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La escritora colombiana ha sido galardonada por su novela Los abismos, la historia de una niña que convive en la incertidumbre de los adultos. El jurado destacó que “la autora ha creado una historia poderosa narrada desde una aparente ingenuidad que contrasta con la atmósfera desdichada que rodea a la protagonista.

Con una prosa sutil y luminosa en la que la naturaleza nos conecta con las posibilidades simbólicas de la literatura, y los abismos son tanto los reales como los de la intimidad”.

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 La nota en El Mundo:

En Los abismos, que se publicará el 25 de marzo, da voz a una niña, Claudia, para contar el tempestuoso matrimonio de sus padres desde una aparente ingenuidad. Y regresa a los años 80. La escritora se adentra en una mitología familiar en la que la naturaleza ocupa un lugar central como escenario y símbolo de abismos reales o de la propia intimidad. De niña, Quintana creció en “La Selva”. Así llamaban a su casa familiar en la ciudad de Cali, por la cantidad de plantas que había. “Aunque Cali es una ciudad grande hay ciertos barrios con árboles inmensos y selva… Crecí en medio de la naturaleza y ha sido una fuerza poderosa en mi literatura”, recuerda.

Los abismos transcurre en su Cali natal. “Las escenas de la vida real ocurren en un lugar: el día que nos dimos el primer beso hacía frío o calor, íbamos vestidos de determinada manera, había una atmósfera… Para mí el universo narrativo es definitivo. La ficción no debe pasar en lugares vacíos sino que se sientan reales”, defiende la escritora.

La última novela de Quintana fue La perra (2017), que recibió el Premio de Narrativa Colombiana y fue finalista de los National Book Award en 2020. En proceso de traducción en 14 países, La perra trataba una turbulenta relación de pareja y ya aparecían temas como el amor de las madres, la traición, la lealtad, la culpa y la soledad.

Quintana se convierte en la cuarta autora colombiana en recibir el Alfaguara, después de Laura Restrepo (2004), Juan Gabriel Vásquez (2011) y Jorge Franco (2014). En los últimos años el premio ha caído al otro lado del charco: en 2020 fue para el mexicano Guillermo Arriaga (que este año será traducido al italiano, alemán, francés y holandés); en 2019, para el argentino Patricio Pron y, en 2018, para el mexicano Jorge Volpi.


Ella,
una niña apenas,
llevaba sus largas memorias
como una historia ajena,
y sus largos cabellos de plata
como vegetación extraña
en un mundo lunar nacida.
¿Le correspondía
esa cadena de tristes sorpresas?
Ella
su paso leve,
sus grandes ojos,
su pequeña mano flaca,
era sólo una niña asustada.
Hasta esperaba un premio
por ser una niña buena,
mientras naufragaba
en los largos recuerdos.

Pálido fantasma de sí misma
surgía del naufragio
como una creatura intemporal.
Grácil convaleciente
se atrevía
a dar algunos pasos,
a llevar su mirada húmeda
sobre un mundo vago y tierno,
y otra vez el miedo.
Como una niña que despierta en la noche,
esperaba la mano grande,
dulcemente pesada,
que se posara
sobre su corazón enloquecido.

El día la libraba
de ese huésped terrible,
y volvía a soñar.
Era una niña apenas
que salía de una oscura cueva.
La claridad la deslumbraba,
pero veía en un mañana incierto
la imagen de una joven
leve danzante,
los delgados cabellos
movidos por el viento,
que iría dichosa
hacia la dulce muerte.

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La hija única pinta las decisiones de una mujer frente a una sociedad aún repleta de convenciones difíciles de erradicar -ligarse las trompas-, además la complejidad de tomarlas -la amiga que traiciona sus ideales de no ser madre para convertirse en una a pesar de correr graves situaciones o la madre soltera, su vecina, y el hijo que por momento se vuelve insoportable.

Desde El cuerpo en que nací, El matrimonio de los peces rojos, Premio Ribera del Duero, hasta Después del invierno, novela con la que obtuvo el Premio Herralde, Guadalupe Nettel siempre ha tenido una puesta por el descubrimiento interior, ha buscado siempre una actitud de entender el mundo psicológico, el mundo moral en torno a la figura de una escritora mexicana afincada en Francia, que envuelve prácticamente toda su diégesis.

El cuerpo es un tema preponderante dentro de la narrativa de Nettel; podemos entender ese espacio exteriorizado, cristalizado, del mundo femenino, frente a las respuestas del amor, del erotismo y ahora en esta novela principalmente como una no-madre y como madre.

Por eso La hija única, como bien se ha dicho, es una novela descarnada, no esconde miedos, temores, al contrario, los expone y los libera, así el personaje cobra vitalidad y cobra fortalecimiento en sus disposiciones.

