale, rompeme la concha, cogeme, dale, le ruego, y a los segundos, se detiene.

Ay, dice, la respiración desacelerándose, la cabeza buscando la almohada. Me mira. No puedo disimular el estado melancólico en el que acabo de entrar, mis gestos no escatiman en hacerlo sentir miserable. ¿Estás bien?, pregunta.  , le respondo, mirando las lucecitas colgadas del otro lado de la habitación . Bueno, voy al baño, dice.

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