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Empecemos por reflexionar sobre las propias palabras.

El diccionario Littrédefine el olvido como «la pérdida del recuerdo». Esta definición es menos evidente de lo que parece, o más sutil: lo que olvidamos no es la cosa en sí, los acontecimientos «puros y simples» tal y como han transcurrido (la «diégesis» en el lenguaje de los semióticos), sino el recuerdo.

¿Qué significa realmente recuerdo? Siempre según el Littré, el recuerdo es una «impresión»: la impresión «que permanece en la memoria». Y la impresión se define como «… el efecto que los objetos exteriores provocan en los órganos de los sentidos». Según esta definición, lo que olvidamos es ya un acontecimiento tratado, en cierto modo un fragmento de materia; interna no una exterioridad absoluta, independiente, sino el producto de un primer tratamiento (la impresión) del cual el olvido no sea tal vez otra cosa que la continuación natural. No lo olvidamos todo, evidentemente. Pero tampoco lo recordamos todo. Recordar u olvidar es hacer una labor de jardinero, seleccionar, podar.

Los recuerdos son como las plantas: hay algunos que deben eliminarse rápidamente para ayudar al resto a desarrollarse, a transformarse, a florecer. Estas plantas que realizan su destino, estas plantas desarrolladas, se han olvidado en cierto modo de sí mismas para transformarse: entre las semillas o los brotes que les dieron vida y lo que son actualmente no existe ya un vínculo aparente; la flor, en este sentido, es el olvido de la semilla (recordemos el verso de Malherbe que continúa esta historia: «Y los frutos han dejado atrás la promesa de las flores».)



Las formas del olvido
Marc Augé

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