#monologo

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Decirle adiós a su aroma quizás fue la cuestión más complicada, pues las imágenes son efímeras y a veces fugaces, ¿pero un olor? El olor correcto puede traspasar cualquier barrera e instaurarse en tu cuerpo y tu memoria por siempre. Tantos que matarían por el aroma correcto, y cuántos en definitiva lo han hecho. Seguramente eso fue lo que primero me enganchó a ti.

Tu tacto sería lo segundo, esas manos inquietas que nunca podían quedarse en reposo, igual que las mías. Claro, las tuyas creando una manta invisible sobre mi cuerpo, mientras que las mías solo servían para autodestruirse y mostrar el pánico de mi alma personificado.

Si tuviera que elegir, siempre volvería a ese martes en el que la escuela pasó a un segundo plano y como un par de vándalos, nos fuimos de la primera clase, Biología, para quizás ver de otra manera la lección nueva de anatomía, fusionados en un enredo de cabello y olores en la parte trasera del viejo carro de tu padre. Ese día no solo nos vimos por primera vez como éramos, sin tapujos ni extravagancias, sino que descubrimos el universo tan extenso que vivía en la mente de cada uno.

Eras como una pintura expresionista, con demasiados trazos de diferentes colores que parecían sacados de otro mundo, pero que realmente eran cómo tú ves la realidad, siempre tan fantástica. Como alguna vez leí en un viejo libro de poesía de mi madre: “​la angustia existencial no es más que el principal motor de la verdadera estética​”. Eso eras, convertías dolor en alegría. Cogíste las heridas de mis brazos y de ellas lograste hacer crecer todo un campo de girasoles y margaritas.

Cumpliste todos y cada uno de los requisitos que mi mente pedía para finalmente bajar ese muro que existía desde que tenía memoria. El miedo se volvió un propulsor más, y gracias a tí, aprendí a ver al temor como el mejor de los combustibles, pues al vencerlo se pueden crear miles de nuevas posibilidades y llegar a lugares que antes parecían imposibles.

Eras todo y más, y fue por eso que una noche te pregunté por qué me habías elegido, y sin más, tuve la respuesta. No me habías elegido, yo te había elegido a ti. Más bien, te había creado como un simple pasatiempo hasta que ya eras tan indispensable que me acompañabas a todas partes. Eras la suma de todos los recortes de revistas que había hecho en mi adolescencia. Eras el pelo desordenado de manera perfecta, una nariz respingada y pecas por toda tu cara. Eras un cuerpo menudo pero a la vez alargado. Eras las formas extrañas en que se movían tus brazos. Pero más importante, eras tus pensamientos, que siempre hacían lo que yo quería que hicieran.

Había creado una especie de experimento de transplante de partes, donde tu eras el reluciente resultado final, todo un muñeco coleccionable para cualquiera con mis deseos y problemas, vacíos.

Eras todo y eras nada, porque no eras real.


Eras todo y eras nada, porque un día en clase de dibujo te pinté con un fino carboncillo naranja, y desde ahí nunca te volviste a ir.

Eras todo y eras nada, y en cuanto lo supe inmediatamente entendí qué debía hacer.

Decirte adiós no fue fácil. No tenías que ser real para que mi mente me jugara una mala pasada, y lo hizo. Ya tenía todo un camino donde tu y yo pisabamos las marcas en la arena que yo ya había dibujado. La idea de ti me consumía día y noche, todo tenía relación a ti y eras el tema número uno sobre el que siempre quería hablar. Por eso fue difícil decirte adiós, porque eras todo lo que quería y tenía miedo de nunca llegar a obtener.

Eso eras: una bella pintura expresionista. Al final, yo no estaba equivocada del todo.

Al finalizar esa obra de tanto tiempo en el proceso, te colgué en la pared de mi cuarto y por primera vez te vi como lo que eras: mi imaginación. Ahora era tiempo de salir del límite de mi cabeza y seguir, seguir en búsqueda de ese alguien que rompiera ese hilo tan delgado que separa la realidad de la ficción, rompiendo los muros que construí por miedo a no vivir una historia perfecta.

Pero…qué más da, la perfección está sobrevalorada de todas maneras.

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