#prosa descalza

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Breve idea del tiempo


Creemos que jugamos con el tiempo, pero es él quien juega y se entretiene con nosotros. El tiempo se sustrae a nuestro pensamiento, pensemos lo que pensemos nosotros de él.

No en vano el hombre ha poblado el cielo de dioses que controlan el tiempo, que lo van entregando y al mismo tiempo lo van hurtado, y mantienen guardado su enigma. El hombre ha poblado el cielo de dioses para poder entender su existencia en el tiempo.


Lo derrochamos, lo aprovechamos, intentamos detenerlo, soñamos con el instante en que seamos capaces de convertirlo en algo eterno, el dolor del tiempo es el deseo de la eternidad.

La pregunta por el tiempo es inevitablemente la pregunta por nosotros. Hablar del tiempo es hablar de nosotros. El don por excelencia del tiempo es la memoria.

Todo parece como si el tiempo presurosamente quisiera ir hacia el pasado y anhelamos el futuro por la sed insaciable de pasado que tenemos.

La morada por excelencia del tiempo somos nosotros. El tiempo pánico es el tiempo sin nosotros. Podría decirse que aquel que se pierde en el laberinto de sí mismo, está perdido en el tiempo. Aventurarse a vivir el presente tuerce el tiempo, lo dulcifica, así lentificamos su marcha, vivir en el tiempo es la pócima contra la desgracia.

La desgracia del tiempo es la obsesión de la explicación. La carencia de explicación no es una falta, no es una ausencia, es más bien una plenitud.

Hay cosas que nos piden que no hablemos de ellas, eventualmente el tiempo nos pide que no nos refiramos a él, que no lo convirtamos en algo medible, en algo cuantificable.

La tiranía del futuro hace presa de nosotros, de nuestros proyectos, de nuestros planes, de las ideas que tenemos del mundo. Nuestro frenesí nos ha llevado a una completa falta de medida. La naturaleza misma le pide al hombre que la libere del yugo del tiempo, que es el yugo de la multiplicación, de la productividad. Entre tanto, el hombre y su fiebre consumen todo lo que toca. Sumamos tiempo y no experimentamos nada, entonces lo restamos o lo robamos.

La belleza inagotable del tiempo es el instante. Nuestra vida está hecha de instantes separados unos de otros, de manera abismal. No percibimos esa separación extraordinaria entre los instantes porque necesitamos desesperadamente un tiempo continuo. Pero lo cierto es que el secreto del tiempo es el instante, su magnificencia está ahí. Cada instante es la plenitud de todo el tiempo, tanto que bastaría para que una vida se realizara plenamente con un solo instante.

Elias Canetti decía que a cada hombre le están destinados unos cuantos instantes y que la labor de toda una vida o de cada vida es encontrar los instantes de los que esa vida está hecha.

Vale la pena buscar y esperar, prepararse para encontrar, estudiar para hallar ese manojo de instantes que hacen que una vida sea completamente necesaria y que cada vida merezca el don extraordinario de la inmortalidad. La inmortalidad de cada vida está en los instantes que son indestructibles.

Sería extraordinario lograr vivir fuera de las divisiones habituales del tiempo, no conocer mes ni fecha, pero conocer otros hombres y vivir dentro de ellos. ¿Cómo hacerlo? Sustraerse al paso del tiempo, no registrarlo. A un hombre que logre vivir así, me lo imagino como un derrochador, el simple hecho de tener siempre tiempo, lo distinguiría de todos los demás, y tal vez su historia debería llamarse: el hombre que siempre tiene tiempo. Aunque, paradójicamente, el hombre que siempre tiene tiempo es también el hombre sin tiempo, porque ha renunciado a él. Quizá este hombre está más cerca del corazón secreto del reloj, del corazón secreto del tiempo. Tiene tiempo siempre, porque nunca tiene tiempo, porque vive fuera de las divisiones habituales del tiempo. Renuncia a la tiranía del tiempo que se mide, que se sucede.