El sistema mediático tal vez es influyente en la toma de decisiones contra o favor de la maternidad, pero también está la creencia de esos discursos modernos de la feminidad. Por eso La hija única, como bien se ha dicho, es una novela descarnada, no esconde miedos, temores, al contrario, los expone y los libera, así el personaje cobra vitalidad y cobra fortalecimiento en sus disposiciones. Pero hay momentos, que en el contorno donde vive, donde se expresa, donde enuncia, ponen en juego la credibilidad y la cotidianidad. La narradora tiene que lidiar con esto. La hace conectarse con esos miedos y frustraciones, lo ideal, lo emocional, de las madres. La capacidad de describir estas situaciones cotidianas, que no parten de ningún sueño, de ninguna ficción, se contrapone con la virtud de concentrar esfuerzos en buscar distracciones como describir el comportamiento diario, instintivo, de las palomas y del nido en el balcón.

No en vano, la narradora hace hincapié a un escritor excelso hoy en día: el rumano Mircea Cartarescu, y no en vano hace una mención a su lectura de una de sus novelas inconmensurables: Solenoide.

“Cada uno debe decidir qué quiere y qué hacer con su propio cuerpo. Todo el mundo tiene derecho a no ser excluido, sea cual sea su elección”, ha declarado la escritora al respecto. La hija única, la narradora, finalmente se libera de prejuicios, y su lucha, sea política, moral o emocional en medio de una sociedad que aún impone sus leyes contrarias, en especial hacia las mujeres, encuentra su propósito para la búsqueda de una libertad. Esto le permite conducirse sin márgenes ni marginación como apoyar y participar en grupos o movimientos feministas.

Con todo, la novela sirve para encarar la realidad, una realidad distinta de la maternidad, de la naturaleza, y Nettel logra componer esos escenarios con justicia.

por René Llatas Trejo para Buensalvaje

La escritora inglesa Zadie Smith ha publicado un libro de ensayos personales escritos durante la pandemia. Cuenta al detalle cómo vivió el proceso de confinamiento en todos los aspectos de su vida como madre, esposa y escritora en la ciudad de Nueva York. Imprescindible.

La escritora mexicana Guadalupe Nettel publica La hija única (Anagrama) una novela acerca de la maternidad en su concepción más cruda y sincera. Abarca el derecho a decidir no ser madres y la lucha por las libertades femeninas. 

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EnConfabulario Christopher Domínguez le dedica una reseña elogiosa. Aquí compartimos un extracto:

Desde el inmóvil y desgraciado Macario faulkneriano que abre El llano en llamas, la literatura mexicana no alumbraba un personaje tan memorable, por imberbe, como Inés, la niña condenada a morir tan pronto nazca, en La hija única (Anagrama, 2020), de Guadalupe Nettel. Ha habido nonatos alegóricos que devoran historia futura, como el de Carlos Fuentes, en Cristóbal Nonato (1987), pero ningún otro niño, desde Juan Rulfo, tan poderoso como el de Nettel. Si la sabiduría antigua advierte que aun el recién nacido es lo suficientemente viejo como para morir, Nettel nos ofrece una novela logradísima sobre un tema que exigía, sobre todo, de maestría moral. Exponiendo el caso ­­–basado en una historia real que le fue confiada por una amiga– de una niña que morirá al nacer o poco después, habiéndose desarrollado uterinamente casi sin cerebro, los riesgos de lo tremendista o de la tragedia llana parecían ineludibles para casi cualquier autor y hasta fatalmente tolerables para no pocos lectores.

Ante la microlisencefalia de Inés, empero, no me sorprendió la seguridad en el trazo de Nettel porque de pocos de nuestros novelistas puede decirse lo que de ella, quien de novela en novela ha ido evolucionando con tenacidad y buen tino. Lo suyo era lo fantástico cotidiano, que la atormentaba desde la adolescencia y la condenaba, acaso, a parir una progenie de Macarios. Estos aparecieron –lo digo de manera figurada– en varios de sus cuentos y en El huésped (2006) y de ellos, Nettel supo deshacerse para llegar a esa empresa de autoconocimiento que fue El cuerpo en que nací (2011) o el trasiego generacional del amor expuesto en Después del invierno (2014), hasta convertirse a lo que todavía puede llamarse, de manera avara y concisa, realismo.

Su realismo rehúye el sentimentalismo pero entiende a la novela como una suerte de ciencia de los sentimientos, lo cual le permite entrometerse con sagacidad y tacto entre Alina y Aurelio, los aterrados y contritos padres de Inés y seguir, tras ellos, el duelo escenificado por un nacimiento que muy pronto habrá de convertirse en pérdida, al grado que –una vez informados del predecible desenlace por los médicos– se deshacen del mobiliario y la vestimenta destinadas a la bebé y en cambio le compran una sepultura, porque legalmente, la niña nacerá y legalmente, también, morirá. Pero las cosas ocurren de otra manera en este libro sagazmente documentado.

