#entre el cielo y la tierra

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Cuando Dios terminó de crear el Universo y suspiró complacido por el nivel de hermosura que había imprimido en Su creación, se detuvo unos minutos a observar con sublime detenimiento todo lo que yacía tanto dentro como fuera de Él, diciéndose que faltaba algo más; algo que le ayudará a extenderse, diversificarse y evolucionar desde la esencia misma de lo que Es. No pasó mucho tiempo cuando, en las flamas que ardían en Sus manos, empezó a dibujarse la silueta preciosa —en suaves colores rosados y carmín— de un ser prodigioso, colmado de luz, de una intuición exorbitante, una compasión repleta de ternura y un amor que asemejaba en todo el sentido al del Creador. Cuando Éste terminó de materializar a ese ser con tintes de los cielos angélicos, sonrió complacido, besó la noble frente de ese ser dormido mientras, con Sus labios perfumados de Vida dijo:


“Y serás llamada Mujer,

criatura de Mi esencia,

resplandor de Mi amanecer,

porque has sido hecha a imagen

y semejanza mías.


Caminarás por el mundo

con los pies llenos de mis semillas;

esparcirás el amor,

la nobleza y la ternura de Mi fe;

provocarás emociones que convertirán

al desprecio en perdón,

dejando la huella de Mi nombre

en cada partícula con falta de Mí.


Mujer, abre tus ojos y camina.

Haz de este mundo tu casa,

píntalo con la gracia de tu ser —que es el mío—

y repite, por la eternidad, la fastuosa melodía

que he grabado en tu plexo

para ayudarte a despertar con sabiduría

al que, dormido, te duela”.


Esu Emmanuel©️

Imagen por @wallhaven

Es que es hermosa la vida cuando se camina en solitario, pero es más hermosa aún cuando él me lleva de la mano.

El océano se vuelve cielo, el cielo baja y una alfombra de estrellas me abre camino al sendero del amor. La lluvia inunda mis ojos, el fuego se anida en mi ser y un rubor carmín se afianza de mis mejillas haciéndome resplandecer. El viento agita mi respiración y las cuatro estaciones se reúnen en su beso… la vida se torna inspiración.

De pronto el otoño en mí se suelta de los malos recuerdos; el verano de su tacto me hace estremecer la piel, el vientre arde en su vientre, quiero estar eternamente envuelta en su vaivén.

El invierno hace florecer sus copos de nieve, el sol de su mirada llena de petunias mis atardeceres. Su piel lleva el remanso de paz que otorga la lavanda. Nuestro lecho es el cáliz perfecto de las almas.

Y lo amo,

lo amo más que lo que pude haber imaginado.

Y ya no veo mi sendero sin la protección de su sonrisa que se esconde tímida trás la inquietud de su deseo.

—PalomaZerimar.

La Caja De Harry.

Continuación de Prima Potio.

“¡Despierta, niña, despierta!”

Empecé a escuchar a lo lejos la voz asustada del hada, entraba a mis oídos con una agudeza que me provocó llevarme las manos a las orejas para cubrirlas con fuerza. Me sentía aturdida, confundida, perdida y adolorida. No entendía qué había pasado. Abrí los ojos lentamente, como despertando de un letargo que me hacía sentir el cuerpo pesado y la respiración difícil. Sentía la piel arderme, como si estuviese bajo el poder de los rayos del sol en pleno verano, cuando sabía muy bien que estaba en otoño; al menos, recuerdo que era otoño cuando empezó todo lo que estaba sucediendo, aunque ya no tenía la certeza de sí estaba soñando o estaba viviéndolo, pero se sentía tan real, que no dudaba estuviese experimentándolo con mis cinco sentidos totalmente despiertos. Me moví levemente, estaba tirada sobre mi costado derecho, el vestido y los cabellos revueltos, sucios y polvorientos; todos llenos de arena. “¿Arena? Pues, ¿en dónde me he metido?”, me dije entre dientes, mientras terminé de levantarme. No del todo, sólo me acomodé sobre mis posaderas, tratando de reconocerme. Me sentía tremendamente entumecida y golpeada… y no entendía nada. “La poción… ¿Qué fue de la poción?”, mascullé, buscando entre mis ropas, pero no encontré nada.

“Aquí está… Aquí está la poción… ¡Voltea!”

Volvió a entrar en mis oídos la aguda voz del hada; me ensordecía. Volví a taparme las orejas, al tanto miré a mi rededor, sin elevar la mirada, encontrándome con la pequeña hada tirada a un costado mío, en la cama de arena en donde nos encontrábamos, con el frasco de la poción cerrado, lo cual me pareció extraño. Estaba lleno y tapado. “¿Qué fue lo que pasó?”, pregunté sin poder pensar. Me sentía tan aturdida, tan absorta en el entumecimiento de mis extremidades, que no podía entablar una conexión coherente entre mi cuerpo y mi mente.