El tiempo dicta sobre nosotros órdenes terribles. Parcela nuestras vidas. Deberíamos rebelarnos contra el reloj, el culpable de todas esas limitaciones, que establece distinciones completamente artificiales.

Cuando vivimos el tiempo como algo que pasa, lo sentimos como algo que pesa. Y el tiempo es liviano, grácil, fluido.

¡Qué reto sería! No dejarse contar el tiempo y no contarlo, para sentir y presentir la posibilidad de vivir con otros.

¡Qué giro extraordinario! Qué objeto tiene sobrevivir a los muertos si no es para vivir la vida en cada instante.

Es terrible ver como todo esta hecho bajo el influjo del reloj para el imperio de la muerte, aún las cosas más nobles, las virtudes, los valores. La fidelidad a la muerte da grima. El hombre se ha vuelto una criatura tremendamente cobarde.

La vida tomaría más sentido si lográramos zafarnos de la idea del tiempo sucesivo. Para que la vida vuelva a ser asombrosa y problemática y podamos acceder a la felicidad, derecho inalienable de todos.

EL MIEDO DEJÓ DICHO QUE VOLVÍA

Decreación

Hecho el mundo llegó el hombre

con un hacha,

con un arco,

con un fusil,

con un arpón,

con una bomba

y armado de pies y manos

de malas intenciones y de dientes

mató al conejo,

mató al águila,

mató al tigre,

mató a la ballena,

mató al hombre


H. Aridjis.

Ya no hay guerras lejanas, las redes sociales y los celulares hicieron que las guerras del mundo ocurrieran en todas partes. El planeta ve cómo baja la luz nocturna del misil, asiste a la tronera en los ladrillos, se aterra con las vendas en el rostro de la anciana ucraniana. Se nos metió la guerra entre las cobijas.

Kiev está más cerca que los pantanales donde la guerrilla de mi país ubica sus cajas explosivas. Son más nuestros los cientos de miles de emigrantes hacia la frontera polaca, que los venezolanos de Rappi que se nos volvieron parte del paisaje. No es que el mundo sea un pañuelo, es que nuestro pañuelo alberga al mundo.

Quizá la única lección que nos enseña la historia es que los seres humanos no aprendemos nada de las lecciones de la historia.

Aldous Huxley.

De China nos vino la pandemia, de Rusia nos llega la guerra. Países que son continentes y que han tenido emperadores y zares con hambre de planeta. Asia nos asedia, es un territorio de misterio. Ellos estornudan y a nosotros nos da gripa. Esto se decía antes de los estadounidenses, pero ellos hoy son nuestra habitación delantera.

La carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Ahora, mientras ustedes leen se construyó una nueva ojiva nuclear. Mañana cuando despertemos, habrá nueve mas en los guarda arneses de muerte del hemisferio de los poderosos. Con lo que costará una sola de ellas alcanzaría, aunque solo fuera por un domingo de otoño, para perfumar de sándalo las cataratas del Niagara.

600 científicos rusos escribieron una carta contra la guerra donde dicen que “es un paso a ninguna parte”. ¿Dónde queda ninguna parte? Tal vez ellos se refieren a la Tierra sin humanos, a lo que puede sobrevenir después de que una chispa incendie la pradera: nada, ninguna parte, nadie que diga “esto es alguna parte”.


No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.

Ya lo he dicho.

No duerme nadie.

Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,

abrid los escotillones para que vea bajo la luna

las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

Federico García Lorca.

Los actuales forjadores de imperios se creen Napoleón o Alejandro Magno. Ellos desgranan sus bombas y ruedan sus orugas porque necesitan aplastar, ser los únicos, aplicar las argucias aprendidas de antepasados ávidos.

Lo peor es que escupen su suciedad, ya no sobre su área de influencia sino sobre el mundo. Nos salpican a los lejanos espectadores, nos ubican vallas electrónicas en las fronteras. Se filtran en los sueños de los inocentes que todavía creen en pájaros que trinan en múltiples idiomas.

