#un montón de poquitas cosas

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Breve idea del tiempo


Creemos que jugamos con el tiempo, pero es él quien juega y se entretiene con nosotros. El tiempo se sustrae a nuestro pensamiento, pensemos lo que pensemos nosotros de él.

No en vano el hombre ha poblado el cielo de dioses que controlan el tiempo, que lo van entregando y al mismo tiempo lo van hurtado, y mantienen guardado su enigma. El hombre ha poblado el cielo de dioses para poder entender su existencia en el tiempo.


Lo derrochamos, lo aprovechamos, intentamos detenerlo, soñamos con el instante en que seamos capaces de convertirlo en algo eterno, el dolor del tiempo es el deseo de la eternidad.

La pregunta por el tiempo es inevitablemente la pregunta por nosotros. Hablar del tiempo es hablar de nosotros. El don por excelencia del tiempo es la memoria.

Todo parece como si el tiempo presurosamente quisiera ir hacia el pasado y anhelamos el futuro por la sed insaciable de pasado que tenemos.

La morada por excelencia del tiempo somos nosotros. El tiempo pánico es el tiempo sin nosotros. Podría decirse que aquel que se pierde en el laberinto de sí mismo, está perdido en el tiempo. Aventurarse a vivir el presente tuerce el tiempo, lo dulcifica, así lentificamos su marcha, vivir en el tiempo es la pócima contra la desgracia.

La desgracia del tiempo es la obsesión de la explicación. La carencia de explicación no es una falta, no es una ausencia, es más bien una plenitud.

Hay cosas que nos piden que no hablemos de ellas, eventualmente el tiempo nos pide que no nos refiramos a él, que no lo convirtamos en algo medible, en algo cuantificable.

La tiranía del futuro hace presa de nosotros, de nuestros proyectos, de nuestros planes, de las ideas que tenemos del mundo. Nuestro frenesí nos ha llevado a una completa falta de medida. La naturaleza misma le pide al hombre que la libere del yugo del tiempo, que es el yugo de la multiplicación, de la productividad. Entre tanto, el hombre y su fiebre consumen todo lo que toca. Sumamos tiempo y no experimentamos nada, entonces lo restamos o lo robamos.

La belleza inagotable del tiempo es el instante. Nuestra vida está hecha de instantes separados unos de otros, de manera abismal. No percibimos esa separación extraordinaria entre los instantes porque necesitamos desesperadamente un tiempo continuo. Pero lo cierto es que el secreto del tiempo es el instante, su magnificencia está ahí. Cada instante es la plenitud de todo el tiempo, tanto que bastaría para que una vida se realizara plenamente con un solo instante.

Elias Canetti decía que a cada hombre le están destinados unos cuantos instantes y que la labor de toda una vida o de cada vida es encontrar los instantes de los que esa vida está hecha.

Vale la pena buscar y esperar, prepararse para encontrar, estudiar para hallar ese manojo de instantes que hacen que una vida sea completamente necesaria y que cada vida merezca el don extraordinario de la inmortalidad. La inmortalidad de cada vida está en los instantes que son indestructibles.

Sería extraordinario lograr vivir fuera de las divisiones habituales del tiempo, no conocer mes ni fecha, pero conocer otros hombres y vivir dentro de ellos. ¿Cómo hacerlo? Sustraerse al paso del tiempo, no registrarlo. A un hombre que logre vivir así, me lo imagino como un derrochador, el simple hecho de tener siempre tiempo, lo distinguiría de todos los demás, y tal vez su historia debería llamarse: el hombre que siempre tiene tiempo. Aunque, paradójicamente, el hombre que siempre tiene tiempo es también el hombre sin tiempo, porque ha renunciado a él. Quizá este hombre está más cerca del corazón secreto del reloj, del corazón secreto del tiempo. Tiene tiempo siempre, porque nunca tiene tiempo, porque vive fuera de las divisiones habituales del tiempo. Renuncia a la tiranía del tiempo que se mide, que se sucede.

El tiempo dicta sobre nosotros órdenes terribles. Parcela nuestras vidas. Deberíamos rebelarnos contra el reloj, el culpable de todas esas limitaciones, que establece distinciones completamente artificiales.

Cuando vivimos el tiempo como algo que pasa, lo sentimos como algo que pesa. Y el tiempo es liviano, grácil, fluido.

¡Qué reto sería! No dejarse contar el tiempo y no contarlo, para sentir y presentir la posibilidad de vivir con otros.

¡Qué giro extraordinario! Qué objeto tiene sobrevivir a los muertos si no es para vivir la vida en cada instante.

Es terrible ver como todo esta hecho bajo el influjo del reloj para el imperio de la muerte, aún las cosas más nobles, las virtudes, los valores. La fidelidad a la muerte da grima. El hombre se ha vuelto una criatura tremendamente cobarde.

La vida tomaría más sentido si lográramos zafarnos de la idea del tiempo sucesivo. Para que la vida vuelva a ser asombrosa y problemática y podamos acceder a la felicidad, derecho inalienable de todos.

EL MIEDO DEJÓ DICHO QUE VOLVÍA

Decreación

Hecho el mundo llegó el hombre

con un hacha,

con un arco,

con un fusil,

con un arpón,

con una bomba

y armado de pies y manos

de malas intenciones y de dientes

mató al conejo,

mató al águila,

mató al tigre,

mató a la ballena,

mató al hombre


H. Aridjis.

Ya no hay guerras lejanas, las redes sociales y los celulares hicieron que las guerras del mundo ocurrieran en todas partes. El planeta ve cómo baja la luz nocturna del misil, asiste a la tronera en los ladrillos, se aterra con las vendas en el rostro de la anciana ucraniana. Se nos metió la guerra entre las cobijas.

Kiev está más cerca que los pantanales donde la guerrilla de mi país ubica sus cajas explosivas. Son más nuestros los cientos de miles de emigrantes hacia la frontera polaca, que los venezolanos de Rappi que se nos volvieron parte del paisaje. No es que el mundo sea un pañuelo, es que nuestro pañuelo alberga al mundo.

Quizá la única lección que nos enseña la historia es que los seres humanos no aprendemos nada de las lecciones de la historia.

Aldous Huxley.

De China nos vino la pandemia, de Rusia nos llega la guerra. Países que son continentes y que han tenido emperadores y zares con hambre de planeta. Asia nos asedia, es un territorio de misterio. Ellos estornudan y a nosotros nos da gripa. Esto se decía antes de los estadounidenses, pero ellos hoy son nuestra habitación delantera.

La carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Ahora, mientras ustedes leen se construyó una nueva ojiva nuclear. Mañana cuando despertemos, habrá nueve mas en los guarda arneses de muerte del hemisferio de los poderosos. Con lo que costará una sola de ellas alcanzaría, aunque solo fuera por un domingo de otoño, para perfumar de sándalo las cataratas del Niagara.

600 científicos rusos escribieron una carta contra la guerra donde dicen que “es un paso a ninguna parte”. ¿Dónde queda ninguna parte? Tal vez ellos se refieren a la Tierra sin humanos, a lo que puede sobrevenir después de que una chispa incendie la pradera: nada, ninguna parte, nadie que diga “esto es alguna parte”.


No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.

Ya lo he dicho.

No duerme nadie.

Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,

abrid los escotillones para que vea bajo la luna

las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

Federico García Lorca.

Los actuales forjadores de imperios se creen Napoleón o Alejandro Magno. Ellos desgranan sus bombas y ruedan sus orugas porque necesitan aplastar, ser los únicos, aplicar las argucias aprendidas de antepasados ávidos.

Lo peor es que escupen su suciedad, ya no sobre su área de influencia sino sobre el mundo. Nos salpican a los lejanos espectadores, nos ubican vallas electrónicas en las fronteras. Se filtran en los sueños de los inocentes que todavía creen en pájaros que trinan en múltiples idiomas.

Síguen los bombardeos incesantes e inclementes mientras el resto del mundo lo vemos por televisión con el corazón en la mano. La guerra nos llega desde una perspectiva de desconfianza, trampa, mentira y espionaje, porque la primera víctima en la guerra es la verdad.

Uno se esfuerza por ir a dormir cada noche con el recuerdo de un momento agradable, cualquier cosa, pero es muy difícil cuando se tiene contacto con la cara sombría del mundo. Después de abrirle la puerta al dolor es imposible dormir en paz. Las horas pasan muy lentas, las horas de los desesperados pasan tan lentas como las de los insomnes.

Suenan las sirenas en Kiev, sentado en su trono está el loco de turno jugando al titiritero. Despacha amenazas con la pasividad de los perversos que justifican todas sus acciones.

¡Ah! Esa mirada de témpano, esa mueca de labios que pretende ser sonrisa, esa corbata anudada sin una arruga, esa enorme cabeza de efigie de piedra. Ese discurso de justificación de sus tanques porque otros antes echaron a rodar unos similares. Esa argumentación con datos estreñidos y óptica de contrainteligencia. Esa dialéctica de negros perros esteparios para asustar a visitantes.

La semilla del narcisismo puede germinar en las entrañas de cualquiera. Lo espantoso es que un narcisista se trepe al poder y saque las cosas de quicio.

Existen dos clases de locos: los mansos y los malditos.

Los dictadores son personas extremadamente narcisistas y se consideran llamados a desarrollar un proyecto que les dará gloria después de su muerte. Están demasiado ocupados en ejecutar ese gran plan como para ocuparse de las vidas de los demás y, sobre todo, eliminan cualquier obstáculo que pueda oponerse a ese ideal trascendente. Este loco, el de ahora, el de turno, construyó un régimen autoritario porque sin opinión pública es fácil tomar decisiones, y con ese fin elimina uno a uno a todos sus adversarios . Todo esto lo hemos estado viendo desde Occidente.

El problema es que en esta ocasión hay otra clave distinta: estamos frente a una superpotencia nuclear y frente a una persona que podría usar su arsenal atómico si llegase el caso.

Su misión existencial está por encima de la vida de todos, incluida la suya propia. Solo fíjense en sus ojos y su mirada: ahí está todo escrito.

Lo que la vida me enseñó

no estaba escrito en parte alguna

no vi la mano que rompió

sus siete sellos a la luna.

Negro caballo del abismo

el hongo negro se avecina

saltó a los cielos aquel monstruo

con sus guadañas asesinas.

Hasta la luna, musa mía

la luna, el sol y las estrellas

este planeta olvidarán

donde no brotan ya semillas.

Se cierne otra vez sobre este mundo

el nuevo caos, las tinieblas

porque en la era de la ciencia

rompió el átomo sus cadenas.


El arsenal nuclear que existe en todo el mundo puede eliminar doce veces todo rastro de vida en la tierra, eso en términos caseros quiere decir que cada ser humano, sin excluir a los niños, esta sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita. Tal es la potencia de aniquilación de esta amenaza colosal que plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que giran alrededor del sol, y de influir en el equilibrio del sistema solar. Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la industria nuclear desde su origen, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo.

El único consuelo de estas simplificaciones terroríficas, si de algo nos sirven, es comprobar que la preservación de la vida humana en la tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear. Pues su costo esta malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos.

Somos una legión de fantasmas que habita un pequeño rincón del universo, una mole de hombres alucinados, cuya terquedad sin fin, se confunde con la leyenda.

No hemos tenido un instante de sosiego en la historia humana, no ha surgido una raza de seres prometeicos, capaces de enmendarla, nos hemos repetido genéticamente una y otra vez. Han habido guerras, golpes de estado, revoluciones, dictaduras luciferinas, desapariciones forzosas, exilios … Esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, sino ésta que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, ésta que sustenta un manantial de creación insaciable, pero que también está plena, paradójicamente, de desdicha y de barbarie, es por primera vez en la historia del hombre el escenario de un desastre colosal, ya no es una simple posibilidad científica.

¿Qué química es, pués, el hombre?  ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicción, qué prodigio!  ¡Juez de todas las cosas, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error. Gloria y excelencia del universo…! ¡Reconocedlo, pués, soberbios, qué paradoja sois para vosotros mismos!  Humillaos, razón impotente, naturaleza imbécil, sabed que el hombre supera infinitamente al hombre.

Blaise Pascal.

Desde la aparición visible en la tierra, debieron transcurrir trescientos ochenta millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros ciento ochenta millones de años para el primer brote de una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos a diferencia del bisabuelo Pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso multimilenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón.

Nos hemos quedado cortos a la hora de encontrar patrones para interpretarnos.  Nos hemos convertido en alfiles sin albedrío a merced de los dueños del mundo, de fanáticos, de codiciosos y de locos. Y no importa si poco o nada tenemos que ver las grandes mayorías, en los conflictos de las poderosas minorías, la muerte y la locura vuelan hasta alcanzarnos.


Es difícil en tiempos como estos pensar en ideales, sueños y esperanzas, sólo para ser aplastados por la cruda realidad. Es un milagro que no abandone todos mis ideales. Sin embargo, me aferro a ellos porque sigo creyendo, a pesar de todo, que la gente es buena de verdad en el fondo de su corazón».