“No podemos perder tiempo, debemos continuar…”

El hada seguía hablando, pero ahora su voz comenzó a agravarse. La vi moverse, poco a poco, sacudiéndose las extremidades. Era la primera vez que la veía estática, con las alas detenidas y el cuerpecito apagado. “¿Qué pasó?”, volví a preguntarle, pero ahora elevando la mirada hacia lo que nos rodeaba, topándome con un desierto infinito. Volteé al cielo, a lo que pude ver, pues el sol era tan intenso, que me hizo arder los ojos al instante en el que elevé la mirada. Me cubrí la frente, tratando de ocultar la mirada del sol, para poder ver con claridad. Nada… o, tal vez, arena… pura arena… un cielo azul que parecía no tener fin y un sol tan intenso y caliente que me producía un ardor terrible en la piel. “¿En dónde estamos? ¿Funcionó la poción?”, acerqué mis manos al hada para ayudarla a limpiarse, le soplé un poco de mi aliento para quitarle el exceso de arena de las alas y la traje conmigo en mis manos, no sin tomar el frasco con la poción intacta.

“Si, la poción ha funcionado en parte, pero no podemos quedarnos aquí por mucho tiempo, tenemos que continuar…”

Me puse de pie, con el hada sentada en mi hombro y la poción guardada en el bolsillo de mi falda. “En primer lugar, dime en dónde estamos, no entiendo nada, no entiendo lo que dices… me hablas a medias… me estoy asustando… ¿Qué es este lugar? ¿En dónde está la caja? No veo el final de este desierto, no se ve que termine… hay solo arena, arena y más arena”, estaba empezando a sentirme inquieta y, a pesar de no moverme de lugar, podía asegurar que no había nada más que soledad en ese desconocido espacio, lo cual me provocaba ansiedad.

“Camina, muévete… te diré en dónde estamos mientras lo haces, no podemos quedarnos aquí… Harry no puede encontrarnos aquí”.

“¿Otra vez Harry? ¿Quién es ese tal Harry que tanto mencionas? Ya me está cayendo mal, no le he hecho nada, no sé qué quiere conmigo y por qué, de pronto, se ha empeñado en hacerme odiarlo”, fruncí el entrecejo y los labios con malestar, ya no era solo ansiedad la que me agobiaba, sino enojo. Estaba en medio de la nada, acompañada de un ser mitológico que no sabía darme otra cosa mas que ordenes y me estaba cansando. “¿A dónde podemos ir sin algo que nos guíe?”, le pregunté comenzando a andar. Mis pies se hundían en la arena, provocándome agitación y cansancio. No había dado ni diez pasos cuando ya sentía que el alma se me salía del cuerpo. Me tiré al suelo, con los ojos queriéndome llorar, me llevé las manos al rostro, deseando cubrírmelo del sol, pero… era tan imposible. El hada seguía pegada a mi hombro, tampoco podía volar; yacía igual que yo, cansada y aturdida, con sed y temor. Lo sabía, porque podía oír su respiración en mi oreja. Si ella estaba asustada, ¿cómo podía estar mejor yo? Saqué la poción de mi bolsillo y la miré por un rato, buscando en ella la respuesta, aunque no sabía, realmente, qué buscaba. Lo único que quería hacer era salir de ahí, de ese infierno que parecía engullirme con cada paso que daba. Estaba sintiendo tanta sed que la lengua se me pegaba al paladar. Mi cuerpo sudaba, sentía las gotas resbalar por todos los lugares, hasta los más recónditos. Quise ponerme de pie para continuar cuando, de repente, miré aparecer a unos pasos frente a mí, unas pequeñas huellas; eran tan diminutas y, a la vez, tan perfectamente bien hechas, que me sorprendí, además de que no veía a nadie que las fuese formando. Era como si un ente invisible estuviese bailando frente a mis pasmados ojos. El hada se sobresaltó, sentí a su cuerpo temblar sobre mi hombro, provocándome una ligera cosquilla.

“Oh no… ¡No! ¡No puede ser! ¡Levántate, niña, rápido! Sigue caminando, no te detengas, aunque tus piernas cedan, debemos continuar”.

