#renacer no es para los débiles

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Querida mía, sucede que de la noche a la mañana y de tanto dar vueltas sobre sí mismo, el corazón se te volvió mezquino, ahora sólo vienes por amor propio.

Llegas y por inercia haces siempre las mismas cosas: sentarte y esperar; esperar y bostezar; bostezar, esperar, sentarte y poner cara de traste, sin notar siquiera que a tu alrededor todo se vuelve un poquito más recuerdo con cada tic- tac del reloj. ¿Por qué no puedes ver que los días ya no son los mismos aunque el calendario grafique lo contrario?

Otra cosa que haces es llegar por las tardes e irrumpir la calma con tu tozudez desconsiderada, y no te das cuenta, porque no te das cuenta, que ya no te queda para nada.

Ya no te queda quejarte de tus padres frente a sus caras, como si no te escucharan, como si no les importara, como si fuesen seres impermeables al dolor.

Ya no te queda, tampoco, ese aire orgulloso de rebelde adolescente que grita enloquecida nueve de cada diez situaciones cotidianas que, o son una maldición del destino, o cruel consecuencia del sistema enfermo en el que vivimos. Vamos, que te haya bloqueado en el Whatsapp no puede ser para tanto.

Y ya que estoy, mucho menos te queda comer a deshoras y el hecho de que no te importe ni una mierda ayudar a tu madre en los quehaceres del hogar.

Y no, no se trata de acciones que, dirás, muchos realizan por obligación y no por real intención, y que entonces por no ser hipócrita y en cambio sí fiel a vos misma prefieres no realizar. Se trata de que te detengas un momento y la veas; quizás esté allí, de pie en la cocina, picando cebollas sin lagrimear ni un poco. Sola, completamente sola, porque ya ni a charlar sobre el clima te le acercas.

Se trata, también, de que empieces a intentar mirar más allá de tu propio ombligo, y de que te quites la idea, esa estúpida idea, de que todos se alejan de vos a propósito, cuando sos vos la que alejás a todos con tus muros insensatos.

Y decime, ¿qué hacés mendigando amor a un tipo que ya te dio las mil y una razones para que lo dejes?

Ahora te observo yéndote mientras estás sentada del otro lado de la mesa y me cansás, me irritás. Me dan ganas de tomarte de los hombros y sacudirte todos los pensamientos idiotas y vacíos de todo lo bueno y hermoso.

Se me revuelven las tripas y quiero gritar que te odio, ahí, en la cara de tu indiferencia a lo que en verdad acontece tan cerca tuyo y que se va sin que te pares a pensar en ello, pero no lo hago. Lloro, en cambio, escondida en alguna parte, horrorizada ante la idea de odiarte.

¿Qué haces aquí todavía?, ¿por qué insistes en volver yéndote? Quiero que te vayas de esta casa y regreses cuando en serio estés regresando; cuando sepas comprender y querer genuinamente los corazones envejecidos de tus padres; cuando te mires y sientas un profundo amor soleado nacer, por vos, por la vida, por los días y personas que pasan; y en definitiva: cuando creas y des fe de que este domingo triste como el blues por fin ha terminado. Para todos.

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