Síguen los bombardeos incesantes e inclementes mientras el resto del mundo lo vemos por televisión con el corazón en la mano. La guerra nos llega desde una perspectiva de desconfianza, trampa, mentira y espionaje, porque la primera víctima en la guerra es la verdad.

Uno se esfuerza por ir a dormir cada noche con el recuerdo de un momento agradable, cualquier cosa, pero es muy difícil cuando se tiene contacto con la cara sombría del mundo. Después de abrirle la puerta al dolor es imposible dormir en paz. Las horas pasan muy lentas, las horas de los desesperados pasan tan lentas como las de los insomnes.

Suenan las sirenas en Kiev, sentado en su trono está el loco de turno jugando al titiritero. Despacha amenazas con la pasividad de los perversos que justifican todas sus acciones.

¡Ah! Esa mirada de témpano, esa mueca de labios que pretende ser sonrisa, esa corbata anudada sin una arruga, esa enorme cabeza de efigie de piedra. Ese discurso de justificación de sus tanques porque otros antes echaron a rodar unos similares. Esa argumentación con datos estreñidos y óptica de contrainteligencia. Esa dialéctica de negros perros esteparios para asustar a visitantes.

La semilla del narcisismo puede germinar en las entrañas de cualquiera. Lo espantoso es que un narcisista se trepe al poder y saque las cosas de quicio.

Existen dos clases de locos: los mansos y los malditos.

Los dictadores son personas extremadamente narcisistas y se consideran llamados a desarrollar un proyecto que les dará gloria después de su muerte. Están demasiado ocupados en ejecutar ese gran plan como para ocuparse de las vidas de los demás y, sobre todo, eliminan cualquier obstáculo que pueda oponerse a ese ideal trascendente. Este loco, el de ahora, el de turno, construyó un régimen autoritario porque sin opinión pública es fácil tomar decisiones, y con ese fin elimina uno a uno a todos sus adversarios . Todo esto lo hemos estado viendo desde Occidente.

El problema es que en esta ocasión hay otra clave distinta: estamos frente a una superpotencia nuclear y frente a una persona que podría usar su arsenal atómico si llegase el caso.

Su misión existencial está por encima de la vida de todos, incluida la suya propia. Solo fíjense en sus ojos y su mirada: ahí está todo escrito.

Lo que la vida me enseñó

no estaba escrito en parte alguna

no vi la mano que rompió

sus siete sellos a la luna.

Negro caballo del abismo

el hongo negro se avecina

saltó a los cielos aquel monstruo

con sus guadañas asesinas.

Hasta la luna, musa mía

la luna, el sol y las estrellas

este planeta olvidarán

donde no brotan ya semillas.

Se cierne otra vez sobre este mundo

el nuevo caos, las tinieblas

porque en la era de la ciencia

rompió el átomo sus cadenas.


El arsenal nuclear que existe en todo el mundo puede eliminar doce veces todo rastro de vida en la tierra, eso en términos caseros quiere decir que cada ser humano, sin excluir a los niños, esta sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita. Tal es la potencia de aniquilación de esta amenaza colosal que plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que giran alrededor del sol, y de influir en el equilibrio del sistema solar. Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la industria nuclear desde su origen, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo.

El único consuelo de estas simplificaciones terroríficas, si de algo nos sirven, es comprobar que la preservación de la vida humana en la tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear. Pues su costo esta malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos.

Somos una legión de fantasmas que habita un pequeño rincón del universo, una mole de hombres alucinados, cuya terquedad sin fin, se confunde con la leyenda.

No hemos tenido un instante de sosiego en la historia humana, no ha surgido una raza de seres prometeicos, capaces de enmendarla, nos hemos repetido genéticamente una y otra vez. Han habido guerras, golpes de estado, revoluciones, dictaduras luciferinas, desapariciones forzosas, exilios … Esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, sino ésta que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, ésta que sustenta un manantial de creación insaciable, pero que también está plena, paradójicamente, de desdicha y de barbarie, es por primera vez en la historia del hombre el escenario de un desastre colosal, ya no es una simple posibilidad científica.

