#libros y poesía

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Lo que no te mata,
a veces,
tampoco te hiere de muerte,
pero se te clava en el alma,
te angustía las noches,
sodomiza tus días
y te lleva, sin darte cuenta,
a perderte;
te cambia el caracter,
debilita tus ansias y
se apodera, durante meses,
de tu corazón y tu mente,
te convierte en un ser
melancólico, nostálgico,
esclavo de su propia suerte.
Lo que no te mata,
a veces,
tampoco te hiere de muerte
pero, lo que es seguro,
es que no te hace más fuerte…

LA POESÍA SE NUTRE DE NOSTALGIAS

Emito mis alaridos sobre los techos de este mundo.

Walt Whitman.

Un poeta de mi tierra dijo alguna vez: “la poesía es el consuelo de bobos sin amor”. Me puse a pensar que mucho de cierto encierra, porque nada nos vuelca a escribir con mayor pasión, necesidad y sobre todo honestidad, que los momentos de desolación, tristeza, desesperación y angustia. Y lo mismo ocurre con quienes leen poesía, precisan de ella cuando están quebrados por la vida. Y la buscamos porque, la poesía puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, derrotar la soledad y sobrellevar la tristeza. 

Poesía

que no estás hecha

sólo de palabras

amontonadas en versos.

En ti hay una tormenta

esperando en silencio.

En ti existen los mundos

que soñamos

contra todos los pretextos,

en ti se hospedan las dulzuras

pero también los tormentos.

Te escondes en la daga

que hiere

a los amantes eternos,

en el viento que arrecia

en los olvidados cementerios,

en la noche bohemia

que abre los portales del tiempo.

En el lugar donde se han quedado

guardados los recuerdos.

En el valor que admite

que tiene mucho miedo.

En los corazones que se derrumban

después de que rompen sus sueños.


La poesía surge cuando aprendemos a observarnos a nosotros mismos, porque al concentrar la atención internamente, empezamos a sensibilizarnos y esa sensibilidad nos lleva a preguntarnos por qué el mundo que vemos y palpamos es como es, por qué sentimos lo que sentimos. ¿No tiene ninguna relevancia nuestra llegada a este torrente de vida y, aún más, la decisión de quedarnos?

Escribió alguna vez Almafuerte, que la felicidad humana no había entrado en los designios de Dios. Entonces existir, supone soledad y desarraigo. Por suerte, se nos ha regalado el arte para soportar la náusea, por suerte, hay un mago que nos salva y nos cura: el poeta.

Todos estamos solos y somos vulnerables y la poesía es el testimonio de nuestra odisea a la deriva. Nos inventamos acantilados para chocar, y en ese choque se calma nuestro ahogo.

De pregunta en pregunta y de centrar la mirada en algo que por cotidiano no es insulso, de instantes así se va nutriendo la poesía. Y ya ella, tan sabia como el tiempo mismo, sabe en qué momento gobierna las pasiones del ser humano para convertirlas en versos, para que el papel sea el paredón y el receptor de los arrepentimientos, los dolores o las añoranzas. Todo nuestro cansancio, nuestra angustia, nuestra alegría, todas nuestras noches, nuestro desdén y rebeldía, nuestra congoja y abandono, nuestro llanto y agonía, nuestra herencia irrenunciable y dolorosa, todo nuestro sufrimiento, en fin, toda nuestra pobre y maravillosa vida. Por eso es que escribir poesía es el acto más privado de nuestra vida, nace de la soledad y el ensimismamiento, hecha para nadie, para todos, para nada, para todo.

Pero las palabras del poeta no siempre acarician. El poema es almíbar y veneno, pájaro y jaula, infierno y redención. El poeta no teme visitar los recodos oscuros de la poesía. Advierte que, cuanto más cerca la belleza, más cerca la desdicha, cuanto más cerca el amor, más cerca la despedida. El adiós anida siempre en el calor de un abrazo.

El poeta se asoma al abismo, al suyo, a ese que Nietzsche advertía no asomarse demasiado. Se asoma y lamenta ya no ser él, sino otro. Sin embargo, lo consuela escribir, él ha sorteado las oscuras y bravías aguas del abismo interior, y con la sangre del corazón ha precisado el bosquejo de amores y desventuras. Tal vez sea mejor no separar el amor de la desventura. El amor es desventura.

El poeta escribe para herirse, también para gritar el dolor que le causa herirse. Herida y grito hay en el poema. Esa misma necesidad tienen los lectores, precisan de la poesía para vivir, tanto como el pan y los besos, aunque les llueva en los ojos la nostalgia fugitiva de los versos.

Dice Shakespeare, que el amor es una criatura bifronte y la pareja es un monstruo de dos cabezas. Lo aprendemos o lo sufrimos, o sólo sufrimos y complacidos vamos al abismo, aun sabiendo que lo único seguro en el amor es la ceniza. Porque la otra cara del amor o quizá la única es la del abandono, que se esconde desde la primera mirada. Después vienen los recuerdos a secarnos la boca, después viene el fantasma a instalarse en la memoria.

“Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, es así como explicaba Emily Dickinson su oficio de tejer palabras para lograr levantarle a alguno la tapa del cráneo.