Una adolescente de 14 años, escondida en un ático, escribió en su diario esta reflexión sobre la guerra, la suya, en 1944.

Lo único que su familia tenía para comer era una mezcla viscosa de lechuga y papas podridas. La desnutrición se estaba ensañando con su cuerpo. Aún así se sentía contenta. Escribió que había sido dotada con un carácter alegre. No hay gracia más deseable que un carácter alegre. Incluso en la oscuridad de su encierro, Ana Frank era libre. Hubiera podido firmar más de un libro con su nombre. Malditos locos. No la dejaron.

Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos, una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el unico sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia. Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive de la clarividencia de la poesia.

Poetas y mendigos, músicos y profetas, escritores y malandrines, todas las criaturas de esta realidad desaforada, han tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida.  Éste es, como decía García Márquez, el tamaño de nuestra soledad.

Los estrategas del odio, de la demencia, de la venganza, de la codicia, de la guerra, reconocen nuestra debilidad: la confianza.  Siempre nos tragamos el cuento de la paz, y entre tanto, miles siguen muriendo.

Y a cada nuevo atentado, uno se pregunta:  ¿quién fue?   ¿Los Palestinos? Cobrando la ayuda militar y política a Israel. ¿Los iraquíes?  ¿Los salvadoreños? ¿Los vietnamitas? Cobrando sus miles de muertos.  ¿Los japoneses? Cobrando las bombas atómicas. ¿Los rusos?  ¿Los chinos? Cobrando los años de la Guerra Fria. ¿Los kosovares?  Cobrando los bombardeos de la OTAN.  Cuando se le debe a tantos, nunca se sabe quién es el que se arriesga a cobrar.

El final del último día

Un minuto antes de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotaran a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteara el curso de los rios, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el cielo. Las nieves perpetuas cubriran el desierto del Sahara, la vasta Amazonia desaparecerá de la faz del planeta destruida por el granizo, y la era del rock y de los corazones trasplantados estará de regreso a su infancia global. Los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro en esa última hora de ese último dia aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos. Todo habrá terminado. En el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas.

Dentro de millones de milenios, despues de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de la evolución, será quizá coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy.


Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aqui el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del universo.

Gabriel García Márquez.



Muchos creen que tener talento es cuestión de suerte, nadie piensa que tener suerte es cuestión de talento.

Leonardo da Vinci.


Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates leía una melodía para flauta (una aria)

— ¿De qué te va a servir? — Le preguntaron.

— “Para saberla antes de morir".


Corría el año 1922, Einstein acaba de ganar el premio Nobel de Física. Un niño le dice a su madre que quiere ser investigador, pero le preocupa que, al paso que va la ciencia, cuando sea mayor ya no quede nada por descubrir. Años después el niño se ha licenciado en física, pero interrumpe su doctorado cuando una bomba nazi destruye su laboratorio. Se incorpora entonces al servicio secreto británico y diseña una mina especial para hundir los dragaminas alemanes. Inconforme aún con su vida, incursiona en otro campo, y decide descubrir el secreto de la vida. Con un hatajo de visionarios inaugura la era del genoma y gana el Premio Nobel de Medicina por este trabajo. A los 60 años decide que el último territorio que queda por explorar para comprender la vida es la consciencia. A la edad en que la mayoría de la gente está pensando en la jubilación, él empieza una nueva carrera como neurocientífico. Durante casi treinta años genera ideas y ejerce una poderosa influencia, como pocos otros científicos de su tiempo. Pocas horas antes de morir, en el 2004, Francis Crick termina de corregir un manuscrito para los investigadores futuros que quieran entender mejor qué es la consciencia.


La suerte sólo favorece a la mente preparada.

Louis Pasteur.

Si incluso los cerebros más privilegiados y las personas con una capacidad de trabajo extraordinaria se mueren sin saberlo todo, ¿qué esperanza nos queda a los que tenemos capacidades más ordinarias?

No nos queda otro remedio que admitirlo: no podemos saberlo todo. Lo máximo a lo que podemos aspirar es a saber algunas cosas, pero a saberlas bien. 

Hoy sabemos mucho más de astronomía que Ptolomeo o Kepler, de física que Newton e incluso Einstein, de medicina que Hipócrates, de química que Lavoisier. Si vemos más lejos es porque estamos subidos en hombros de gigantes. Nuestra medida del universo es más exacta que la de Copérnico. A pesar de lo que no sabemos y de lo que no nos imaginamos que no sabemos, podemos decir que el cúmulo de conocimiento que tenemos es mayor, objetivamente mayor, que el que se tenía en la antigua Grecia, o incluso hace dos siglos. Es la historia del esfuerzo intelectual del hombre por comprender el mundo en el que le tocó vivir.

Hace apenas unos cuantos siglos, no teníamos la menor idea del lugar que ocupábamos en el universo, dónde estábamos, cuándo estábamos, nos encontrábamos perdidos en una especie de prisión.

Éramos cazadores y recolectores, la frontera estaba por todos lados, sólo nos limitaba la tierra, el océano y el cielo. Pero rompimos las cadenas de esa prisión. Fue el trabajo de generaciones de incansables buscadores, ellos cuestionaron la autoridad,  empezaron a pensar por si mismos, a cuestionarse así mismos. Trabajaron y probaron sus ideas por medio de la evidencia obtenida a través de la observación y la experimentación y nunca se olvidaron de recordar que podrían estar equivocados.

Toda nuestra ciencia comparada con la realidad es primitiva e infantil, y sin embargo es lo más preciado que tenemos.

Voltaire dijo de los hombres de su tiempo que su grandeza consistió en que necesitaban milagros y simplemente los hicieron.

El hombre ha llegado a atisbar en la enormidad del universo y en su insólita complejidad, y ha tenido que admitir con valentía y cierta decepción, que su lugar en el escenario total es insignificante. Pero aún así no se amedrentó y continuó su búsqueda.

Nuestra aventura actual es más asombrosa que cualquier novela, ahora podemos ver a voluntad cosas que antes sólo eran posibles en los sueños.

Si miramos al pasado, muchos de los grandes inventores, no fueron los primeros en concebir la idea, pero si fueron los primeros en hacerla posible, ellos son los que figuran en los libros de historia. Imaginar es de sabios, hacer es de genios. En perspectiva, todo depende del precio que estemos dispuestos a pagar.


Imaginen toda la vastedad del universo, una inmensidad de espacio y tiempo, una  vastedad mayormente inexplorada. Imaginen cuántos secretos esconde, cuántos misterios aguardan por nosotros. La ciencia nos puede llevar por toda esa grandeza y nos puede revelar esos misteriosa, pero sin imaginación no vamos a ningún lado. Todo cuanto podamos llegar a imaginar está impulsado por dos motores: escepticismo y asombro, y se guía por el conjunto de normas sencillas que rigen la ciencia y la hacen tan poderosa. Probar ideas con experimentos y observación,  edificar en esas ideas que pasen la prueba y desechar las que no la pasen. Seguir la evidencia hasta donde nos lleve y cuestionarlo todo. El hombre ha tomado esas reglas en serio y ha puesto el cosmos a sus pies.

El hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del universo, de donde ha surgido por azar. Su deber, como su destino, no está escrito en ninguna parte, le corresponde a él elegir entre el reino trascendente de las ideas y del conocimiento, o el de las tinieblas.

¿Qué tan lejos habrá deambulando nuestra especie de nómadas a finales del próximo siglo y a finales del próximo milenio?

Con todos nuestros defectos, a pesar de nuestras limitaciones y falibilidades, nosotros los humanos somos capaces de la grandeza.

Muchos se maravillan ante la enormidad de una montaña, ante el poder de los mares tempestuosos, o ante la grandeza del firmamento en una noche clara. Pero pasan de largo sin maravillarse, sin sorprenderse de sí mismos y de sus compañeros de especie.

Estamos hechos del mismo material del que están hechas las estrellas, pero hay hombres tan grandes como esas estrellas de dimensiones ciclópeas, destinados a arder para que la tierra pueda ser iluminada.

El camino abierto sigue llamándonos suavemente como una canción casi olvidada de la infancia.

La ignorancia no es decir: no lo sé, ignorancia es no querer saberlo.

Mi admiración y agradecimiento para @buckhead1111 por su trabajo hermoso e impecable y por compartirlo con todos nosotros.

La primera imagen de esta publicación hace parte de su exquisito trabajo.

Mi abuela solía decir que en mi tierra, el sol se ponía de pie como un arcángel.


Escucho aún desde mi infancia

un aleteo de palomas blancas,

un pájaro deteniendo el silencio,

entretejiendo distancias.

El sol amaneciendo tejados

y el sauce regalando fragancias.


Entonces solicito mi casa

inundada de luz blanca,

donde los recuerdos discurren

bajo el arco de la infancia.

Abro la verja del paisaje

y se desborda la nostalgia.


Yo he visto otras tierras

y también otros mares,

pero todo el amor en mi pecho

se lo entrego a ese paisaje.

Un pequeño lugar del mundo

poblado de escuelas

y viejas calles.


Iluminado por la hermosa luna

vestida con su antiguo traje,

y ése cielo derramándose

sobre sus enormes zaguanes.

Y cuando se desborda el horizonte …

¡oh, mi tierra!

qué hermoso es presenciarte.

LA POESÍA SE NUTRE DE NOSTALGIAS

Emito mis alaridos sobre los techos de este mundo.

Walt Whitman.

Un poeta de mi tierra dijo alguna vez: “la poesía es el consuelo de bobos sin amor”. Me puse a pensar que mucho de cierto encierra, porque nada nos vuelca a escribir con mayor pasión, necesidad y sobre todo honestidad, que los momentos de desolación, tristeza, desesperación y angustia. Y lo mismo ocurre con quienes leen poesía, precisan de ella cuando están quebrados por la vida. Y la buscamos porque, la poesía puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, derrotar la soledad y sobrellevar la tristeza. 

Poesía

que no estás hecha

sólo de palabras

amontonadas en versos.

En ti hay una tormenta

esperando en silencio.

En ti existen los mundos

que soñamos

contra todos los pretextos,

en ti se hospedan las dulzuras

pero también los tormentos.

Te escondes en la daga

que hiere

a los amantes eternos,

en el viento que arrecia

en los olvidados cementerios,

en la noche bohemia

que abre los portales del tiempo.

En el lugar donde se han quedado

guardados los recuerdos.

En el valor que admite

que tiene mucho miedo.

En los corazones que se derrumban

después de que rompen sus sueños.


La poesía surge cuando aprendemos a observarnos a nosotros mismos, porque al concentrar la atención internamente, empezamos a sensibilizarnos y esa sensibilidad nos lleva a preguntarnos por qué el mundo que vemos y palpamos es como es, por qué sentimos lo que sentimos. ¿No tiene ninguna relevancia nuestra llegada a este torrente de vida y, aún más, la decisión de quedarnos?

Escribió alguna vez Almafuerte, que la felicidad humana no había entrado en los designios de Dios. Entonces existir, supone soledad y desarraigo. Por suerte, se nos ha regalado el arte para soportar la náusea, por suerte, hay un mago que nos salva y nos cura: el poeta.

Todos estamos solos y somos vulnerables y la poesía es el testimonio de nuestra odisea a la deriva. Nos inventamos acantilados para chocar, y en ese choque se calma nuestro ahogo.

De pregunta en pregunta y de centrar la mirada en algo que por cotidiano no es insulso, de instantes así se va nutriendo la poesía. Y ya ella, tan sabia como el tiempo mismo, sabe en qué momento gobierna las pasiones del ser humano para convertirlas en versos, para que el papel sea el paredón y el receptor de los arrepentimientos, los dolores o las añoranzas. Todo nuestro cansancio, nuestra angustia, nuestra alegría, todas nuestras noches, nuestro desdén y rebeldía, nuestra congoja y abandono, nuestro llanto y agonía, nuestra herencia irrenunciable y dolorosa, todo nuestro sufrimiento, en fin, toda nuestra pobre y maravillosa vida. Por eso es que escribir poesía es el acto más privado de nuestra vida, nace de la soledad y el ensimismamiento, hecha para nadie, para todos, para nada, para todo.

Pero las palabras del poeta no siempre acarician. El poema es almíbar y veneno, pájaro y jaula, infierno y redención. El poeta no teme visitar los recodos oscuros de la poesía. Advierte que, cuanto más cerca la belleza, más cerca la desdicha, cuanto más cerca el amor, más cerca la despedida. El adiós anida siempre en el calor de un abrazo.

El poeta se asoma al abismo, al suyo, a ese que Nietzsche advertía no asomarse demasiado. Se asoma y lamenta ya no ser él, sino otro. Sin embargo, lo consuela escribir, él ha sorteado las oscuras y bravías aguas del abismo interior, y con la sangre del corazón ha precisado el bosquejo de amores y desventuras. Tal vez sea mejor no separar el amor de la desventura. El amor es desventura.

