#cuento corto

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El recorrido desde el GAM hasta su casa tarda 47 minutos y fracción. Ella iba parada junto a la puerta, con el brazo apoyado en la ventanilla de la micro. El viento acariciaba su piel, mientras el atardecer la coqueteaba a lo lejos. Se sentía bien, feliz. Empezó a gritar con todas sus fuerzas “¡La puerta! ¡La puerta!” y antes de que se detuviese por completo ella ya volaba hacia el puente Condell. Exhausta, tomó el martillo de su cartera y rompió el cerrojo. Llegó tarde a la cita, pero se salvó con un “debía arreglar unos cabos sueltos.“

 “Deseo decirle que ha sido el último sueño de mi alma… Desde que la conocí, me turba el remordimien

Deseo decirle que ha sido el último sueño de mi alma… 
Desde que la conocí, me turba el remordimiento que no creí ya vivo y he oído voces, que creía silenciosas, que me incitan a recobrar el ánimo.
He tenido ideas vagas de volver a esforzarme, de empezar de nuevo la vida, de arrojar de mí la pereza y la sensualidad y volver a la abandonada lucha.
Pero todo eso no es más que un sueño, que no conduce a nada y que deja al dormido donde estaba, aunque deseo decirle que estos sueños los inspiró usted.”

- Historia de Dos Ciudades, Charles Dickens -


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Había una vez una niña que amaba un rosal. La niña, deambulando una vez por el bosque, encontró un rosal creciendo salvaje en medio de hiedra venenosa. La niña vio que la hiedra estaba casi cubriendo al rosal y lo ahogaba, por lo que decidió ayudarlo. Sentada allí, en medio de la hiedra venenosa, se dio a la tarea de escarbar con sus manos, pues es lo único que tenía, y trasplantar el rosal de donde perecía. Escarbo mucho y profundo. Cada vez que la hiedra le tocaba la piel le ardía, sentía fuego quemarla, pero no desistía. Se quebró las unas y se hirió las manos con las piedras filosas que encontraba enterradas, pero no le importo. Fue ardua la tarea de escarbar hasta desenterrar cada raíz. Así estuvo varios días hasta que pudo por fin pudo encontrar todas las raíces del rosal y desenmarañarlas de las otras. Con su suéter confeccionó un recipiente y busco llenarlo de la más negra tierra. Tenía frío, era pleno invierno, pero se contentaba con saber lo bien que crecerían las rosas y lo hermosas que se verían ya creciendo en un espacio donde se pudiera apreciar su belleza y pudieran extender sus ramas libres hacia el cielo. Camino muchos días tratando de buscar el lugar más hermoso y adecuado para sus rosas. En el día las protegía del ardiente Sol con su cuerpo y en las noches dormía a la par de ellas y las abrigaba para que el frío no las congelara. Cuando no encontraba agua con sus lágrimas las regaba, hasta que al fin encontró un sitio precioso donde estaban protegidas por la sombra de un árbol y donde pudieran tener acceso a bastante agua.  Cavo y cavo hasta asegurarse que no sufrirán sus rosas, por el trasplante y como ya era tarde se quedó dormida como siempre lo hacía, cubriendo con su cuerpo sus rosas. Al encontrarse en un paraje tan esplendoroso, por la noche creció el rosal, tanto creció que le perforo con sus espinas el corazón a la niña que yacía protegiéndolo. Su sangre regó las rosas y su cuerpo las abono. La niña se convirtió en parte de las rosas. Así, a pesar de estar solas, no se sienten solas las rosas y el espíritu de la niña sonrió feliz. Había cumplido lo que en esta vida había venido a hacer. Ahora muchos vienen y admiran las rosas y hace feliz a muchos el rosal. 

e.v.e. ( La niña y el rosal)

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