El hada me gritaba al oído, haciéndome temblar, pero no me podía levantar. Mis piernas estaban atrapadas, la arena las había estado engullendo conforme los minutos pasaban. Empecé a sentirme más angustiada, pues miraba formarse, ante mí, un sinnúmero de huellas que revolvían la arena, formando un agujero que empezó a jalarme. De repente, se escuchó un fuerte gañido que provenía del agujero que ya me tragaba las piernas. Un profuso escalofrío me recorrió desde los pies a la cabeza, despertándome y provocándome, de manera enérgica, mover las manos hacía la parte contraria del agujero; quería salir de ahí, escapar de ese remolino de arena y de ese gañido que se profundizaba cada vez más. El hada empezó a volar, pesadamente, tratando de darme aliento para salir de mi probable muerte. “¿Este es el final?”, pensaba, mientras buscaba sostenerme de algo que no fuera arena, pero era imposible. Cansada, con el sudor bañándome, el vestido pegado a mi piel, la arena consumiéndome ya parte del vientre, miré al frasco con la poción, el mismo que apretaba en mi mano y, sin pensarlo, lo abrí para beberla. La tragué sin sentir su sabor, sin detenerme a debatir si había hecho bien o mal, lo único que deseaba era salir de ahí y, si morir era la única opción, tomar la poción no iba a hacer la diferencia, pero no tomarla, quizás tampoco iba a ser de ayuda.

Esu Emmanuel©

La Caja De Harry.

Caminando por el sendero de luciérnagas, me encontré con la cruz que me guiaba a cuatro puertas. Norte, sur, este y oeste. Cuatro direcciones, cuatro vientos, cuatro emociones, cuatro sensaciones. Cerré mis ojos… debía elegir un camino, entonces en ese instante un fulgor divino descendió del cielo amarillo… estaba oscureciendo, el lienzo de nubes estaba tibio. Una línea vertical en tono azul pálido besó con seducción la tierra y empezó a dibujar, como un lápiz, una caja de madera.

Lo curioso es que no marcaba ninguna de las direcciones que el destino me ponía como forzosas. Estaba justamente ubicada en el noroeste de la cruz, y ahí no había un trazo grabado, sólo pasto y al frente la nada enredada en mil árboles. Un miedo invadió a mi piel. Hojas secas comenzaron a caer. El ocre del otoño se vaciaba ante mi mirada. Los cuatro vientos susurraron un mañana. Apareció una chispa brillante sobre la caja. Era un hada.

‘Ven… no dudes en tomar la caja…”

Dijo. Y caminé hacia ella como si todas mis preguntas al fin tuvieran una respuesta.

Me hinqué ante la pequeña caja, mis piernas temblaban un poco; me sentía agitada, aun con la mágica emoción que me colmaba, mi corazón latía ansioso, entre esperanzado y temeroso. La incertidumbre no era de mi agrado, me mantenía en alerta. El hada me miraba plácida y con calma, sus alitas se agitaban como las de un colibrí, destilando polvos que destellaban al esparcirse en el aire. Sentía su intención en mi pecho, entibiándome los pulmones con cada respiración que daba. Sin palabras, me hablaba. De súbito, el temor que se había cernido en mi cuerpo, se difuminaba. Sonreí para mis adentros, decidiéndome a palpar con las palmas de mis manos la tibia superficie de la caja. Resbalé ligeramente los dedos sobre ella, percatándome de su lozanía y de una emanación lumínica extraña que desaparecía al dejarla de tocar. El hada seguía esperando pacientemente. Respiré hondo y, al terminar de exhalar, corrí el cerrojo y descubrí su interior.

El viento comenzó a soplar un instante, como si hubiese salido de la caja algo que había sido encerrado de por vida. Colores intensos de tonalidades rojizas, azules y doradas se entremezclaban al fundirse con el ambiente. Entre mi aliento, el viento y el aire que producía el hada, se formó un vórtice del tamaño de mis manos; giraba y giraba frente a mis ojos, reflejándose en mis pupilas como una esfera palpitante de luz.

“Tranquila… acabará pronto…”

Dijo. Y esperé, sin moverme, a que la esfera explotará en millones de fragmentos cristalinos y etéreos que se dispersaron en el ambiente como emanaciones vaporosas; tibias y luminosas, me fueron rodeando hasta recuperar su redondez, pero ahora conmigo dentro.

“Vuelve… te esperan…”

Dijo. Y, sin mediar palabra, porque, en realidad, no podía articular ninguna, me asomé al interior de la caja, encontrándome con ocho compartimentos y ocho frascos de cristal. Cada uno contenía algo diferente. En los compartimentos había yerbas y flores, mientras, en los frascos, extraños líquidos de diferentes colores que no supe definir. Quise meter la mano para tocar alguno, pero el hada, rápidamente, entró a la caja, evitándome así lograrlo. Revoloteando en el interior, me señaló con su bracito hacia un compartimento escondido en la esquina derecha de la caja. Miré con atención, encontrándome con una abertura por la cual podía apreciarse un pedazo de papel. Cuidadosamente, busqué la manera de sacarlo, metí mis dedos pulgar e indice por la ranura y saqué lo que parecía una hoja doblada en cuatro. Una vez fuera, la desdoblé para leer su interior.