El poeta escribe para herirse, también para gritar el dolor que le causa herirse. Herida y grito hay en el poema. Esa misma necesidad tienen los lectores, precisan de la poesía para vivir, tanto como el pan y los besos, aunque les llueva en los ojos la nostalgia fugitiva de los versos.

Dice Shakespeare, que el amor es una criatura bifronte y la pareja es un monstruo de dos cabezas. Lo aprendemos o lo sufrimos, o sólo sufrimos y complacidos vamos al abismo, aun sabiendo que lo único seguro en el amor es la ceniza. Porque la otra cara del amor o quizá la única es la del abandono, que se esconde desde la primera mirada. Después vienen los recuerdos a secarnos la boca, después viene el fantasma a instalarse en la memoria.

“Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, es así como explicaba Emily Dickinson su oficio de tejer palabras para lograr levantarle a alguno la tapa del cráneo.

Reconocerse vulnerable, verse débil en el exterior e irse diluyendo en el interior y agarrarse de la poesía y encomendarse a ella como diosa que ahonda en la melancolía sin condenarnos a ella.

¡Ay de aquel que no responde con su canto a los dulces y furiosos llamados del corazón!

Cuando se ama se corre el riesgo de sufrir, no hay amores que no hagan sufrir, no importa la lealtad o subyugar, todo amor desgarra. La palabra demuestra que amar tiene sus consecuencias… sufrimientos.

Escribimos mientras aguardamos a que esta realidad nos agobie un poco menos y seguimos caminando, buscándonos en lo desconocido, hasta que el dolor que llevamos dentro nos sobrepasa y nos hace regresar una y otra vez a la pluma.

¿De qué sirve pensar y sentir si todo ello no nos ayuda a vivir mejor? Nos arrojaríamos al vértigo de la ignorancia.

El gozo y la tristeza son dos fuerzas que se desafían, pero que dolorosamente duermen en el mismo lecho, el poeta los enfrenta y consigue que cada uno se desnude y cuente su historia. El poema yace en lo cotidiano, en lo humano, en lo visceral y es allí en donde el escritor ha encontrado un asilo al que nos invita, no sin antes dejarnos ese aliento de esperanza que nos deja la posibilidad de seguir escribiendo, la poesía no tiene que ser glamorosa ni excelsa, sino que debe acercarse a la profundidad del ser, a lo que nos duele, a lo que nos aleja o a lo que veces también nos retiene. Amamos en lo profundo, amamos en el dolor.

El poeta debe estar despierto a las simples cosas, agudizar los siete sentidos, incluido el de la magia y el del absurdo. Hay que vivir la poesía, después, si queda tiempo, se escribe. La esencia de la poesía está en el modo de percibir, escribir es una añadidura. Hay que ubicarse a un ladito del camino y ver pasar las personas y las cosas. Hacerse amigo de los duendes. Tener un dolor permanente en el costado, el mundo suele derrumbarse sobre la cabeza del poeta.

La poesía no le da la espalda al dolor, a ningún dolor, tampoco lo glorifica, más bien rechaza que sea sufrir.

Lo que ella no perdona es que haya quien dañe. La poesía detesta la crueldad, la golpea en su centro y de ese choque ilumina una cara distinta. Que haya quienes naveguen a su gusto el ajeno dolor, eso la poesía no lo tolera.

La poesía es una forma de resucitar, una segunda vida para los recuerdos. Los poemas sirven para detener el tiempo, todas esas imágenes se encuentran aquí, imágenes de otro tiempo: en ocasiones la poesía es más una pintura, una imagen estática del tiempo, que una reflexión sobre su paso.

Todos nosotros soñamos, amamos y sufrimos, y de todo eso se nutre la poesía, no vivimos sólo para cumplir deseos vulgares.

Buscamos la fuerza expresiva como una forma de conjurar nuestras fragilidades y nuestros miedos. La poesía es un territorio donde uno puede reconstruirse, ir hasta el fondo, desentrañarse.

Los versos podrían ayudarnos a mirar más allá y, ojalá, darnos consuelo en estos tiempos en los que da miedo vivir. La palabra poética tiene que servir para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro.

El poema puede llegar a ser un ejercicio compensatorio y también nos lleva a exponernos, a enfrentar riesgos.

Los poetas han sido los primeros en revelar que la eternidad y lo absoluto no están más allá de nuestros sentidos, sino en ellos mismos. Esta eternidad y esta reconciliación con el mundo se producen aquí y ahora, en nuestra vida mortal. Porque si hay alguna inmortalidad es seguramente la que nos otorga el amor y la poesía.

Habrá que buscar resquicios de vida bajo las ruinas de los actos cotidianos para no morir, encontrar la forma de transgredir lo que se nos impone.

Que se acabe todo, pero que nos quede la poesía, la música, que nos quede la esperanza, como dijo Emily Dickinson: “La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma, y entona melodías sin palabras, y no se detiene para nada, y suena más dulce en el vendaval”.


VIENE DE ADENTRO

En la hora del silencio,

un poeta camina de cara al cielo,

invoca al inválido recuerdo,

los tumultuosos recuerdos.

Manotazos de ansia

resuenan en su alma. 

En una copa de vino

asiste a su propio naufragio.


En la hora de la lluvia,

un fantasma

camina sangre adentro,

persigue incansable

la gota ebria

que apagará la llama

de algún sueño.


El poder de la pluma es la de traducir la realidad en emoción pura y esa llama es suficiente para avivar el espíritu y derrotar la tristeza

Si no brota del alma no es poesía, porque la poesía es carne y sangre, es desgarro y todo en movimiento es espíritu. “Escribe con sangre y verás que la sangre es espíritu”.

Algunos poetas se jactan de llevar una corona de laurel, otros en cambio seguirán soñando caminos con la espina en el corazón.

¡Ay poesía!

Nos viene de lejos esa melancolía.

Aquella nostalgia que en nosotros anida

sabe de felicidades, pero también de agonías. 

HUBO UN TIEMPO EN EL QUE  NUESTRO CORAZÓN ALBERGÓ ALGO DENTRO QUE ERA MÁS GRANDE QUE EL MUNDO ENTERO

Siempre cruzan por mi mente, como un río, esas evocaciones de infinita nostalgia de las navidades de la infancia, cuando el mundo se inauguraba frente a nosotros y creíamos que había tanta belleza en él, desconociendo sus crueldades.

Aún escucho voces que me son sensiblemente familiares, las que supieron darle al lenguaje su fuente originaria y pura. Por esto ahora, cargados de emociones hondas recordamos a los antepasados que nos enriquecieron la imaginación narrándonos sus historias fascinantes por esta época. Ellos agotaban nuestra fantasía y nuestro asombro y ayudaban a tejer los interrogantes y los sueños, con la mirada perdida en el firmamento, observando el juego de las estrellas vírgenes. Ojalá, en este mundo crucificado por violencias, odios, egoísmos, injusticias y arbitrariedades, podamos algún día volver a soñar con inocencia, para lo cual tendremos que descubrir lo más difícil: ¿cómo volver a vivir con inocencia?

Charles Dickens, escribió “un cuento de navidad” en 1843, un relato corto envuelto entre la niebla y el misterio que mantiene vivo el espíritu de lo que es o deberían ser estos tiempos.

Cuento de Navidad no es hermoso solamente por su hondo contenido poético, sino también porque ninguna otra obra literaria rescata el espíritu de la navidad como esta.

No sé cuál de todos los ingredientes de este cuento sea mi favorito: el personaje asocial, la intervención del mundo sobrenatural o la conversión del protagonista después de entender que ha conducido su vida de forma equivocada. En este relato, el milagro de la transformación se da durante el día de Navidad. Dickens sentía estas fechas como el momento de la hospitalidad y la tolerancia, la ocasión para bucear en los recuerdos y buscar en nuestra vida la armonía, sin lamentarnos por los sueños que no se han cumplido y para traer «a nuestro lado a las personas que quisimos», y que seguimos queriendo, diría yo, pero que ya no están. Estos días se vuelven música, se tornan poesía.

Es muy triste la existencia de aquel que nunca se ha desprendido una chispa de generosidad. “Escasa influencia ejercían sobre Scrooge el calor y el frío exteriores”, releo en el relato. Muchos viven con tanta amargura que uno siente, como el mismo señor Scrooge, que la oscuridad les resulta barata, y por eso les gusta. Como si vivir no fuera pensar también en las necesidades de los otros, en sus sueños y sus preocupaciones, sus anhelos y sus frustraciones.

Quizá por eso, “es preciso para todo hombre que el espíritu que lleva dentro de sí salga al encuentro de sus semejantes y ande por todas partes”

La Navidad no es más que una puerta abierta para que quienes se han ido encuentren la luz encendida después del largo camino, es el reencuentro, es la unión y una ligera dosis de esperanza.

La literatura muchas veces hace más fácil y especial el regreso o la partida. Las palabras suelen cambiar la vida de alguien si se escuchan, si se cree que ellas mismas son un acto de fe. Este tiempo es propicio a la literatura y, con ella a emprender un viaje renovado a los tiempos del fuego de hogar. Un viaje imaginativo a la infancia recuperada.

Yo imagino.

Hubo un tiempo, dice Charles Dickens, en el que para la mayoría de nosotros, estos días  envolvían nuestro limitado mundo, como un anillo mágico y colmaba nuestros deseos y aspiraciones, reunía diversiones hogareñas, afectos y sueños, reunía todo y a todos al amor de la mesa, y dotaba de plenitud la pequeña imagen que resplandecía en nuestros brillantes ojos infantiles.

Fue el tiempo de los días radiantes e ilusorios que hace tanto nos abandonaron ¡para aparecer débilmente, tras la lluvia o en los bordes más pálidos del arco iris!   Fue el tiempo del disfrute honesto de las cosas que iban a ser, y que nunca fueron, pero ¡eran tan reales en nuestra imaginación, que sería difícil decir qué realidades ocurridas desde entonces han sido más incontestables!

¿Acaso ya viviste ese día en el cual estabas con esa persona amada que tanto te costó encontrar?

¿O aquel otro en el que saludas con un abrazo a tu antiguo rival intercambiando con él palabras de amistad y perdón?

¿Y ese otro día en el que ves a tu amor de juventud del brazo de otro y piensas  en lo desgraciado que hubieras sido de haberlo ganado tú?

¿Y llegó por fin ese día en el cual acabas de conseguir todo cuanto has querido y por lo que tanto has luchado, en que tu apellido se ve honrado y ennoblecido, y en tu casa te reciben llorando de alegría?  ¿Es posible que estos días  aún no hayan llegado?  

¿Podrías detenerte hoy en el camino y recordar las cosas que nunca fueron con la misma naturalidad y satisfacción, con la misma gravedad que las cosas que han sucedido y desaparecieron, o que han sucedido y todavía perduran?

De ser así, no quedaría más remedio que concluir que la vida es poco más que un sueño, y de cuán poco importantes son nuestros amores y nuestras luchas.

Pero yo quiero creer que nadie piensa así. Porque nada como el espíritu humano para perseverar por cumplir sus sueños.  A medida que pasan los años deberíamos agradecer nuestros recuerdos infantiles y nuestros sueños juveniles, y sobre todo las lecciones que nos dejaron. Porque todo ese mundo pasado tejió este presente imperfecto tan apreciado.

Este día, no alejemos nada de nosotros, ni lo que fue o pudo ser, ni siquiera a los que fueron.  Ni el rostro de tu enemigo, ni a ese amigo, compañero o hermano que ahora ya no está entre nosotros. Ni siquiera lo apartes a él, ¿nos habría olvidado él?,  ¿habría dejado él de querernos?

Trae a tu lado a todas las personas que has querido, déjales siempre un lugar entrañable en tu corazón. No excluyas nada.

¡Démosle la bienvenida a todo y a todos, e invitémoslos a compartir nuestro fuego.

¡Bienvenidas antiguas aspiraciones a nuestro refugio debajo del árbol! Que sepan que no las hemos olvidado, y que jamás las enterramos.

Bienvenidos los viejos recuerdos que dejamos tallados en piedra, entre la hierba allá en nuestro pequeño pueblo.

¡Bienvenidos viejos proyectos y viejos amores, por fugaces que fueran!   ¡Bienvenido todo cuánto llegó a ser autentico en nuestros corazones! Nunca dejes de alentar tiernamente estos recuerdos. Porque ante ese niño que fuimos se extiende aún un futuro brillante que jamás imaginamos en nuestros pasados y románticos días.

¡Bienvenido todo!  Bienvenido lo que ha sido, lo que jamás fue, y lo que esperamos que sea. Bienvenido todo a nuestro rincón, donde lo que es, aguarda con los brazos abiertos.

https://youtu.be/1LMSOfs10mA

EMBAJADORES DE COSAS EXTRAÑAS

“No sabemos en qué preciso momento nace una amistad. Cuando se llena una vasija gota a gota, una de ellas rebasa al fin la vasija; así, en una serie de actos bondadosos, hay al fin uno que enciende el corazón”.