¿Qué química es, pués, el hombre?  ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicción, qué prodigio!  ¡Juez de todas las cosas, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error. Gloria y excelencia del universo…! ¡Reconocedlo, pués, soberbios, qué paradoja sois para vosotros mismos!  Humillaos, razón impotente, naturaleza imbécil, sabed que el hombre supera infinitamente al hombre.

Blaise Pascal.

Desde la aparición visible en la tierra, debieron transcurrir trescientos ochenta millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros ciento ochenta millones de años para el primer brote de una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos a diferencia del bisabuelo Pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso multimilenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón.

Nos hemos quedado cortos a la hora de encontrar patrones para interpretarnos.  Nos hemos convertido en alfiles sin albedrío a merced de los dueños del mundo, de fanáticos, de codiciosos y de locos. Y no importa si poco o nada tenemos que ver las grandes mayorías, en los conflictos de las poderosas minorías, la muerte y la locura vuelan hasta alcanzarnos.


Es difícil en tiempos como estos pensar en ideales, sueños y esperanzas, sólo para ser aplastados por la cruda realidad. Es un milagro que no abandone todos mis ideales. Sin embargo, me aferro a ellos porque sigo creyendo, a pesar de todo, que la gente es buena de verdad en el fondo de su corazón».

Una adolescente de 14 años, escondida en un ático, escribió en su diario esta reflexión sobre la guerra, la suya, en 1944.

Lo único que su familia tenía para comer era una mezcla viscosa de lechuga y papas podridas. La desnutrición se estaba ensañando con su cuerpo. Aún así se sentía contenta. Escribió que había sido dotada con un carácter alegre. No hay gracia más deseable que un carácter alegre. Incluso en la oscuridad de su encierro, Ana Frank era libre. Hubiera podido firmar más de un libro con su nombre. Malditos locos. No la dejaron.

Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos, una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el unico sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia. Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive de la clarividencia de la poesia.

Poetas y mendigos, músicos y profetas, escritores y malandrines, todas las criaturas de esta realidad desaforada, han tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida.  Éste es, como decía García Márquez, el tamaño de nuestra soledad.

Los estrategas del odio, de la demencia, de la venganza, de la codicia, de la guerra, reconocen nuestra debilidad: la confianza.  Siempre nos tragamos el cuento de la paz, y entre tanto, miles siguen muriendo.

Y a cada nuevo atentado, uno se pregunta:  ¿quién fue?   ¿Los Palestinos? Cobrando la ayuda militar y política a Israel. ¿Los iraquíes?  ¿Los salvadoreños? ¿Los vietnamitas? Cobrando sus miles de muertos.  ¿Los japoneses? Cobrando las bombas atómicas. ¿Los rusos?  ¿Los chinos? Cobrando los años de la Guerra Fria. ¿Los kosovares?  Cobrando los bombardeos de la OTAN.  Cuando se le debe a tantos, nunca se sabe quién es el que se arriesga a cobrar.

El final del último día

Un minuto antes de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotaran a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteara el curso de los rios, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el cielo. Las nieves perpetuas cubriran el desierto del Sahara, la vasta Amazonia desaparecerá de la faz del planeta destruida por el granizo, y la era del rock y de los corazones trasplantados estará de regreso a su infancia global. Los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro en esa última hora de ese último dia aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos. Todo habrá terminado. En el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas.

Dentro de millones de milenios, despues de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de la evolución, será quizá coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy.


Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aqui el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del universo.

Gabriel García Márquez.



Muchos creen que tener talento es cuestión de suerte, nadie piensa que tener suerte es cuestión de talento.

Leonardo da Vinci.


Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates leía una melodía para flauta (una aria)

— ¿De qué te va a servir? — Le preguntaron.

— “Para saberla antes de morir".


