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Leyendo mi nueva adquisición: “Todo puede suceder” o “Anything Could Happen”

Leyendo mi nueva adquisición: “Todo puede suceder” o “Anything Could Happen” de Will Walton. Ojalá mi primera novela publicada sea tan genial como esta, se puede disfrutar cada párrafo de comedia salpicada con drama.
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Él temblaba casi todo el tiempo, mejor dicho, de a ratos. El tratamiento por su enfermedad le generaba un dolor interno constante como si una fiera viviera dentro suyo denstruyéndolo desde adentro y le hiciera temblar como resultado de su constante resistencia a ser herido. Apenas hace poco había aprendido a no llorar cada hora que transcurría con su dolor. Por eso quise darle algo a cambio. Si “la vida” no se lo compensaba con algo bueno más que con una enseñanza de tolerancia entonces yo le daría algo que sabía él disfrutaría y valoraría más que nada.
Un día fui a su casa, me comprometí con mis suegros a que le cuidaría.
-Mirá yernito que no es lo mismo pasar unas horas con él que todo un día, la noche es dura- me advirtió mi suegra sabiendo de antemano que yo insistiría en hacerlo. Sus padres cuidaban de él muy bien y por ello tenían más que ganado pasar un día afuera.
Fui de mediodía y mis suegros se despidieron afectuosos con él y agradecidos conmigo. Pasamos linda tarde en su patio. A ambos nos gustaba la frescura primaveral, el aroma a tierra húmeda y esa sensación de calidez que se sentía solo al exponerse a los rayos del sol, sentíamos que esa sensación era la mejor analogía para el amor.
-La vida se siente fresca por sí misma, como el gélido aire primaveral, pero si te exponés al sol, o sea, te predisponés a exponerte al amor, será un poco más cálida y grata- me dijo mientras estábamos en el jardín de su casa acostados bajo un árbol que dejaba pasar algunos rayos filtrados entre sus hojas.
A las 14hs tomaba su primera medicación y dos horas después se presentaban los efectos secundarios, que sólo eran dolores de panza y mareos leves. La mayoría de los días pasábamos la tarde juntos y me constaba que si lograba distraerse le afectaba menos. Esa tarde temblaba como resultado de la resistencia que ponía ante el dolor. Sus labios temblaban y sus manos se entorpecían, aunque casi no necesitó hacer nada. Lo atendí como a un rey. Sin embargo sus caricias en mi rostro eran suaves, las yemas de sus dedos se deslizaban como el rocío en las hojas del rosal que trepaba por la pared en la cual se hayaba la ventana de su dormitorio.
Más tarde comenzó a hacer calor. Para recuperarse de su fastidio se fue a tomar una larga ducha y yo preparé una cena temprano como su tratamiento lo demandaba. Cuando salió del baño lo recibí con las luces apagadas y unas cuantas velas encendidas. Su sonrisa en ese momento, al ver tal recibimiento, valió oro para mí.
Cenamos con una amena plática. Siempre nos hacíamos reír el uno al otro. Disfrutamos de la compañía mutua e intimidad. Tras la medicación de la noche era distinto. Su estado de ánimo se veía afectado y reír no le era fácil, además todo le era más difícil de entender pues se hayaba algo aturdido por los mareos, sumándole a ello la frustración de perder la motricidad más fina en sus manos ya que usaba la mayor parte de su concentración en intentar mantenerse quieto, incluso cuando ya lo estaba. Aún así no perdía el trato dulce para conmigo, a pesar de su enojo y frustración para consigo mismo, y sentirse así no le ayudaba para con los síntomas, pues se volvía más susceptible a los cambios de humor.
Tras la cena nos recostamos en la alfombra entre los sillones. Mientras yo acomodaba unos almohadones él fue apoyándose contra las paredes hacia su dormitorio. No quise preguntarle qué iba a hacer para no fastidiarlo. Volvió con un libro y su peluche, con el que dormía cada noche. Me senté y se recostó a mi lado apoyando la cabeza en mi regazo. Abrazó el peluche y comencé a leerle lo que era una historia revercionada de “Cenicienta”. Dos horas más tarde, quizás a mitad del libro, me detuve a corroborar el autor, pues, me atrapaba su léxico y la historia en sí; era de él mismo tras el seudónimo de I. L. Ylief.
-Si te fijas bien son las mismas iniciales que 《I Love You》, pues me inspiré en ti. Te lo dedico porque tú has sido quien me ha dado la idea de escribirlo por el modo en que me tratas. Dándome el mismo amor y felicidad que el Príncipe Encantador a Cenicienta. Me hacés sentir que un cuento de hadas puede sucederme sin necesidad de amar a una mujer- me dijo sorprendiéndome al mirarme fijo a los ojos mientras me caían unas lágrimas de conmoción y auténtica felicidad.
Lentamente se sentó y lo abracé. Sentí la suavidad y calidez del peluche en mi espalda y le pregunté soltando el abrazo.
-¿Por qué siempre lo abrazás tanto al peluche?
Bajó la mirada algo tímido, quizás avergonzado.
-Porque los abrazos son lo que mejor me hacen sentir. No podría vivir abrazado a alguien. Sin embargo el peluche va conmigo abrazado por toda la casa. Así como tus abrazos alivian mi sensación de soledad, incluso esa que se aferra tanto adentro mío que ni mi familia o el peluche logran erradicar- nuevamente me cayeron unas lágrimas de los ojos y le di un beso.
Me senté apoyándome contra el sillón y lo hice sentarse entre mis piernas fleccionadas dejándole reposar su cuerpo sobre mi torso hasta apoyar su cabeza en mi hombro, y le seguí leyendo la historia de Ceniciento y su Príncipe Eric mientras lo abrazaba. Esta vez con un espectador sentado en el sillón de enfrente, Jerry, su peluche.

Link de la canción:

Créanme cuando les diga que Amy Lilley será grande ❤️

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