Ray Bradbury.

Juan y yo teníamos ese tipo de amistad que todo el mundo quisiera experimentar: compañerismo, confianza, solicitud, tomar riesgos y todo lo que puede incluir la amistad en nuestras apresuradas y caóticas vidas.

Nuestra relación comenzó en la secundaria y se fue afianzando a través de las competencias deportivas. Sentíamos mutuo respeto por las cualidades atléticas del otro. Con el transcurso del tiempo nos hicimos los mejores amigos.  Juan fue el padrino de mi boda, y yo el suyo pocos años después.  Es también el padrino de mi hijo Nicolás.  Sin embargo, el acontecimiento que mejor ilustra nuestro compañerismo y que afianzó nuestra amistad, ocurrió hace más de veinticinco años, cuando teníamos veinte, éramos jóvenes y sin preocupaciones.

Juan y yo asistimos a una fiesta en la piscina del club local de natación y tenis. Él acababa de ganar un premio.  Nos dirigíamos hacia el auto bromeando, cuando Juan se volvió y me dijo:

— Alberto, has bebido muchos cócteles, amigo, tal vez yo deba conducir.

Primero pensé que bromeaba, pero como Juan es decididamente el más sabio de los dos, respeté su sobrio juicio.

— Buena idea. — respondí y le entregué las llaves.

Una vez instalado en el volante y yo en el sitio del pasajero, me dijo:

— Necesitaré tu ayuda, pues no sé llegar a tu casa desde aquí.

— No hay problema. — respondí.

Juan encendió el auto y partimos. No sin los saltos y paradas de la primera vez.  Las diez millas siguientes me parecieron cien, mientras le daba indicaciones a Juan: ahora a la izquierda, más despacio, pronto, hay que girar a la derecha,  acelera, etc.  Lo importante es que aquella noche llegamos sanos y salvos a casa.

Diez años después, durante mi boda, Juan hizo que los ojos de los cuatrocientos invitados se llenaran de lágrimas mientras les relataba la historia de nuestra amistad y de cómo habíamos llegado a casa aquella noche.

¿Pero, por qué es ésta una historia tan extraordinaria?   Todos, espero, entregamos nuestras llaves cuando sabemos que no debemos conducir. Pero el asunto es que mi amigo Juan es ciego, ciego de nacimiento y nunca, antes de aquella noche, había estado al volante de un auto.

Nuestra disposición a asumir riesgos y a confiar en el otro, continúa dando significado y alegría al viaje de nuestra amistad.

Dijo Sócrates: Sé lento al entrar en una amistad, pero cuando estés dentro, continúa firme y constante.

Leí alguna vez esta historia en los anales de Ripley (aunque usted no lo crea) le hice esta pequeña ambientación, y me valgo de ella para honrar la amistad, porque creo en su grandeza.

Me gustaría empezar por decir que la amistad no es simplemente un asunto de compinchería, un grupo de personas extraviadas que encuentran su identidad, un refugio contra la soledad y la dureza de la vida, ese ícono en la interfaz de una red social, una coreografía de halagos sin fundamento, el nombre que uno le pone a un montón de personas que se juntan para volverse iguales. Decir que la amistad son las alianzas mundanas, interesadas y de modas pasajeras es prostituirla. 

Si la amistad es esencialmente una relación de amor verdadero, y la nuestra es la era del narcicismo y el simulacro, entonces la amistad requiere en nuestros días un poco de locura, es una suerte de contravía y también es un acto de fe.

La amistad tiene que apostarle al sentido, a la integridad, a la sabiduría, a la dignidad y a la verdad. Es una apuesta al crecimiento y a la virtud en el hombre.

Una amistad verdadera es un pacto sellado para acompañarse en esa apuesta de retarse, cuidarse, enseñarse y deleitarse haciendo sentido en ese camino que es vivir. Sin camino, sin propósito, sin un para qué en la vida, la amistad carece del hilo esencial para cuidar ese pacto. 

Pero la amistad no es sólo el pacto, es también el camino, por eso sólo puede llamarse amistad a esa relación que permanece indemne en las verdes y las maduras, en la abundancia y la carencia, en la coronación y el ostracismo, y que pasa por todas las imágenes del camino y siempre está más allá del camino. 

Muchos creen que amistad es solo complicidad, camaradería e indulgencia. Pero la verdadera amistad debe tener algo de dureza, en medio de una gran ternura. Una dureza que no halaga el ego, que no valida las mentiras, que no apoya la inconsciencia, que no es cómplice en las apuestas mediocres, que no premia ni la victimización, ni la irresponsabilidad, ni la dependencia. El amor de un amigo es incondicional con nuestra alma y nuestra virtud, pero implacable con nuestro ego y nuestra mediocridad.  Por eso el coraje de la verdad es sagrado en la amistad. Un coraje que está dispuesto a poner en riesgo el vínculo en honor a la verdad. Por eso una de las premisas de la amistad es que uno siempre esté dispuesto a perderla por honrarla. Ese es el amigo, el que se para de frente y da la cara y dice las cosas como son, así nos cueste digerir sus verdades.

La amistad no es un pacto de semejanza. En la amistad se ama la diferencia. Y la hermosa unidad que uno encuentra en las verdaderas amistades solo se da bajo la condición de que se respete la diferencia. Para ser uno, los amigos tienen que ser dos primero, cada uno fiel a sí mismo, cada uno auténtico. Por eso los orgullosos, los vanidosos y los avergonzados, los que no han tenido el coraje para pagar el precio de la diferencia, no saben ser amigos.

La piedra que en el papel no es capaz de trazar una línea recta, en el agua hace círculos perfectos.

Así como nadie sabe por qué nos enamoramos, por qué llegamos a creer que sin esa persona no vale la pena la vida, tampoco sabemos qué nos induce a elegir a nuestros amigos, por qué esas personas y no otras, por qué con unas compartimos los secretos más íntimos y nos atrevemos a hablar con ellos como si lo hiciéramos con nosotros mismos y con otras a duras penas nos comunicamos. Conocemos centenares de personas en el transcurso de nuestra vida, gente muy valiosa, pero solo logramos conectar de una manera tan intima y poderosa con unos pocos, es un misterio, como si estuviesen ahí esperando por nosotros o viceversa.

“Algunas amistades son eternas”, dice Pablo Neruda en un poema, “Cuando estás triste y el mundo parece oscuro y vacío, esa amistad eterna levanta tu ánimo y hace que ese mundo oscuro y vacío de repente parezca brillante y pleno”.

Qué vínculo tan extraordinario es la amistad, que parece no tener fin, no importa cuántos años pasen, lo poquito que han hablado o los cambios que la vida haya puesto en el camino. Ese deseo de entender las opiniones del otro, el encontrarnos frente a un espejo que refleja aspectos de lo que somos o el conseguir que alguien aprecie y comprenda nuestras rarezas. Esa fuerza invisible de valores compartidos, de intereses comunes y sobre todo de lealtad. Esa conexión que surge en cualquier momento, en cualquier parte y con las personas más inesperadas. El debate, el humor que no hiere, el sentirse escuchado y poder contar la propia historia, ese lazo que buscamos de manera innata y en la que prima la espontaneidad, no tiene precio.

A diferencia del amor que muchas veces no es lo que parece, la amistad sí es lo que parece. Y es en esa claridad donde descansa su valor. Porque fluye sin estrategias ni apariencias.

Uno va haciéndose de amigos en el transcurso de la vida, pero los primeros, los que hicimos en las primeras etapas de nuestra vida, siguen siendo un grupo aparte, una especie de logia secreta, fortalecida por un lazo unificador casi indestructible, que son las nostalgias comunes.

Jamás sabremos si somos nosotros los que escogemos a los amigos o son ellos los que nos escogen a nosotros, o ya estamos “escogidos” desde vidas anteriores, sin importar cómo fuere, un vínculo así hay que salvarlo como sea.

“Cada amigo representa un mundo en nosotros, un mundo que posiblemente no nace hasta que ellos llegan, y es sólo en este encuentro que un nuevo mundo puede surgir”.

Anaïs Nin

No podemos manifestarnos libremente frente a cualquier persona y en cualquier ambiente, pero en la casa de tu mejor amigo puedes entrar sin ponerte uniforme, sin tener que someterte a recitar el Corán y sin renunciar a nada de cuanto forma parte de tu patria interior. 

No necesitas disculparte por ser como eres, ni demostrar ninguna cosa. Porque un amigo solo considera al hombre, simplemente, honra sus creencias, sus costumbres y sus particularidades. A los amigos hay que verlos como embajadores de peculiaridades, de cosas extrañas, al fin de cuentas, aprendemos a querer esas rarezas y a respetarlas porque los hacen únicos.

“No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

Antoine de Saint-Exupéry.

Todos necesitamos ir allá donde sabemos que  podemos ser puros, por eso no hay mejor lugar para ser que la casa de tu amigo.

Con tu amigo experimentas una grata sensación de autenticidad, las palabras que se pronuncian coinciden perfectamente con lo que sientes dentro de ti. Estás realmente todo tú en cada cosa que dices. No hay que disimular emociones, ni amarrar las palabras o las imágenes que circulan libremente por tu espíritu.  Nada perturba aquel clima de felicidad, naturalidad, pureza y transparencia.

Afortunadamente frente a los amigos no necesitamos máscaras, ni fórmulas, ni etiquetas, porque ellos aman lo que hay y lo respetan. Y al aceptar esa autenticidad, se hacen indulgentes para con su amigo. Ante un amigo no simulamos lo que no somos, ni nos privamos de emociones, porque un amigo del alma es una cumbre al aire libre, adonde podemos acudir a liberarnos de banalidades y sacar a asolear nuestra DIAFANIDAD.

Para todos mis queridos amigos, que tal vez no sean poetas, pero que sin duda, para mi, son un poema.

https://youtu.be/eaKG17XoQ48

PENSABA HACERLO, PERO …

NO HUBO TIEMPO

Alicia - ¿Cuánto tiempo es para siempre?

Conejo blanco - A veces, sólo un segundo.

Es vanidad creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego, encendemos una vela, andamos con ella por el corredor, nos asomamos a veces a lo que fuimos, antes de ser ésto, que vaya a saber si somos.

Cortázar.

El tiempo transcurre pesadamente para el aburrido, al dinámico le falta, para los jóvenes vuela y para los ancianos se agota.

Lo anhelamos, lo maldecimos, lo matamos, abusamos de él.

¿Es un amigo, o un enemigo acaso?

El tiempo es algo tan difícil de definir, como decía San Agustín: si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé. Y eso es porque nuestro lenguaje tiene tan asumido la existencia del tiempo, que es muy difícil usar palabras para definirlo sin incurrir en decir lo mismo. No obstante, creo que la mejor definición o la que más me gusta a mi sobre el tiempo, la hizo Platón, hace ya más de 2700 años.

EL TIEMPO ES UNA IMAGEN MÓVIL DE LA ETERNIDAD

Platón

El tiempo es tan subjetivo y tan abstracto, que pareciese ir de la mano de nuestros estados de ánimo, por eso es totalmente relativo, como dedujo Einstein. Parece ir más aprisa cuando el mundo se nos presenta generoso, pero curiosamente, se torna lento y pesado, cuando nos asedian las dificultades.

Pero, para apreciar mejor su potencial; quizá fuera necesario, observarlo a través del filtro de los recuerdos.

Cuando fuimos niños, nos sobraba dulzura y felicidad; pero nos faltaba tiempo para gastárnoslas. Era el tiempo del “uno más”. Un jueguito más, un cuentito más, un ratito más…  Y había que ver cómo anhelábamos la llegada del día siguiente, para volvernos a precipitar en caída libre en ese expreso que nos conducía a un mundo que era habitado por hobits, elfos, duendes, pequeños liliputienses y seres fantásticos, venidos de todas partes y cuyo único propósito era, no tomarse la vida demasiado en serio.

La alegría de entonces, se nos venía en oleadas horizontales. Planeamos cazar fantasmas, recolectar estrellas fugaces, fabricar puentes invisibles, bautizar mariposas y atrapar al ángel de la guarda. Trazamos mapas, llevamos cuentas, hicimos cálculos y de hecho, lo habríamos logrado, pero… crecimos y lo olvidamos.  No hubo tiempo. Abandonamos la niñez muy pronto, la dejamos enterrada en el cofre de los tesoros. Ese cofre que enterramos en la esquina de la cuadra. Un rinconcito de acera que nos perteneció muy poco tiempo y que fue ocupado por otros chicos que vinieron a relevarnos.

Cuando fuimos niños, nos sentamos a contemplar el mundo y a tratar de interpretarlo a nuestra muy quijotesca manera. Pero el tiempo siguió su curso, inalterable, como una flecha disparada hace mil años.

Abandonada la niñez, llega la etapa que está demarcada por la odisea de nuestras vidas.

Nos falta tiempo para todo. Lo queremos “todo, al mismo tiempo y ahora” y al ir tras ello, vamos dejando en el camino, todos nuestros rostros del pasado y nos convertimos en una mala versión del yo que un día soñamos.