Corría el año 1922, Einstein acaba de ganar el premio Nobel de Física. Un niño le dice a su madre que quiere ser investigador, pero le preocupa que, al paso que va la ciencia, cuando sea mayor ya no quede nada por descubrir. Años después el niño se ha licenciado en física, pero interrumpe su doctorado cuando una bomba nazi destruye su laboratorio. Se incorpora entonces al servicio secreto británico y diseña una mina especial para hundir los dragaminas alemanes. Inconforme aún con su vida, incursiona en otro campo, y decide descubrir el secreto de la vida. Con un hatajo de visionarios inaugura la era del genoma y gana el Premio Nobel de Medicina por este trabajo. A los 60 años decide que el último territorio que queda por explorar para comprender la vida es la consciencia. A la edad en que la mayoría de la gente está pensando en la jubilación, él empieza una nueva carrera como neurocientífico. Durante casi treinta años genera ideas y ejerce una poderosa influencia, como pocos otros científicos de su tiempo. Pocas horas antes de morir, en el 2004, Francis Crick termina de corregir un manuscrito para los investigadores futuros que quieran entender mejor qué es la consciencia.


La suerte sólo favorece a la mente preparada.

Louis Pasteur.

Si incluso los cerebros más privilegiados y las personas con una capacidad de trabajo extraordinaria se mueren sin saberlo todo, ¿qué esperanza nos queda a los que tenemos capacidades más ordinarias?

No nos queda otro remedio que admitirlo: no podemos saberlo todo. Lo máximo a lo que podemos aspirar es a saber algunas cosas, pero a saberlas bien. 

Hoy sabemos mucho más de astronomía que Ptolomeo o Kepler, de física que Newton e incluso Einstein, de medicina que Hipócrates, de química que Lavoisier. Si vemos más lejos es porque estamos subidos en hombros de gigantes. Nuestra medida del universo es más exacta que la de Copérnico. A pesar de lo que no sabemos y de lo que no nos imaginamos que no sabemos, podemos decir que el cúmulo de conocimiento que tenemos es mayor, objetivamente mayor, que el que se tenía en la antigua Grecia, o incluso hace dos siglos. Es la historia del esfuerzo intelectual del hombre por comprender el mundo en el que le tocó vivir.

Hace apenas unos cuantos siglos, no teníamos la menor idea del lugar que ocupábamos en el universo, dónde estábamos, cuándo estábamos, nos encontrábamos perdidos en una especie de prisión.

Éramos cazadores y recolectores, la frontera estaba por todos lados, sólo nos limitaba la tierra, el océano y el cielo. Pero rompimos las cadenas de esa prisión. Fue el trabajo de generaciones de incansables buscadores, ellos cuestionaron la autoridad,  empezaron a pensar por si mismos, a cuestionarse así mismos. Trabajaron y probaron sus ideas por medio de la evidencia obtenida a través de la observación y la experimentación y nunca se olvidaron de recordar que podrían estar equivocados.

Toda nuestra ciencia comparada con la realidad es primitiva e infantil, y sin embargo es lo más preciado que tenemos.

Voltaire dijo de los hombres de su tiempo que su grandeza consistió en que necesitaban milagros y simplemente los hicieron.

El hombre ha llegado a atisbar en la enormidad del universo y en su insólita complejidad, y ha tenido que admitir con valentía y cierta decepción, que su lugar en el escenario total es insignificante. Pero aún así no se amedrentó y continuó su búsqueda.

Nuestra aventura actual es más asombrosa que cualquier novela, ahora podemos ver a voluntad cosas que antes sólo eran posibles en los sueños.

Si miramos al pasado, muchos de los grandes inventores, no fueron los primeros en concebir la idea, pero si fueron los primeros en hacerla posible, ellos son los que figuran en los libros de historia. Imaginar es de sabios, hacer es de genios. En perspectiva, todo depende del precio que estemos dispuestos a pagar.