Lo asombroso, en términos literarios, no es que Inés no muera y luche por sobrevivir ante el azoro de sus padres y de neurólogos, de pediatras y de tanatólogos a la postre desempleados, sino la capacidad de Nettel para convertirla en un personaje autónomo e inolvidable. No es la juiciosa Alina, madre entera sin llegar a ser una “madre coraje” pues contempla el infierno implícito en la sobrevivencia de la minusválida y recibe una pócima para hacerla morir si así lo decide la infortunada pareja, ni el leal Aurelio, un padre a la altura de las circunstancias, ni Marlene, la nana tan singularmente dibujada en su adicción a su oficio, el personaje central de La hija única. Lo es Inés, un verdadero centro de gravitación de una novela que se permite una subtrama necesaria para otorgarle un destino inesperado a Laura, la narradora de la historia: hacerse cargo de una madre soltera y de su hijo, sus vecinos.

Reseña de Degenerado, de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977). Consideramos la mejor nouvelle de su producción narrativa hasta el momento.

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El otro masculino es puesto en evidencia en una trama, más bien en una voz, la del narrador de la historia, los límites del pensamiento de un personaje descartado para la sociedad. Nos referimos al pedófilo, un tipo acusado de violar y asesinar a una niña.

Este relato vira 180 grados respecto a la temática novelística de Harwicz, pues la mujer ha sido el eje principal y emocional donde transcurren sus historias. Degenerado (Anagrama, 2019) sacude contundentemente los parámetros de las otras novelas. Nos conduce a la psique precisamente de un degenerado, que, mediante el soliloquio, explora, expone, confiesa abiertamente todo su desarrollo y contenido psicosexual. 

No es un manifiesto ante un jurado que lleva el caso y contrapone las leyes morales y las penales, sino un discurso a favor o en contra de la ética de un hombre solo. Sin embargo, el escenario, teatralizado, no parece absorber lo suficiente la esencia del ser humano.

“Cuán cerca está mi mente de producir pensamientos que serían aberrantes. Entonces eso me interesa del ser humano, no juzgarlo”, ha declarado Harwicz en una entrevista. Y es que poner la voz del narrador al acusado, el lector poco a poco se condiciona a su pensamiento, a sus capacidades de percepción, no solo de la sociedad, de la política, sino también del amor, sobre todo, de la historia. “Hay que escribir contra la Historia, hay que hablar contra la Historia, contra los jueces que designan la Historia, hay que escribir todo al revés. La gente de la que uno no se imagina nada es capaz de cosas inimaginables y al revés, señora jueza, el amor más alto y perfecto nos deja solos”.

Harwicz, como pocas escritoras, desecha todo prejuicio que puede llevar a un escritor autocensurarse. Por el contrario, va en búsqueda de una transgresión en todo sentido. En esto consiste la literatura ciertamente: no llenar los vacíos por llenar de “textos aprendidos”, sino crear más vacíos para llenarlos de otras sustancias hasta la perversión.

por René Llatas Trejo

Anchamente, largamente

Foto:Roiz Roiz

¿Dónde debo aterrizar; posarme?

Derrapo. Penosamente, tu boca es pequeña como aquel avión, pero tu pista de aterrizaje es la más grandiosa que conozco.

Anchamente, largamente.

Se lleva mis brazos, mis piernas, pero no mi sexo atroz, arrogante.

Hasta se lleva tus propios brazos, tus piernas, y tu propio sexo atroz, arrogante.

Pero todo es tan natural y laxo; también, fundamental,

cuando en las mañanas despertamos amancebados con dolores genitales…

Testigo son este lapicero y tu papel higiénico.


Por Adriana Castillo

¡Mire! Fuente, fría, fruta, fresca… ¡cuál gresca! Eternamente jugosa y gustosa, ¡qué cosa! Y hábilmente salerosa y valerosa, ¡cuán hermosa!

Entre el follaje se distingue un coco sentado en la punta de una espada que se va de paseo y deja rastro con su almohada desplumada. Crea confusión entre las cañas de azúcar posando en ellas unas cuantas arañas y vacila a las ramas haciendo sonar sus seiscientas veintiún mil campanas.

-Melanie Flores Bernholz,El capitán de proa.

 “Un animal demasiado solitario se come a sí mismo.”-Sara Gallardo(ARGENTINA 1931 - 1988)

“Un animal demasiado solitario se come a sí mismo.”

-Sara Gallardo

(ARGENTINA 1931 - 1988)


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No se me antojan ni geranios, ni gardenias,
ni pequeños y exuberantes tulipanes;

En la noche de mi funeral quiero el agua
del mar donde me encontré y me perdí,
Quiero, entre mis manos, las babosas negras
que se colaban en la vieja casa,
Anhelo esa tierra empapada de cielo
cubriendo mi rostro derrotado,
Deseo los restos de excrementos
de los animalillos muertos entre mis dedos
como finos anillos de novia traicionada.

Porque quiero ser piedra, raíz,
habitante ciego de esta tierra insípida
¡quiero volverme semilla!
Y quiero ser el geranio la gardenia
el pequeño y exuberante tulipán.

Dejar de ser este cuerpo:
ser flor con tallo negro de un jardín marchito
bajo el ojo luminoso de la muerte,
respirando las esporas de una luna de sangre,
que envenene todo, que destruya todo.


Que termine de germinar las cenizas de esta herida tan humana
que sufro y cargo desde hace tanto doloroso tiempo.

-Necro Hoffmann

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