No añoramos al niño que fuimos y el anciano que seremos, es un ser lejano, demasiado ajeno.

Ahora, contemplar el mundo, no nos interesa y tratar de interpretarlo, menos, lo que queremos es cambiarlo, y ¡vaya que lo logramos! Ninguna otra época ha sido tan versátil, polifacética y aprovechable.

Hoy, un hombre en su adultez, puede lograr casi cualquier cosa, lo que proyecte y aún sin recursos y puede derribar cuántos obstáculos se le pongan en frente. Pareciera que ya fuésemos demasiado viejos, cuando apenas estamos comenzando a vivir. Nos hacemos viejos antes del tiempo y nuestra juventud, como se tuvo que vivir, fue a formar parte de las reliquias de nuestro cofre de los tesoros.

Un anciano no es sabio sólo por haber leído muchos libros, sino también por haber recopilado la suficiente experiencia, como para cometer el menor número de errores posibles. Lo paradójico es que llegados a la vejez, lo único que lamentan es no haber cometido más. Los jóvenes conocemos las reglas, pero los viejos se saben las excepciones.

Uno no es lo que ha vivido, sino lo que recuerda.

García Márquez

Un anciano lleva consigo un compendio de memorias y remembranzas, y eso lo convierte en un ser nostálgico, pero no necesariamente porque haya tenido una existencia difícil, sino, porque cuenta con la suficiente sabiduría y experiencia para entender que la vida había que gastársela toda. Y que tuvieron las ganas, los motivos, las razones; pero no se hizo y el tiempo siguió su curso. Y cuando se percataron de su propia inexistencia, ya no había tiempo y la tristeza se les vino oblicua.

Mucho se olvida y poco se queda. Sólo existe lo que nos conduce derecho por ese imaginario río del tiempo a lo profundo de nuestra vida.

Pensamos siempre que en cada etapa pasada estábamos muy lejos de ser felices, y pasado un tiempo pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar los momentos amargos y los pinta de otro color. Y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en las fotografías antiguas, que parecen iluminadas por el resplandor ilusorio de la felicidad.

Así van los recuerdos, entre la dicha y la nostalgia. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos. Pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba la canción.  Y los recuerdos van tomando fuerza a medida que crecemos, porque antes los recuerdos sólo eran matices que les daban forma a los días por venir.

Volver la vista atrás es una cosa y marchar atrás es otra. Por esto es que reconocer el pasado y mirarlo de frente, es muy diferente de engancharse con él. No se trata de evadirlo ni de olvidarlo, pero tampoco de seleccionar solamente los momentos convenientes para sufrirlo o para añorarlo. El pasado es nuestra memoria y estaría bien utilizarlo como fuente de nuestra biografía y no como sillón paralizante. Así es como se puede vivir en el presente, dando a cada día su lugar y su tiempo, mientras creamos el incierto futuro con la confianza que da el gusto de estar vivos.


Todas las cosas que hagas durante tu vida serán insignificantes, pero es muy importante que las hagas.

Gandhi.                                       

Nadie vivirá nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestras palabras, y sobre todo, nadie establecerá con los demás las relaciones que sólo son nuestras. Nadie querrá a otro con nuestro corazón. Por ello es tan importante vivir de verdad, en definitiva, hacerlo con intensidad. No dejar pasar de largo esa irrepetible posibilidad.

Pero para ello no hay receta, ni consigna. Somos seres cotidianos que nos debatimos en un mundo que queremos mejor, somos nostalgia del infinito, precisamos levantar los ojos, mirar las estrellas, confundirnos con el universo y preguntarnos por el sentido de nuestra vida.

Y sobre todo, preguntarnos: ¿qué legado dejaremos un día de estos?  Porque llegará un día en que será tarde para dar respuesta a esa pregunta. 

Si soñar un poco es peligroso, la cura no es soñar menos, sino soñar más, soñar todo el tiempo.

Marcel Proust.

La vida es la que es, y en gran medida, la que decidimos que sea, pero más allá de lo que entendamos de la vida, hay que implicarse, jugar la partida, girar el tablero; llevar la vida en los propios brazos. No estamos predestinados para nada, somos actores de esta vida que pudiera ser única. Anticipemos entonces  si el último día valoraremos positivamente nuestro discurrir por ella.

Aprovechemos cada oportunidad, pues, al igual que  pasa con el amanecer, si llegas tarde ya se habrá ido.

Estar vivo es mucho más que no estar muerto. Tenemos la oportunidad de elegir uno de los futuros posibles, y para ello, hay que  entretejer la vida con ilusiones, porque son ellas las que construyen nuestros sueños.

Y es cierto que la vida muchas veces carece de sentido, que es un enigma lleno de incertidumbre y grandes esperas. Razón de más para condimentarla con imaginación y fantasía. Y terminar de entender de una buena vez, que lo importante en la vida no es el éxito, sino el sentido. Y que sólo disfrutaremos de nuestra existencia cuando seamos capaces de contemplar el paso del tiempo como un regalo, y de asumir cada día como una oportunidad para reinventarnos y sonreír.

No endeudemos la vida, ni la convirtamos en una existencia de alquiler. Ella es un escenario incesante de aprendizaje, que no te esclavicen los “no puedo” y los “imposibles”, porque entonces conviertes tu existencia en una profecía autocumplida. No vivas en el limbo de una vida vacía y sin sentido.

Que no importe el hecho de saber que no vamos a salir vivos de ella y que aunque la ciencia nos diga que somos parte insignificante del cosmos, jamas olvidemos que también somos insustituibles. Pero sobre todo, no abandones tu paisaje sin haber encontrado un buen amigo, la vida no vale la pena sin un vínculo de lealtad con el que deambular por ella. Somos un conjunto de diminutas partituras que debemos interpretar, como una muestra de jazz que hemos de improvisar sobre la base del legado que recibimos, y si alguien nos ofrece una muestra de su propio repertorio, debemos entenderlo como generosidad. Cuando alguien nos regala un pedacito de su ser, lo que piensa, siente, lo emociona o conmueve, inaugura en nosotros un contagio que debemos agradecer. Vale la pena vivir por una tertulia, una caricia, una sobremesa, un paisaje, un viaje, un libro o una canción. Pero si nada de nada viene hacia ti, entonces recurre al plan “ve”.

La distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente.

Einstein.

Por más que recordemos el pasado o anticipemos el futuro, vivimos en el presente. El tiempo fluye en el sentido de que el presente se va actualizando de modo constante, esa es una verdad irrefutable.

Todos tenemos una verdad en común, nacemos y morimos, lo único que nos diferencia es lo que hacemos en el medio entre esos dos eventos, lo que hacemos en cada presente.

Aún hay tiempo para dejar salir al niño que anhelaba trepar los árboles y jugar con su amigo imaginario. No permitamos que la vida nos vaya endureciendo el corazón y démosle el permiso a nuestras palabras de seguir siendo gráciles, dulces y gentiles.

¡Enhorabuena! para aquellos ancianos que jamás olvidaron su cofre de los tesoros y llegaron al umbral de sus vidas, con la paz y la dulzura propia de quien envejece con tranquilidad y nunca se quedó corto de tiempo, cuando se trataba de llenar su ser fundamental, para los que nunca olvidaron la verdadera esencia de las cosas y sueñan aún con esa infancia añorada de globos surcando como fuego el cielo.

A veces en las noches

cuando suenan las campanas,

mi infancia recorre tierras extrañas,

la oigo venir desde lejos, en la distancia,

de otros cielos, de otra arcilla,

de profundidades amarillas.

Porque todavía,

todavía mi infancia

viene a buscarme,

con un golpe en las piernas

y en sus labios una sonrisa salvaje.

Ella se camufla en el aire

porque ella es muy linda, muy suave y muy frágil,

y tiene miedo de la gente grande.

Me viene a buscar

a mi cuarto de sueños, 

de lejanos mundos sin orilla,                

y me cuenta que con una hoja de papel

aún navega los mares, 

y atraviesa las selvas deslizándose por los árboles.

Después entre lloriqueos me cuenta

sentada sobre mis rodillas

que una nube se llevó su cometa,

y que un niño casi la atropella con su bicicleta.

Mi amor, entonces

le cura las heridas

porque con su presencia

mi cuarto de sueños

se convierte en un valle de vida.

¡Mi infancia, mi infancia!

con un golpe en las piernas

todavía viene a buscarme.


Todas las personas mayores fueron niños, pero pocos lo recuerdan.

Antonio de Saint-Exupéry.

Solo un niño puede ser completamente feliz porque no tiene aún la mancha del pasado y el mecanismo cruel de su memoria apenas rueda. No le han tendido la trampa, mientras tanto, mientras juega…

https://youtu.be/TGPVKMCjTL0

https://youtu.be/wZMj91S1T2M

OIGO UNA VOZ QUE ME DICE: ¡CUIDADO, QUE TE ESTÁN VELANDO!


La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. Antonio Machado. Paráfrasis de Epicuro.

Los entierros más antiguos de los que se tienen conocimiento en los que se manipulaba al muerto de una forma ceremonial, datan del cuarto milenio antes de Cristo. Dicen que en aquel tiempo, los sumerios amortajaban a sus difuntos metiéndolos en cestos de juncos trenzados. Y los textos antiguos dicen que lo hacían “movidos por el temor”

El temor es la clave para entender el invento del ataúd, que no es sino un intento de hacer imposible el retorno del muerto. Así, que no es de extrañar que la mayoría de ceremonias y ritos funerarios tengan un origen común: el horror ante la posibilidad de que el espíritu del fallecido pueda regresar al lugar donde transcurrió su existencia. Y ese horror data incluso del tiempo del hombre primitivo. Dicen que éste puso todo su celo, cuidando al máximo los detalles, temeroso de que cualquier error u omisión en el desarrollo del ritual pudiera luego perturbar la paz de los vivos.

Existen textos que cuentan que en el norte de Europa se tomaban medidas de máxima seguridad amputándole los pies al difunto después de decapitarlo, así se aseguraban de que los muertos no perseguirían a los vivos.

A ese temor ancestral, se debe así mismo, la costumbre entre otros pueblos europeos antiguos de enterrar a los seres queridos lejos del poblado. Se buscaba engañar al difunto, para evitar que pudiera regresar al poblado y para no correr riesgos daban varias vueltas por los alrededores para despistar al muerto.

En muchas culturas antiguas se acostumbraba sacar el cadáver por la parte trasera de la casa, incluso se llegaba a abrir un boquete en la pared por el que sacaban el cuerpo del fallecido, ese orificio era tapado inmediatamente después del entierro. De esa manera el difunto no sería nunca capaz de volver a su antiguo hogar.

El ataúd tiene su origen en estos antiguos temores, si bien es cierto que la costumbre de enterrar al difunto bajo metro y medio de tierra podía ser suficiente, por si acaso se tomó la precaución de enterrarlo en una caja de madera y clavar la tapa. Los arqueólogos aseguran que el número de clavos era exagerado. Y no contentos con esto, se tapaba la entrada de la tumba con una enorme y pesadísima losa, que es el origen de la lápida.

Ningún pueblo antiguo veía con buenos ojos acercarse al lugar del eterno reposo, movidos por un temor irracional a ser arrastrados al mundo de ultratumba.

El temor a la muerte fue el origen del luto. Siempre se representó con el color negro, y era una forma de mantenerse vigilantes durante los primeros meses, considerados los más peligrosos. Con el luto se pretendía evitar que el alma del muerto penetrara en el cuerpo de los familiares vivos. Era un intento de esconderse, un camuflaje para despistar el alma en pena.

Tras el fallecimiento del marido, la viuda lloraba desconsolada sobre su ataúd, cubriéndose con un largo velo negro. Pero esto no lo hacía movida por el respeto al difunto, sino por puro y físico miedo al espíritu merodeador del marido, el velo era una máscara o disfraz protector para desorientar el alma del esposo.

En la antigua Roma enterraban a sus muertos al atardecer, con un propósito muy concreto: embolatar al muerto. Llevaban antorchas porque al llegar al cementerio ya había anochecido del todo. Ellos suponían que al espíritu del difunto le iba quedar imposible encontrar el camino de regreso, debido a la oscuridad.

Hoy, nuestra sensibilidad, respecto al ritual funerario ha cambiado mucho, hemos echado mano de otras posibilidades para deshacernos de los restos mortales. Como si tanto la vida como la muerte hubieran perdido la solemnidad que tuvo en el pasado.

Hace algunos años, al regresar de un entierro, escuché a alguien diciéndole a los familiares del difunto que movieran todos los muebles de la casa, que cambiaran todo de lugar, pues así el espíritu del difunto jamás reconocería su casa cuando deambulara perdido buscando su hogar, y así regresaría al otro mundo y podría descansar en paz.

Me puse a pesar que todas aquellas medidas que tomamos para que el muerto “descanse en paz”, no es sino una estrategia brillante de máxima seguridad, para que seamos los vivos, los que descansemos en paz.