Reconocerse vulnerable, verse débil en el exterior e irse diluyendo en el interior y agarrarse de la poesía y encomendarse a ella como diosa que ahonda en la melancolía sin condenarnos a ella.

¡Ay de aquel que no responde con su canto a los dulces y furiosos llamados del corazón!

Cuando se ama se corre el riesgo de sufrir, no hay amores que no hagan sufrir, no importa la lealtad o subyugar, todo amor desgarra. La palabra demuestra que amar tiene sus consecuencias… sufrimientos.

Escribimos mientras aguardamos a que esta realidad nos agobie un poco menos y seguimos caminando, buscándonos en lo desconocido, hasta que el dolor que llevamos dentro nos sobrepasa y nos hace regresar una y otra vez a la pluma.

¿De qué sirve pensar y sentir si todo ello no nos ayuda a vivir mejor? Nos arrojaríamos al vértigo de la ignorancia.

El gozo y la tristeza son dos fuerzas que se desafían, pero que dolorosamente duermen en el mismo lecho, el poeta los enfrenta y consigue que cada uno se desnude y cuente su historia. El poema yace en lo cotidiano, en lo humano, en lo visceral y es allí en donde el escritor ha encontrado un asilo al que nos invita, no sin antes dejarnos ese aliento de esperanza que nos deja la posibilidad de seguir escribiendo, la poesía no tiene que ser glamorosa ni excelsa, sino que debe acercarse a la profundidad del ser, a lo que nos duele, a lo que nos aleja o a lo que veces también nos retiene. Amamos en lo profundo, amamos en el dolor.

El poeta debe estar despierto a las simples cosas, agudizar los siete sentidos, incluido el de la magia y el del absurdo. Hay que vivir la poesía, después, si queda tiempo, se escribe. La esencia de la poesía está en el modo de percibir, escribir es una añadidura. Hay que ubicarse a un ladito del camino y ver pasar las personas y las cosas. Hacerse amigo de los duendes. Tener un dolor permanente en el costado, el mundo suele derrumbarse sobre la cabeza del poeta.

La poesía no le da la espalda al dolor, a ningún dolor, tampoco lo glorifica, más bien rechaza que sea sufrir.

Lo que ella no perdona es que haya quien dañe. La poesía detesta la crueldad, la golpea en su centro y de ese choque ilumina una cara distinta. Que haya quienes naveguen a su gusto el ajeno dolor, eso la poesía no lo tolera.

La poesía es una forma de resucitar, una segunda vida para los recuerdos. Los poemas sirven para detener el tiempo, todas esas imágenes se encuentran aquí, imágenes de otro tiempo: en ocasiones la poesía es más una pintura, una imagen estática del tiempo, que una reflexión sobre su paso.

Todos nosotros soñamos, amamos y sufrimos, y de todo eso se nutre la poesía, no vivimos sólo para cumplir deseos vulgares.

Buscamos la fuerza expresiva como una forma de conjurar nuestras fragilidades y nuestros miedos. La poesía es un territorio donde uno puede reconstruirse, ir hasta el fondo, desentrañarse.

Los versos podrían ayudarnos a mirar más allá y, ojalá, darnos consuelo en estos tiempos en los que da miedo vivir. La palabra poética tiene que servir para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro.

El poema puede llegar a ser un ejercicio compensatorio y también nos lleva a exponernos, a enfrentar riesgos.

Los poetas han sido los primeros en revelar que la eternidad y lo absoluto no están más allá de nuestros sentidos, sino en ellos mismos. Esta eternidad y esta reconciliación con el mundo se producen aquí y ahora, en nuestra vida mortal. Porque si hay alguna inmortalidad es seguramente la que nos otorga el amor y la poesía.

Habrá que buscar resquicios de vida bajo las ruinas de los actos cotidianos para no morir, encontrar la forma de transgredir lo que se nos impone.

Que se acabe todo, pero que nos quede la poesía, la música, que nos quede la esperanza, como dijo Emily Dickinson: “La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma, y entona melodías sin palabras, y no se detiene para nada, y suena más dulce en el vendaval”.


VIENE DE ADENTRO

En la hora del silencio,

un poeta camina de cara al cielo,

invoca al inválido recuerdo,

los tumultuosos recuerdos.

Manotazos de ansia

resuenan en su alma. 

En una copa de vino

asiste a su propio naufragio.


En la hora de la lluvia,

un fantasma

camina sangre adentro,

persigue incansable

la gota ebria

que apagará la llama

de algún sueño.


El poder de la pluma es la de traducir la realidad en emoción pura y esa llama es suficiente para avivar el espíritu y derrotar la tristeza

Si no brota del alma no es poesía, porque la poesía es carne y sangre, es desgarro y todo en movimiento es espíritu. “Escribe con sangre y verás que la sangre es espíritu”.

Algunos poetas se jactan de llevar una corona de laurel, otros en cambio seguirán soñando caminos con la espina en el corazón.

¡Ay poesía!

Nos viene de lejos esa melancolía.

Aquella nostalgia que en nosotros anida

sabe de felicidades, pero también de agonías. 

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