Imaginen toda la vastedad del universo, una inmensidad de espacio y tiempo, una  vastedad mayormente inexplorada. Imaginen cuántos secretos esconde, cuántos misterios aguardan por nosotros. La ciencia nos puede llevar por toda esa grandeza y nos puede revelar esos misteriosa, pero sin imaginación no vamos a ningún lado. Todo cuanto podamos llegar a imaginar está impulsado por dos motores: escepticismo y asombro, y se guía por el conjunto de normas sencillas que rigen la ciencia y la hacen tan poderosa. Probar ideas con experimentos y observación,  edificar en esas ideas que pasen la prueba y desechar las que no la pasen. Seguir la evidencia hasta donde nos lleve y cuestionarlo todo. El hombre ha tomado esas reglas en serio y ha puesto el cosmos a sus pies.

El hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del universo, de donde ha surgido por azar. Su deber, como su destino, no está escrito en ninguna parte, le corresponde a él elegir entre el reino trascendente de las ideas y del conocimiento, o el de las tinieblas.

¿Qué tan lejos habrá deambulando nuestra especie de nómadas a finales del próximo siglo y a finales del próximo milenio?

Con todos nuestros defectos, a pesar de nuestras limitaciones y falibilidades, nosotros los humanos somos capaces de la grandeza.

Muchos se maravillan ante la enormidad de una montaña, ante el poder de los mares tempestuosos, o ante la grandeza del firmamento en una noche clara. Pero pasan de largo sin maravillarse, sin sorprenderse de sí mismos y de sus compañeros de especie.

Estamos hechos del mismo material del que están hechas las estrellas, pero hay hombres tan grandes como esas estrellas de dimensiones ciclópeas, destinados a arder para que la tierra pueda ser iluminada.

El camino abierto sigue llamándonos suavemente como una canción casi olvidada de la infancia.

La ignorancia no es decir: no lo sé, ignorancia es no querer saberlo.

Mi admiración y agradecimiento para @buckhead1111 por su trabajo hermoso e impecable y por compartirlo con todos nosotros.

La primera imagen de esta publicación hace parte de su exquisito trabajo.

Mi abuela solía decir que en mi tierra, el sol se ponía de pie como un arcángel.


Escucho aún desde mi infancia

un aleteo de palomas blancas,

un pájaro deteniendo el silencio,

entretejiendo distancias.

El sol amaneciendo tejados

y el sauce regalando fragancias.


Entonces solicito mi casa

inundada de luz blanca,

donde los recuerdos discurren

bajo el arco de la infancia.

Abro la verja del paisaje

y se desborda la nostalgia.


Yo he visto otras tierras

y también otros mares,

pero todo el amor en mi pecho

se lo entrego a ese paisaje.

Un pequeño lugar del mundo

poblado de escuelas

y viejas calles.


Iluminado por la hermosa luna

vestida con su antiguo traje,

y ése cielo derramándose

sobre sus enormes zaguanes.

Y cuando se desborda el horizonte …

¡oh, mi tierra!

qué hermoso es presenciarte.

luishurzzuzz:

La extrañé todo lo que se puede extrañar cuando se ama como la amo a usted.

Me pasaron a través todas las ausencias posibles, ningún tren de soledad vino a mi antes así.

La vida se me fue haciendo delgada en el lugar de las gentes de blanco, tan limpias, y sentí que quise vivir extrañamente, sintiendo en todos los minutos la muerte.

Pero ver aquí esta puerta que abrió me dió la vida, no sé por cuánto tiempo.

Pongo mi ser entero en esta luz, en esta hendija que duele sin dañar mis ojos fijos en ti.

Te hablo como si te encontrara por vez primera, como el primer día que se cruzaron nuestras palabras.

No puedo explicar cómo estoy de verte aquí, solo siento profundo tantita paz y te abrazo inmensamente como no he abrazado a nadie.

Contigo las cosas están más allá de donde ya no puedo ver y sentir, me ayuda a entender que no termino de saber cuánto te amo.

No, no puedo dejar de sentir esta agua estos días y traigo un pañuelo grande para tener un pretexto de una gripa fuertísima.



Solo océano había aquí y en todas partes y una ave negra con un ojo fue cada noche.

Que vigilia más larga sin un sonido tuyo.