Imagínense ustedes lo que sería, que después de tantos cuidados por mandar al muerto sin pasaje de vuelta al otro mundo, dos o tres meses después, llamaran a la puerta, y ante nosotros se apareciera el finado aquel con páginas amarillas en mano y diciéndonos: ¡hum, casi me pierdo!

https://youtu.be/SWsPQWDfVEU

Sobre mis noches el verso avanza


Noche, no me abandones, 

cierra ya tus eslabones.

Noche que me haces nueva y eterna,

noche de resplandores,

noche de los poetas y de los ruiseñores.

Noche, tú me consuelas,

llévame a tus parcelas.

Cíñeme con tus brazos

largos y abrazadores.

Cúbreme noche serena,

ciérnete sobre mi vereda.

Cae noche infinita

y enciende pronto tus carbones.

¡Oh noche, que me haces nueva!

No te detengas, noche bendita.

https://youtu.be/FCFCCnBbFUM

AMOR PLATÓNICO

En verdad hay sentimientos que es mejor que se queden en lo platónico, y es mejor recordarlos así, irreales, inacabados, porque eso es lo que los hace perfectos.

Gabriel García Márquez.

Se suele tener la creencia de que el amor platónico es aquel que por algún motivo resulta inalcanzable, que no es correspondido, por lo tanto dicho amor se idealiza y no puede incluir un vínculo sexual.

Pero este amor inalcanzable, es una pésima derivación de las ideas de Platón y nada tiene que ver con el concepto del amor según él.

El amor platónico, según el concepto filosófico, se refiere al amor verdadero y del eros, que explicó muy bien el filósofo en el banquete.

Dice Platón que el amor es una orientación gradual que si bien puede partir de la belleza física, debe trascender a la belleza espiritual, solo así se alcanza el conocimiento apasionado, puro y desinteresado de la belleza misma.

El término “amor platónico”, no lo acuñó Platón, por supuesto, lo utilizó por primera vez el filósofo renacentista Marsilio Ficino, al referirse al concepto del amor según Platón.

Ficino, decía que el amor platónico es un amor real, inmutable, inteligible, eterno y perfecto, centrado en el carácter y la inteligencia de una persona. Pero no vayan a pensar que Platón defendía un amor espiritual sin sexo, más bien él abogaba por un camino medio en donde las personas se pudieran abstener de la promiscuidad, pero también de la abstinencia.

Para Platón, los tipos de amor que se basan en los placeres que nos proporcionan nuestros sentidos son formas de cariño más bien banales.

Así que, si hemos sido capaces de superar la etapa del deslumbramiento físico, entonces se revela ante nosotros el amor por la belleza en sí misma, desprendida de cualquier objeto o sujeto. Es el nivel de amor supremo.

Imagínate, conocer de forma apasionada, desinteresada y pura la belleza, de manera que ese sentimiento no se corrompa ni se vea alterado con el paso del tiempo, y que también apunte a la causa y el origen de dicha belleza, la cual es única en sí misma.

El amor es sentir que el amor sagrado late dentro del ser querido.

Platón

¿Pero cómo es que llegamos a confundir la idea de Platón? La confusión parte del hecho de que el filósofo nos plantea la forma más pura de amor, no sólo porque no se basa en un intercambio de cualidades físicas o materiales, de que sea totalmente desinteresado, sino que además nunca nos deja acceder completamente a lo que amamos, porque según Platón, la belleza pura tiene esencia divina, y por tanto nunca puede ser alcanzada por el ser humano. ¿Entonces, cómo es que Platón habla acerca del amor en términos tan positivos y optimistas? La respuesta es que, para el filósofo, el amor nos impulsa a mejorarnos a nosotros mismos para estar más próximos a la belleza anhelada, y esto es algo bueno en sí mismo, hay algo en nosotros que nos impulsa hacia la autoperfección, luchamos por acercarnos más a algo que está infinitamente alejado de nosotros, pero en esa búsqueda ganamos conocimiento y a la vez aceptamos nuestra propia ignorancia. Entonces en algún punto empezamos a asociar el pensamiento de Platón con la utopía y no con una utopía como la hubiera querido el filósofo, que sería un modelo a seguir sino como vulgarmente se entiende, como un imposible, ergo el pensamiento de Platón es igual a imposible, por tanto, amor imposible es igual a amor platónico.

Pensamiento de Platón = imposible

Por tanto, amor imposible = amor platónico

No nos enamoramos de las personas, sino de los resquicios de belleza que podemos encontrar en ellas. En esa armonía está el ennoblecimiento del alma y la virtud de la que habla Platón. Para él, ell amor se encuentra en un equilibrio entre lo que se conoce y lo que se ignora, y esta regla puede aplicarse también a nuestra relación con las personas. Esto es así porque, cuando idealizamos a una persona, la estamos percibiendo como un ser prácticamente perfecto, justamente porque no la conocemos lo suficiente como para ver que no lo es.

Idealizar a alguien consiste, generalmente, en desconocer a esa persona no por su capacidad para seguir conservando el atractivo pase lo que pase, sino a causa de nuestras dificultades para conectar con ella, ya sea porque hace poco que la conocemos o porque sólo nos deja ver una de sus facetas. Esto último se hace evidente entre las personas mundialmente famosas. Los famosos tienen detrás una maquinaria de marketing tan masiva y unos asesores de imagen tan eficientes que sólo conocemos la parte más agraciada y admirable de su persona. En menor medida, ocurre lo mismo con las personas que, a pesar de atraernos por su apariencia, nunca llegan a conectar del todo con nosotros.

Curiosamente, es la estética y lo material, aquello que tenía menos importancia para Platón, lo que nos lleva a idealizar al prójimo casi nunca es un acercamiento intelectual. Quizás nos resultaría útil pensar más a menudo sobre este hecho.

Según Platón, hay dos clases de eros. El uno es el amor a la belleza, al bien, a la sabiduría. El otro es vulgar, ordinario, es el simple amor sexual o al cuerpo, el amor sin búsqueda, sin selección, el mero azar. “No todo amor, dice Platón, ni todo eros es hermoso ni digno de ser alabado, sino el que nos induce a amar bellamente. El amor derivado de Afrodita es, en verdad, vulgar”.

En medio de esos dos polos de eros, el bello y el vulgar, definidos por Platón, ha girado la motivación del amor, con el predominio borrascoso y arrasador del eros de la pasión y del odio, si se toman como guías la observación cotidiana, el examen de la historia, la literatura y el cine. En efecto, no hay un sentimiento ni una pasión ni una ambición que haya inspirado más poetas y cantores, que haya llenado más teatros y cárceles, que haya arruinado fortunas más grandes y numerosas, ni haya enloquecido más hombres y mujeres, que el amor. Una persona así motivada, si pierde el amor sólo le queda la muerte, o quizá la poesía y la pintura para cantar y plasmar todo su dolor y sufrimiento.

El amor se aprende y se emprende, y para algunos, como Erich Fromm, requiere de esfuerzo y de conocimiento. Sí, esfuerzo, porque el amor es lo más parecido a un ser vivo que necesita de paciencia, de atención y de cuidado para crecer.

El amor toma un tiempo, se ama lo que se conoce y enamora lo que se desconoce, el enamoramiento es una etapa y el amor es la meta. Nadie ama en tres días.

Se ama de forma integral y cuando se ama se sabe. Y esto es definitivo para entender que la atracción sexual no es amor. El amor es voluntario y no es exigible, por la misma razón es uno de los deseos que nunca cumplirá el genio de la lámpara de Aladino.

Lo importante del amor es que sea infinito, mientras dure.

Eduardo Galeano.

El amor es difícil en cualquiera de sus manifestaciones, pero sin duda alguna, es el amor de pareja el más difícil de todos. Ése amor es el testimonio supremo de nosotros mismos, la obra cumbre con respecto a la cual todas las demás, no son más que meros preparativos. 

Cuando estamos jóvenes, nuevos en todos los aspectos, creemos saber amar, pero no es así. Amamos en ese momento con todas las fuerzas de nuestro ser concentradas en nuestro corazón, un corazón que late con inquietud, pero en busca de un norte. Razón por la cual, la unión entre dos personas muy jóvenes, inacabadas, indefinidas y dependientes, es una unión tambaleante, frágil.

El amor e incluso el desamor son oportunidades únicas para madurar, para adquirir forma, para hacernos crecer emocionalmente, para prepararnos para el ser amado. Es una exigencia superior, una ambición sin límites, que hace del que ama un elegido que está requiriendo ancho espacio. La entrega mutua y el perderse el uno en el otro, no son campos todavía para los jóvenes, antes de llegar a esto, necesitamos atesorar durante largo tiempo experiencias que forjen y templen nuestro corazón y nuestro ser. La entrega de sí mismo es una culminación, quizá ni aún de adulto se logre tal objetivo.

Pero jamás hay que considerar perdido un amor de juventud, y más aún si aquel amor sobrevive fuerte en nuestros recuerdos, porque no sólo hizo nacer en nosotros magníficos y poderosos anhelos y proyectos, sino que además fue la primera ocasión de estar a solas en lo profundo de nosotros mismos, el primer esfuerzo de interiorización que intentamos en nuestra vida.

Todo lo que sabemos del amor es que el amor es todo lo que hay.

Emily Dickinson.

En conclusión, el amor platónico no es un amor imposible sino un amor puro e inteligible, un amor no afecto a las pasiones y de caracter espiritual, es el amor que encuentra en la relación humana un camino hacia la felicidad, y por tanto, es más importante la belleza del alma que la belleza del cuerpo, porque el alma pertenece al mundo de las ideas, de lo divino, pero en este mundo se encuentra atrapada en el cuerpo hasta que se libere de él con la muerte.  Si dos amantes fueran capaces de elevar su amor hasta esas instancias habrían llegado a la perfección.

Al igual que la gente está unida en su común humanidad gracias al amor, de esta misma forma todas las partes del universo se mantienen unidas por los lazos del amor compasivo.

Nada se le puede comparar al maravilloso milagro de encontrar con quien compartir la curiosidad insaciable de explorar, cogidos de la mano, este mundo insólito y fugaz, porque el amor es después de todo, el itinerario que nos dirige en dirección contraria a la muerte. 

Si usted ama a alguien y alguien lo ama a usted, aproveche el milagro de compartir ese enorme corazón con ganas y vivirlo como si no hubiera mañana, y amar como si el tiempo se acabara, entregarlo todo en el primer beso y dejar que el tiempo, si todavía sobran minutos, se encargue del resto. Quizás es un poco cursi, pero ¿cuánto tiempo queda para seguir imaginando o más etéreo aún, idealizando a una persona?

Digamos en su honor, que el amor es un misterio, y que su única evidencia es que existe, pues sin duda existe y aclara otros misterios con su poder revelador.

Sólo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes.

Violeta Parra.


A veces muere el amor, 

pero vuelve y se levanta.  

A veces llora, 

y otras veces canta. 

Es una llama de agonía 

en una lámpara infinita.  

Amor que surge de su propia muerte,

Ave fénix que no agoniza

sólo al dolor de otro más fuerte 

renace una vez más de sus cenizas.

https://youtu.be/rUYnXfDbZUs

https://youtu.be/VZY82TnjP0Y

ESCENARIOS

Hay espacios que se crean

cuando penetro humildemente

en el insondable mundo de las formas.

Lo que veo es apenas maquillaje

de la diversidad de vida

escondida en las arrugas del paisaje.

Con una mirada veo el verde

de multitudes de hojas que conviven

y la luz que ilumina en la distancia.

Con otra mirada

veo las negruras de la tierra

en los troncos y en las ramas

y en los oscuros contrastes

de las luces y las sombras.

Con mis preguntas despierto

unos ojos dormidos que se abren

a cadenas de recuerdos

y veo que he cortado los cuerpos

de los seres que contemplo.

Con los ojos de mis miedos me estremezco

y veo un paisaje cansado y desierto,

poblado de seres agotados y muertos.

Con los ojos de la mente

me sumerjo en pensamientos,

y alguno me dice que estamos a tiempo

de sentir el misterio con ojos eternos.

https://youtu.be/GwP_huI5zEo

https://youtu.be/usFED6ORJlU

FRAGMENTOS DEL ALMA

Intentamos en muchas ocasiones cambiar aspectos de nuestra vida con el fin de mejorarla, cambiamos de trabajo, de barrio, de carrera, de amigos, de paisaje. Y muchas veces sin obtener los resultados que esperamos, porque aunque es difícil reconocerlo, la verdad es que, de lo que hay que cambiar es de manera de pensar y muchas veces, de manera de sentir.

La verdadera discapacidad del hombre no está en su cuerpo, sino en su alma, en lo más profundo de su ser, cuando el alma del hombre se fragmenta, cuando se disgrega y deja de ser un todo completo. Mutilamos nuestra alma cuando le negamos la posibilidad de ver el horizonte en su totalidad, y no el dedo que lo señala. Entonces la sacamos al mundo coja, ciega, sorda, mutilada.