“¿De cuatro en cuatro?

¿De dos en dos?

¿De diez en diez?

¿Qué número podrá ser

el que te pinte los pies

de frente y no al revés?

  • Ocimun basilicum
  • Papaver rhoeas
  • Citrus sinensis
  • Begonia semperflorens
  • Borago officinalis
  • Curcubita máxima
  • Curcubita pepo
  • Calendula oficinalis
  • Chamaemelum nobile
  • Centaurea nigra
  • Dianthus spp
  • Taraxacum official
  • Anethum graveolens
  • Pelargonium spp
  • Helianthus annus
  • Hibiscus rosa sinensis

…”

El hada revoloteó alrededor mío, bañándome del polvo diamantino que sus alas espolvoreaban al agitarse. Estaba contenta, se sentía su júbilo en el aire, además se apreciaba su regocijo gracias al curioso sonido que producía su vuelo; un zumbido penetrante, aunque fugaz y repentino. Se detuvo sobre mi cabeza, después de penetrar el delicado orbe que me protegía.

“Tu destino te espera… Pero, ten cuidado, elige sabiamente la respuesta a lo que se te ha preguntado, que no todo lo que parece avanzar, avanza… ni tampoco todo lo que parece estar detenido es pausa…”

Dijo. Y la cabeza se me llenó de infinitas imágenes, todas dibujándome mi destino, pero en distintos tiempos, en diferentes situaciones; todas a partir de este momento… y no en todos esos escenarios terminaba bien. Debía elegir los ingredientes correctos, en la medida necesaria, en el orden perfecto para salir de este lugar que empezaba a aterrarme. Había magia, pero también, un cierto aroma en el aire de congoja y desesperación. Debía definir mi destino. Debía escuchar a mi corazón.

Colaboración entrePaloma Lila&Esu Emmanuel.

Reencuentro Contigo.

Me enterneces el corazón,

lo haces (siempre lo has hecho)

Tienes pétalos en los dedos: me perfumas.

Te siento y te suspiro tanto.

Te beso las manos, las palmas, los dedos…

cada milímetro de la piel de tus bellas manos;

esas preciosas manos que tanto amo,

es por eso por lo que debes cuidarlas, así como a toda tú.


Ah, mi niña… ¡Cómo te abrazo!

¡Cómo te guardo entre mis brazos!

¡Cómo te pego a mi pecho para que, en él, descanses siempre!

Amo estés aquí…

No hay mujer más preciosa,

ninfa más etérea

ni niña más bonita que tú ¿lo sabías?

Ahora lo sabes.


Perfumas el aire que respiro cuando estás aquí…

¡Qué magia tan pura, intensa y única tienes!

Me endulzo de las notas dulces de tu aroma

y me sumerjo en el efluvio mágico que es suspirarte,

y ya sonríen mis labios… mi alma…

ya transita mi sangre con la calma de tu aroma,

es que, tenerte entre mis brazos, así…

tan suavecita… tan preciosa.


Eres mi petalito del cielo;

un pedacito suave y aterciopelado de nube.

Suficiente ternura eres,

que me transformas en un ramillete de esencias,

todas con tu nombre.

Eres aire… y me vuelvo tan etéreo

cuando te tengo en mis manos.

¿De qué estás hecha que me siento en las nubes?

Las siento revolotear a mi alrededor.

Hay una fuente de puro amor que no cesa de verter dulzura,

y nada (ni nosotros mismos) puede drenarla.


Te siento…

y las palabras que no encuentras

se hacen caricias mudas en mi pecho;

ésa es tu magia, que, sin decirme nada, todo me lo cuentas.

Mi alma es tu alma, y ni yo puedo negarle el que contigo se vaya.

Nunca he dejado de verte.

Jamás he dejado de mirarte.

Jamás.


Mis ojos te ven,

aun en la turbulencia,

aun en la sombra,

aun en la vacuidad

te ven, y te saben cómo a nadie…

Y, más allá de saberte, te siento.

Nunca he dejado de sentirte,

es algo que me sobrepasa…

Y, es que, uno puede irse, alejarse, desaparecer…

pero, hay un hilo que une a las almas…

y se tensa y destensa, haciéndolas vibrar al unísono.

Vibras a mi par.

Vibramos, de tal manera, que nada puede evitarnos.

Siento tu sinceridad en la oscuridad y en la luz;

así me sucedes.


Me desnudas, viajando en ambas direcciones;

arriba y abajo, y lo confieso: me tienes.

Me haces agua el pecho, me emocionas al borde del llanto…

¡Cuántas tormentas hemos cruzado

para hoy estar envueltos en un abrazo lleno de calma!

www.insbright.com

Esu Emmanuel©

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