No digo mucho ahora, vieras que no. Por alguna razón muy dentro llevo quedito gotas grandes y tibias, y estas me alivian el corazón, son pies chiquitos caminando en mi cara. Y cuando vienen se hilan y se juntan los cortes de tajos grandes en el aire dolorido.

Se dolió el viento por la ausencia de tus cabellos dorados como delgados filamentos de luz.

Se instala el sonido rojo y corren lentos los ríos de cada arteria, suena una nota y después otra, se asoma tu canción, si, la canción que quiere cantar de nuevo el corazón.



El país de las nubes

Enero de 2022

Patas de gato

DELIRIOS

Si viene preguntando por mí el delirio, díganle que pase, que lo estaba esperando, sentada sobre la punta de mis ansias.

Y es que, a veces es necesario que me extravíe de mi misma, que enloquezca, para que las sangres que no se hablan, se reconcilien en el agua.

Estoy decidida a hacer de mis neuronas un amasijo, para volver a empezar y que todo quede claro respecto a mis angustias.

He convocado ante mi toda la desazón y la tristeza, para que los pájaros que habitan en mis ojos puedan velar sus cadáveres.

Me pregunto a quién adeudarle mis dudas y mis frustraciones, porque luego de habitar aquel lugar, donde el desequilibrio es vital, me resisto a seguir el curso de mis zapatos, quiero poner en ridículo a mi sombra e ir tras aquellas enloquecedoras señales de vida, que golpean tan a menudo en mi pecho.

Así que, si viene a preguntar por mi el delirio, díganle que pase, que lo estaba esperando, para que vayamos juntos al aquelarre donde son pesados los corazones de las brujas enamoradas.

LA POESÍA SE NUTRE DE NOSTALGIAS

Emito mis alaridos sobre los techos de este mundo.

Walt Whitman.

Un poeta de mi tierra dijo alguna vez: “la poesía es el consuelo de bobos sin amor”. Me puse a pensar que mucho de cierto encierra, porque nada nos vuelca a escribir con mayor pasión, necesidad y sobre todo honestidad, que los momentos de desolación, tristeza, desesperación y angustia. Y lo mismo ocurre con quienes leen poesía, precisan de ella cuando están quebrados por la vida. Y la buscamos porque, la poesía puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, derrotar la soledad y sobrellevar la tristeza. 

Poesía

que no estás hecha

sólo de palabras

amontonadas en versos.

En ti hay una tormenta

esperando en silencio.

En ti existen los mundos

que soñamos

contra todos los pretextos,

en ti se hospedan las dulzuras

pero también los tormentos.

Te escondes en la daga

que hiere

a los amantes eternos,

en el viento que arrecia

en los olvidados cementerios,

en la noche bohemia

que abre los portales del tiempo.

En el lugar donde se han quedado

guardados los recuerdos.

En el valor que admite

que tiene mucho miedo.

En los corazones que se derrumban

después de que rompen sus sueños.


La poesía surge cuando aprendemos a observarnos a nosotros mismos, porque al concentrar la atención internamente, empezamos a sensibilizarnos y esa sensibilidad nos lleva a preguntarnos por qué el mundo que vemos y palpamos es como es, por qué sentimos lo que sentimos. ¿No tiene ninguna relevancia nuestra llegada a este torrente de vida y, aún más, la decisión de quedarnos?

Escribió alguna vez Almafuerte, que la felicidad humana no había entrado en los designios de Dios. Entonces existir, supone soledad y desarraigo. Por suerte, se nos ha regalado el arte para soportar la náusea, por suerte, hay un mago que nos salva y nos cura: el poeta.

Todos estamos solos y somos vulnerables y la poesía es el testimonio de nuestra odisea a la deriva. Nos inventamos acantilados para chocar, y en ese choque se calma nuestro ahogo.