Y yo quiero ser partidaria del hombre, pero del hombre sin mutilación alguna.

No quiero ser partidaria del hombre amputado en su valor de persona, en su individualidad, ni del hombre reducido al estado de mero consumidor o simple productor, ni del hombre - macho que no reconoce a la mujer otro derecho que el de ser hermosa y permanecer sumisa.

Ni del hombre únicamente valorado por cuanto posee, y menos del hombre que con guantes y coraza se atrinchera en su raza, en su estirpe, en su clase, en su visión religiosa, en su cultura, en sus fronteras, en sus ideas.

Quiero ser partidaria del hombre completo: cuerpo y alma, salido de la tierra y destinado a retornar a ella.

Un hombre que le de a un ser humano el valor de otro, y no en otro momento o en otras circunstancias, sino ahora y siempre. Un hombre para quien no existan eriales, ni rangos, ni escalafones en cuanto a los demás y sobre todo, un hombre capaz de sobrellevar y de sobreponerse a la diversidad.

El que no está dispuesto a cambiar su forma de ser y de pensar, no podrá adaptarse a su propio destino. No esperes que todo cambie si sigues siendo la misma persona.

No podemos definir al ser humano en un concepto que lo abarque por completo, porque cada ser humano es un universo lleno de enigmas para los demás. Si fuéramos capaces de convertir este pensamiento en regla de vida, nuestra existencia y la de los demás adquiriría dimensiones inauditas y enriquecedoras. Aceptar que uno y los demás somos un enigma, es devolver a la vida su misterio, es reconocer que la vida de cada cual no se agota en lo conocido, en lo idéntico, en lo que siempre nos han dicho, que estamos dispuestos a una muchedumbre, a una vida plural, que todas las cosas, más las pequeñas que las grandes, nos angustian, pero también nos calman, bailan con nosotros, nos sacuden, que crean e incuban en nosotros muchas almas.

La gente dice que el tiempo lo cambia todo, pero eso no es cierto, hacer cosas lo cambia todo, no hacer nada lo deja todo exactamente igual.

Todos tenemos una parte que no encaja con este mundo, algunos más que otros, pero esa parte diferente en cada uno no debe tratar de encajar con el resto. Todos somos diferentes y debemos hacer hasta lo imposible por seguir siéndolo, por salvar nuestra autenticidad y apartarla de los prejuicios y superficialidades que en la sociedad imperan.

Es imposible que todos queramos las mismas cosas, porque la facultad de ser librepensadores, nos da la posibilidad de elegir un camino propio, una filosofía de vida. Y en esa búsqueda vamos descubriéndonos como seres diferentes, y autónomos.

En la medida en la que una sociedad respeta la autonomía de sus individuos, favorece la posibilidad de que mejore su realidad.

Estar radicalmente en contra o radicalmente a favor de algo nos enceguece y nos priva de la posibilidad de entender el mundo en todas sus manifestaciones.

Empeñarnos en el negro o en el blanco, sólo nos trae soledad y decepción, porque la verdad es que la mayoría de las cosas suceden en los grises.

Cada uno de nosotros cuenta con la posibilidad de elegir de la paleta universal, los colores que prefiere para matizar su propio paisaje. Pero haríamos bien en habitar de vez en cuando el paisaje de los demás, para poder entender, al menos en parte, su forma de ver el mundo.

Vamos a estar en desacuerdo en muchas cosas, pero también vamos a coincidir en muchas otras. No importa la causa que sigamos: la lucha contra el cáncer, la defensa de un planeta más verde, el rechazo a la explotación infantil, la condena de los abusos sexuales, el no rotundo al tráfico de personas… cada vez son más las cosas que necesitamos defender, preservar y hacer que sean respetadas por todos.

Pero además de apoyar éstas ideas desde tu defensa o con tu respeto, lo que el mundo pide es que seas, sobre todo tolerante. Es decir, que si estás fuera de ellas, las entiendas desde la perspectiva de que hay muchos que para ser oídos, necesitan defensas públicas, pero si, por el contrario, estás dentro de ellas, lo que debes entender es que por más clara que sea tu defensa, ella no justifica que seas intolerante con los que no se le suman.

Una causa es un motivo, una razon que inspira acciones y reflexiones, pero no se trata de una verdad absoluta, no puede volverse una militancia ciega, no te hace mejor persona.

Lo que uno piensa o siente, sólo le importa a uno, pero lo que le hacemos a los demás, eso le importa a todo el mundo.

Que seas vegano, que profeses la no violencIa como Gandhi, que creas que el feminismo necesita mantenerse como posición de defensa de los derechos de las mujeres en el mundo, no son razones para que creas que todos tienen que seguirte y avalar tus causas. Defiende cada vez más cosas, si eso le da sentido a tu vida, pero no te vuelvas más intolerante que aquellos a quienes críticas o los que te han llevado a asumir una actitud proactiva frente al tema que te hace tomar posiciones en la vida.

Vive tus ideas y adelanta tus propias campañas como un compromiso contigo mismo, desde las decisiones y acciones personales, lo demás, si lo haces coherentemente, irá sumando adeptos, amigos y afectos a tu alrededor. Desde el medioambiente hasta la defensa de los animales necesitan de tu amplitud mental y no de tu ego que quiere sentirse superpoderoso cuando encuentra una causa por la cual luchar. Comprométete sin terquedades, defiende la vida siempre, pero también la diferencia.

Pretender tener siempre la razón, es fantasear con la perfección, y la perfección es un juego lúdico que nos inventamos cuando nos cansamos de imaginar y empezamos a fantasear. Y la diferencia entre la fantasía y la imaginación, es la misma que hay entre un muñeco de ventrílocuo y un ser humano.

Desde la pluralidad, respeta la singularidad y viceversa.

“Aquellos que encuentran significados ruines en cosas hermosas están corrompidos, pero aquellos que cantan la belleza en todo lo que ofrece el universo son espíritus nobles, para ellos hay esperanza.” Oscar Wilde.

Quiero vivir en un mundo donde el hombre pueda ver más allá de su linea del horizonte, cuya filosofía sea el fundamento de la inclusión y la pluralidad. Que no coarte, que no limite su ser ni su razón a doctrinas, escuelas, sectores o corrientes; un hombre que sufra una especie de obesidad mental y del alma, y que ingiera pildoritas de tolerancia colectiva. Que se abstenga de sectarismos y de filosofías trasnochadas. Un hombre que le haga el amor a la libertad, que rompa las cadenas que le fragmentan su ser, que sienta que entre sus dedos, todo el universo cabe.

Es de éste hombre, de quien soy y quiero ser apasionadamente partidaria.

Entre los muros de contención de un soneto

Porque no sobran aún todas las horas, ni están escritas todas las palabras.

Para todos los alzados en almas.

Seguiré preguntándome

por las pequeñas cosas,

y así estaré por siempre,

para toda la vida,

entre ensayos infinitos,

entre sonetos y prosa.

Escribiré del loco amor

que en nuestro pecho anida,

aunque después para olvidar

no nos alcance la vida.

Mi corazón levanto

contra todas las cosas,

mi sangre me llama

desde toda la vida.

Soy ésta que no has visto,

la que te alienta escondida

entre los impenetrables muros

de su verdadera vida.

Seguirá naciendo mi corazón cada día,

como una luna llena, iluminando mi vida,

guiando mis pasos en noches oscuras y frías.

Quiero vivir el destino inaplazable, 

que me empuja más allá de este poema. 

No me basta con saber que existe el hombre, 

en toda la extensión de la palabra, 

ni todos los secretos transversales,

del cosmos, de las sienes y las lágrimas.

Yo quiero conocer un mundo de astrolabios, 

de ninfas, de aleteos y de albas,

partido exactamente en mil instantes, 

sin orillas, sin riberas, ni distancias.

Tengo derecho a hablar con las luciérnagas,

a tomarle el pelo a la nostalgia,

a ver saltar las cabras en el aire, 

y a parir el universo con palabras.  

NADA ES MÁS PODEROSO QUE UNA IDEA A LA QUE LE HA LLEGADO SU TIEMPO

— No se puede creer en cosas imposibles — dijo Alicia.

— Yo más bien diría que es cuestión de práctica — respondió la Reina — Cuando yo era joven, practicaba todos los días durante media hora. Muchas veces llegué a creer en seis cosas imposibles antes del desayuno.

Alicia en el país de las maravillas.

Lewis Carroll.


Un soñador es una especie en peligro de extinción, alguien que tiene planes extraordinarios y que se ve obligado a atravesar caminos que el resto de las personas teme o desconoce. Él sale del grupo, se desprende del rebaño, y cruza solo el desierto que lo separa de sus sueños para regresar únicamente después de haber recogido sus frutos.

El soñador suele ser infatigable, es un inventor de proyectos, un creador de estrategias que contagia a los demás con sus sueños.

Él no es un ciego, ni un iluso, ni un inconsciente, él sabe que habrán muchas dificultades, muchos obstáculos y que a veces serán insolubles; sabe que de diez iniciativas, nueve fracasan, pero no se deprime, porque es un creador de posibilidades.

Un soñador sabe que paralela a la vida real, está el mundo de la imaginación y que cuando ambas se cruzan por un instante, en el mismo segundo, los sueños se hacen realidad.

Hay dos clases de personas en este mundo, los realistas y los soñadores, los realistas saben hacia donde van y los soñadores ya han estado allí.

La mayoría de nosotros tenemos dos vidas: la vida que vivimos y la vida no vivida dentro de nosotros y en medio se encuentra la resistencia.

¿Alguna vez quisiste convertirte en padre, pintor, doctor, abogado de los pobres, dirigir una campaña para salvar un bosque, tratar de mejorar el mundo y el medio ambiente? ¿Has tenido en las noches visiones de estar al lado de la persona que siempre amaste? ¿Te has mirado frente al espejo y has visto el reflejo de la persona que quisieras ser, el trabajo que podrías hacer, la persona que estás destinada a convertirte?

¿Eres un escritor que no escribe, un pintor que no pinta, un empresario que nunca empieza nada? Entonces ya sabes lo que es la resistencia. Es la fuerza más tóxica del planeta y causa más tristeza que la pobreza, que la enfermedad y la disfunción eréctil.

Si por azares del destino, todos nosotros despertáramos mañana con el poder de dar el primer paso para cumplir nuestros sueños, los psiquiatras se quedarían desempleados, las prisiones se vaciarían, las industrias del alcohol y el tabaco se vendrían abajo, junto con las de la comida chatarra y la cirugía estética. La violencia doméstica sería historia, igual que las adicciones, la migraña y los problemas de caspa.

A menos que estés loco, en este momento existe una pequeña voz dentro de ti susurrando, diciéndote como lo ha hecho diez mil veces, cuál es tu vocación. Tú lo sabes.

¿Sabias, por ejemplo, que Hitler quería ser artista? A los dieciocho años tomó sus pertenencias, setecientos marcos, y se mudó a Viena para estudiar. Intentó ser admitido en la Academia de Bellas Artes y luego en la escuela de Arquitectura. ¿Alguna vez has visto alguno de sus cuadros? Tampoco yo. Se dio por vencido. Llámalo exageración, pero tal parece que a Hitler le resultó más fácil empezar la segunda guerra mundial que enfrentarse a un lienzo en blanco.

Es necesaria una revolución interna, una insurrección privada dentro de nuestro cerebro para vencer el miedo a dejar salir aquello que llevamos dentro. Esa resistencia que nos impide alcanzar nuestros sueños es como el gemelo maldito que nos habita y no nos deja ser

Los sueños vienen en tallas grandes para que podamos crecer con ellos. A la larga, los realistas evitan el peligro de lo inesperado, y por eso optan por la seguridad de lo que tienen, pero evitar el peligro no es más seguro que exponerse a él. Se necesita valor para abandonar las certezas, porque hasta el noble y humilde “quizá” tiene su propia arquitectura, como todo.

La vida es una aventura llena de desafíos o no es nada. Una de las tragedias más grandes de la vida es una persona con una capacidad de diez por doce, pero con un alma de dos por cuatro.

Un soñador sabe que cuando el alma está preparada, las cosas también lo están, que muchas puertas están abiertas porque nadie las ha cerrado, y otras puertas están cerradas, porque nadie las ha abierto.

Las batallas se deben luchar cada día, y si al final las cosas se ponen más difíciles de lo que puedes soportar y sientes que tú eres todo lo que tienes, no te desanimes, tú eres todo lo que necesitas.

Te van a llamar loco, alborotador y desadaptado y muy seguramente es así, porque alguien que es capaz de enfrentar al mundo para alcanzar sus sueños y que está dispuesto a hacerlo solo no es un hombre cualquiera.

La posibilidad de alcanzar los sueños hace que la vida sea una aventura más interesante, y para que ellos se hagan realidad sólo hay que despertar y ponerse en marcha.

