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Reseña de Degenerado, de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977). Consideramos la mejor nouvelle de su producción narrativa hasta el momento.

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El otro masculino es puesto en evidencia en una trama, más bien en una voz, la del narrador de la historia, los límites del pensamiento de un personaje descartado para la sociedad. Nos referimos al pedófilo, un tipo acusado de violar y asesinar a una niña.

Este relato vira 180 grados respecto a la temática novelística de Harwicz, pues la mujer ha sido el eje principal y emocional donde transcurren sus historias. Degenerado (Anagrama, 2019) sacude contundentemente los parámetros de las otras novelas. Nos conduce a la psique precisamente de un degenerado, que, mediante el soliloquio, explora, expone, confiesa abiertamente todo su desarrollo y contenido psicosexual. 

No es un manifiesto ante un jurado que lleva el caso y contrapone las leyes morales y las penales, sino un discurso a favor o en contra de la ética de un hombre solo. Sin embargo, el escenario, teatralizado, no parece absorber lo suficiente la esencia del ser humano.

“Cuán cerca está mi mente de producir pensamientos que serían aberrantes. Entonces eso me interesa del ser humano, no juzgarlo”, ha declarado Harwicz en una entrevista. Y es que poner la voz del narrador al acusado, el lector poco a poco se condiciona a su pensamiento, a sus capacidades de percepción, no solo de la sociedad, de la política, sino también del amor, sobre todo, de la historia. “Hay que escribir contra la Historia, hay que hablar contra la Historia, contra los jueces que designan la Historia, hay que escribir todo al revés. La gente de la que uno no se imagina nada es capaz de cosas inimaginables y al revés, señora jueza, el amor más alto y perfecto nos deja solos”.

Harwicz, como pocas escritoras, desecha todo prejuicio que puede llevar a un escritor autocensurarse. Por el contrario, va en búsqueda de una transgresión en todo sentido. En esto consiste la literatura ciertamente: no llenar los vacíos por llenar de “textos aprendidos”, sino crear más vacíos para llenarlos de otras sustancias hasta la perversión.

por René Llatas Trejo

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