#efectos

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Quiero volver a surgir como la hermosas flores en primavera, que la horrible frialdad del invierno se aleje de todo mi cuerpo y finalmente pueda sentir la suave caricia de la vida como en el fresco otoño

Uno de los momentos más sublimes de la serie de animación Futurama (hay tantos que podría pasarme el día enumerándolos) tiene lugar justamente en el primer capítulo. La serie transcurre en el año 3000 y en Nueva York es ya habitual encontrarse con Cabinas de Suicidio, cuya forma exterior recuerda sospechosamente a una cabina telefónica. Fry, el protagonista, entra en una creyendo de hecho que se trata de una cabina telefónica, y entonces una voz robótica le pregunta qué clase de suicidio desea, si rápido o lento y doloroso.

Uno de los momentos más sublimes de la serie de animación Futurama (hay tantos que podría pasarme el día enumerándolos) tiene lugar justamente en el primer capítulo. La serie transcurre en el año 3000 y en Nueva York es ya habitual encontrarse con Cabinas de Suicidio, cuya forma exterior recuerda sospechosamente a una cabina telefónica. Fry, el protagonista, entra en una creyendo de hecho que se trata de una cabina telefónica, y entonces una voz robótica le pregunta qué clase de suicidio desea, si rápido o lento y doloroso.
Fry contesta que sólo quiere realizar una llamada a larga distancia. La voz robótica dice: ha escogido lento y doloroso
Tal vez esta escena pudiera parecernos una exageración: es imposible que en el año 3000 se haya puesto de moda el suicidio hasta el punto de que existan cabinas para hacerlo a disposición del transeúnte. Pero tal vez no es una idea tan disparatada como parece. Sobre todo si echamos un vistazo al efecto Werther.
El efecto Werther toma su nombre de la novela de Goethe Las penas del joven Werther, publicada en 1774, una novela muy leída en su día por la juventud, que empezó a suicidarse de formas que parecían imitar la del protagonista. De hecho, las autoridades de Italia, Alemania y Dinamarca la prohibieron por esa razón.
El nombre de este efecto de contagio de incluso una tendencia autodestructiva (bueno, el reaggeton también lo es y mirad cómo prolifera) la acuñó el sociólogo David Phillips en 1974, que demostró que el número de suicidios se incrementaba en todo EEUU durante el periodo transcurrido entre 1947 y 1968 justo al mes siguiente de que apareciera en la primera página del New York Times alguna noticia dedicada a un suicidio.
Este contagio a través de los medios de comunicación incluso ha obligado sugerir al Centro de Control de Enfermedades (CDC) cómo deberían publicarse las noticias de suicidios para que no resulten tan potencialmente contagiosas. Por ejemplo, omitiendo todos los elementos personales que pudieran inspirar la compasión del lector. Tampoco se debe sugerir que el suicidio ha contribuido en modo alguno a resolver los problemas del suicida.
Algo parecido ocurrió en Viena, cuando una pléyade de psiquiatras intervino en la forma en la que se daban las noticias para evitar la fiebre de suicidios que se producía desde 1978 en la capital austriaca, desde poco después de que se inaugurara la red de metro: un atractivo para muchos que se lanzaban a las vías.

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