El mayor peligro para casi todos nosotros no es quedarnos sin llegar a la meta porque ésta sea demasiado alta, sino alcanzarla precisamente porque sea demasiado baja.

Muchos de nuestros sueños parecen imposibles al principio, luego pueden parecer improbables y cuando nos comprometemos con ellos finalmente, se vuelven inevitables.

No existe en el mundo nada más poderoso que un sueño al que le ha llegado su tiempo, pero el problema con los sueños es que no se pueden dejar por ahí tirados, porque se corre el riesgo de que pase alguien más y los recoja.

Somos un instante entre dos pasos, pero ese instante alberga todas las posibilidades del mundo.

Si no puedes soñar, golpea los baúles polvorientos.

https://youtu.be/DKOPBjKm0k0

EL AMOR ES PROSA, 

LA PASIÓN ES POESÍA

Paris, hijo del rey troyano Priamo, y  Helena, esposa del rey espartano Menelao, se enamoran como borregos. Paris rapta a Helena y empieza la guerra de Troya, que se prolonga durante diez años. Hasta que el triunfador Menelao entra en la ciudad de Troya y encuentra a su mujer con los pechos desnudos, tan hermosa que la perdona inmediatamente y vuelve a vivir con ella tan contento, como si nada. Atrás quedó Troya destruida, un campo regado de cadáveres ilustres (Héctor, Aquiles, Patroclo, el mismo Paris…) y toda esta catástrofe épica como consecuencia de un simple estremecimiento del corazón.


El amor es así, como el fuego: suelen ver antes el humo los que están fuera, que las llamas los que están dentro.

El amor es una realidad inmune a nuestra conciencia, a nuestro raciocinio y a nuestra voluntad; por eso sigue siendo el reino oscuro de la confusión y lo enigmático. Y cuando hablo de amor, no me refiero a emociones amplias e imprecisas como el amor entre amigos, o el de los padres por los hijos, sino al sentimiento entre dos personas, a ese sentimiento demarcado por la pasión, que roza algunas veces el cielo y otras el infierno.

La esencia fundamental de la pasión es la enajenación que produce, por eso, quienes se dejan llevar por ella no pueden explicársela, y los que no la han vivido no pueden comprenderla.

El que ama, sale de sí mismo y se pierde en el otro, o mejor dicho en lo que imagina del otro. Porque la pasión es una especie de ensueño que se deteriora en contacto con la realidad. Tal vez por eso, la pasión parece exigir siempre su frustración, la imposibilidad de cumplimiento.

El amor feliz no tiene historia, sólo el amor amenazado es novelesco. Por eso, las perdices siempre se comen fuera del libro, una vez terminado el cuento.

El amor fluye desde el más tóxico e irreflexivo: si me dejas y te vas con otro, te mato, lo mato, los mato, me mato;  hasta el más bello y sublime:  allá donde Eva esté, allá es el paraíso, allá es la felicidad.   Los hubo y los habrá trágicos como el de Romeo y Julieta, épicos como el de Marco Antonio y Cleopatra, imposibles como el de Abelardo y Eloisa, desafortunados como el de Tristán e Isolda, repudiados como el de Oscar Wilde, puros, eternos e irrealizables como el de Dante y Beatriz o domésticos y sencillos como el de Fiona y Shrek. 

Podrá ser un espejismo el amor absoluto, la más noble flaqueza del espíritu, pero no hay asunto más importante y delicioso, por la felicidad y la plenitud que promete, y aunque sólo se consiga dolor, no obstante,  ¡oh, qué dolor exquisito!

Amamos lo que el corazón elige amar, así de simple, la razón no entra en juego. En muchos aspectos, el amor más insensato es el amor más verdadero.

Ahí tienen a Lancelot, que abandona la búsqueda del Santo Grial por salir detrás de Ginebra, la esposa del rey Arturo. El Grial concedía la vida eterna, pero al momento de enamorarse de Ginebra, Lancelot se olvida de él, porque su amor ya le hace inmortal.

El corazón suele estar mal de la cabeza y parece no servirle de nada la experiencia. Por eso, muchas veces, nuestra razón huye espantada y nos abandona a merced del corazón. Y aunque casi siempre el amor llega a congestionar nuestras ideas, también le quita lo efímero a la vida y nos concede inmortalidad, porque el amor es, después de todo, el itinerario que nos dirige en dirección contraria a la muerte. 

Sé que debemos mantener la cabeza fría, sobre todo en este tiempo convulso, pero ¿quién se atreve a tirar la primera piedra a un corazón ardiente?

No hay estatutos ni códigos ni reglas para amar, sólo una ley, la del corazón, que abre su capullo a sangre y fuego en su deseo irresistible o irreversible. Y si alguien puede demostrar lo contrario, yo nunca nada escribí, y nadie jamás amó.

– ¿Alguna vez amasteis, meser Leonardo? — Preguntó Buonarroti.

— Por supuesto — respondió el pintor.

— ¿Hombre o mujer? — preguntó el escultor.

— ¿Qué más da?  Sólo os diré que su cadera medía exactamente treinta y dos besos.

https://youtu.be/yWkQbrfSvfs


TIEMPO DE LUNA

Hay noches extrañas que se bañan de sombras,

y nos  nacen penumbras en los bordes de la vida, 

las nubes bostezan en su lecho de nieblas, 

y los ojos de la nostalgia nos miran por las hendijas.

Nos tiramos en la cama, traficante de almas.

Corren sombras sucesivas persiguiendo nuestro insomnio,  

quieren meternos el sueño por todos nuestros poros.

Pero el tiempo pasa y el sueño no llega.


noches en vela, que triste condena.

Tiempo de luna que ata tu alma, 

se acaba la noche y el sueño no llega.

La tienes perdida,

te atan las cadenas, 

para traer el sueño,

hay que liberar el alma.

Comienza el día,

las sombras se marchan, 

pero no todas las almas a  sus nidos regresan,

algunas encuentran en la oscuridad su nueva morada.


En la penumbra solitaria

hay almas que se buscan,

se juntan y se  marchan, 

en las noches de negruras,

de lunas y de lágrimas…

IMPRESIONES

Siempre estoy haciendo lo que aún no puedo hacer, para aprender cómo hacerlo.

Vincent Van Gogh.

En la segunda mitad del prolijo siglo XIX, aparecieron en Francia un grupo de pintores, quienes, gracias a su espíritu “sui generis”, lograron poner patas arriba a los reaccionarios críticos de arte y a los acartonados intelectuales del momento.

Estos revolucionarios del pincel, se olvidaron un poco de la forma, para centrar toda su atención en el color.

Salieron de sus gélidos y lóbregos estudios y se adentraron en las profundidades del paisaje, se inundaron de soles y de vientos. Monet, Manet, Renoir, Cezann, Van Gogh, para mencionar algunos. 

Se dejaron cautivar por los etéreos trigales amarillos, por los azules del cielo, poblado de arreboles, por los verdes apacibles de la campiña y los plasmaron casi con mística locura en cada uno de sus lienzos.


Impresionistas, así se hacían llamar por la sensación que esa espléndida gama de colores producía en la retina del espectador.

Al día siguiente de inaugurar su exposición, todos los periódicos parisinos criticaban a estos dementes que osadamente se atrevían a profanar los lienzos, arremetiendo contra ellos como si el color fuese el enemigo y su lienzo, el campo de batalla.

“Estos rebeldes que se hacen llamar impresionistas, no han impresionado a nadie”.

Desafortunadamente su tiempo no estuvo a su altura.  Fueron unos parias que vivieron en tiempo ajeno.

La historia suele ser cruel con sus grandes hombres y lo irónico es que ellos crean sus mejores obras en la adversidad y reciben sus frutos cuando ya son historia.

Hace 150 años, nadie hubiese dado un centavo por una pintura de Van Gogh, de hecho, alcanzó a vender una, nadie conocía a Van Gogh. Pero el genio de la pintura, el hombre que rompió todos los esquemas conocidos en su tiempo, ese hombre no ha dejado de generar grandes paradojas. El 29 de julio de 1890, dos días después de dispararse en el corazón, murió en la más extrema pobreza tras una intensa labor artística que apenas le reportó 400 francos por la venta de “La viña roja”, la única tela que vendió en vida. Sin embargo, el 15 de mayo de 1990, el martillo de la casa de subastas Christie’s golpeó sobre la mesa cuando su “Retrato del doctor Gachet” fue adquirido en 82.5 millones de dólares. Y el retrato de Gachet, un médico homeópata que lo trató al final de su vida, rompió otro récord de ventas que también estaba en poder de Van Gogh. En 1987 los "Lirios” se subastaron en 53.9 millones de dólares. Pero los “Lirios” lo que hicieron fue desbancar de ese primer lugar a otra obra del holandés, los “Girasoles”, que meses atrás había sido adquirida por una compañía japonesa en 39.9 millones de dólares. Pasaron pocos años después de su muerte para que la obra del pintor fuese valorada, en adelante, el mundo nunca más lo ignoraría.

Muy pronto su obra fue reivindicada, como si las diversas corrientes del arte, conscientes de su fuerza explosiva, encontraran en ella las claves de la vitalidad. 20 años fueron suficientes para que el artista solitario y desconocido pasara a ser el maestro de varias generaciones, sin importar que muchas de ellas hubieran tomado caminos diferentes.

Pero hay más. En la primera mitad del siglo XX el arte cambió de manera continua, se sucedieron las vanguardias, cada una más radical que la anterior  y se apoyaron en la psicología y el psicoanálisis. El artista moderno se convirtió en el héroe de estas nuevas disciplinas y nadie mejor que Van Gogh para encarnarlo. El mito creció sin freno. Su pintura fue reivindicada por todas las corrientes, hasta el punto de quedar por fuera de cualquier teoría.

Van Gogh no encarna un movimiento estético y, por eso mismo, no pasa de moda. Así, las historias del arte le han dedicado un capítulo aparte, con el simple título de Van Gogh, y no lo han incluído en corriente alguna, no hay una escuela que pueda contener el espíritu de su obra que se desborda ante cualquier intento por agotarla. Se hizo amar por todos pero no se dejó asir por ninguno, una paradoja como esas miles que marcaron su difícil existencia y que llevaron a Artaud a afirmar que se trató de “un suicidado de la sociedad”. Fue el arquetipo perfecto del genio maldito del siglo XIX en todos los campos del arte: loco y santo al mismo tiempo, ajeno a toda vida social o familiar, errante de burdel en burdel, de asilo en asilo, de navaja y revólver.


Siglo y medio después las obras suyas estan impresas en almanaques, revistas y todo tipo de articulo decorativo.

Nadie recuerda a quienes lo repudiaron, pero todos lo recuerdan a él.

Es una historia repetitiva, un eco que se escucha a través del tiempo. La mayoría de las veces la genialidad viene envasada en curiosos recipientes, que son incomprensibles para el común de la gente.

En la Edad Media, por ejemplo, los quemábamos en la hoguera, Galileo se salvó por un pelo. Cuenta la historia que tuvo que retractarse ante la Santa Inquisición y reconocer en público que la tierra no giraba alrededor del sol, para no ser quemado en la hoguera, pero dicen que murmuró muy bajito: “y sin embargo gira”.   Un murmullo que alcanzó a llegar hasta nuestros días. Otros no corrieron con la misma suerte y fueron guillotinados, fusilados o exiliados. Con otros hemos cometido el peor de los pecados, los hicimos a un lado y los hemos ignorado.

Hubo hombres que escribieron, inventaron e imaginaron la historia, otros simplemente cambiaron su rumbo y nunca fueron reconocidos y por tanto les dimos un final anticipado, pero ellos como viajando en una máquina del tiempo, se levantan de entre los muertos y nos siguen “impresionando” con sus grandes logros, su genialidad y su vasto conocimiento.

No se le puede dar fin a aquello que la historia no ha podido concluir.

Así es de paradójico este mundo en el que nos tocó vivir, a veces parece detenido en el tiempo … y sin embargo gira.

https://youtu.be/Ei0ThYOY0_4

Este es mi corazón de cada día


Mi casa tiene un paisaje manso y bondadoso, de sus montañas cuelga un reloj, que marca exactamente la hora del viento fresco y apacible de la esperanza.

El reloj de mi paisaje es a veces juguetón y se adelanta, es cuando sabemos que es la hora del café, para abrirle el apetito a la dicha y la dulzura.


A la hora de las lluvias, mi paisaje se humedece, se torna gris y se ensombrece.


En la tiniebla yerma cesa el tic tac, el rostro en mi paisaje se oscurece  y mis seres se dispersan y se afligen.


Las escenas en mi paisaje van y vienen como sus horas y al final de cada escena sigue siendo bondadoso.


Mi paisaje, es mi corazón de cada día, donde reposa la dulzura esencial de mi alegría.


A veces, me pongo caprichosa y quiero entrar sola en mi paisaje,  y él me lo permite sin boleto ni prisa, unas veces como un ave  y otras como una flor o una mariposa, me poso en él y lo bendigo.

https://youtu.be/QqpI0EDnIzA

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