De pregunta en pregunta y de centrar la mirada en algo que por cotidiano no es insulso, de instantes así se va nutriendo la poesía. Y ya ella, tan sabia como el tiempo mismo, sabe en qué momento gobierna las pasiones del ser humano para convertirlas en versos, para que el papel sea el paredón y el receptor de los arrepentimientos, los dolores o las añoranzas. Todo nuestro cansancio, nuestra angustia, nuestra alegría, todas nuestras noches, nuestro desdén y rebeldía, nuestra congoja y abandono, nuestro llanto y agonía, nuestra herencia irrenunciable y dolorosa, todo nuestro sufrimiento, en fin, toda nuestra pobre y maravillosa vida. Por eso es que escribir poesía es el acto más privado de nuestra vida, nace de la soledad y el ensimismamiento, hecha para nadie, para todos, para nada, para todo.

Pero las palabras del poeta no siempre acarician. El poema es almíbar y veneno, pájaro y jaula, infierno y redención. El poeta no teme visitar los recodos oscuros de la poesía. Advierte que, cuanto más cerca la belleza, más cerca la desdicha, cuanto más cerca el amor, más cerca la despedida. El adiós anida siempre en el calor de un abrazo.

El poeta se asoma al abismo, al suyo, a ese que Nietzsche advertía no asomarse demasiado. Se asoma y lamenta ya no ser él, sino otro. Sin embargo, lo consuela escribir, él ha sorteado las oscuras y bravías aguas del abismo interior, y con la sangre del corazón ha precisado el bosquejo de amores y desventuras. Tal vez sea mejor no separar el amor de la desventura. El amor es desventura.

El poeta escribe para herirse, también para gritar el dolor que le causa herirse. Herida y grito hay en el poema. Esa misma necesidad tienen los lectores, precisan de la poesía para vivir, tanto como el pan y los besos, aunque les llueva en los ojos la nostalgia fugitiva de los versos.

Dice Shakespeare, que el amor es una criatura bifronte y la pareja es un monstruo de dos cabezas. Lo aprendemos o lo sufrimos, o sólo sufrimos y complacidos vamos al abismo, aun sabiendo que lo único seguro en el amor es la ceniza. Porque la otra cara del amor o quizá la única es la del abandono, que se esconde desde la primera mirada. Después vienen los recuerdos a secarnos la boca, después viene el fantasma a instalarse en la memoria.

“Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, es así como explicaba Emily Dickinson su oficio de tejer palabras para lograr levantarle a alguno la tapa del cráneo.

Reconocerse vulnerable, verse débil en el exterior e irse diluyendo en el interior y agarrarse de la poesía y encomendarse a ella como diosa que ahonda en la melancolía sin condenarnos a ella.

¡Ay de aquel que no responde con su canto a los dulces y furiosos llamados del corazón!

Cuando se ama se corre el riesgo de sufrir, no hay amores que no hagan sufrir, no importa la lealtad o subyugar, todo amor desgarra. La palabra demuestra que amar tiene sus consecuencias… sufrimientos.

Escribimos mientras aguardamos a que esta realidad nos agobie un poco menos y seguimos caminando, buscándonos en lo desconocido, hasta que el dolor que llevamos dentro nos sobrepasa y nos hace regresar una y otra vez a la pluma.

¿De qué sirve pensar y sentir si todo ello no nos ayuda a vivir mejor? Nos arrojaríamos al vértigo de la ignorancia.

El gozo y la tristeza son dos fuerzas que se desafían, pero que dolorosamente duermen en el mismo lecho, el poeta los enfrenta y consigue que cada uno se desnude y cuente su historia. El poema yace en lo cotidiano, en lo humano, en lo visceral y es allí en donde el escritor ha encontrado un asilo al que nos invita, no sin antes dejarnos ese aliento de esperanza que nos deja la posibilidad de seguir escribiendo, la poesía no tiene que ser glamorosa ni excelsa, sino que debe acercarse a la profundidad del ser, a lo que nos duele, a lo que nos aleja o a lo que veces también nos retiene. Amamos en lo profundo, amamos en el dolor.

El poeta debe estar despierto a las simples cosas, agudizar los siete sentidos, incluido el de la magia y el del absurdo. Hay que vivir la poesía, después, si queda tiempo, se escribe. La esencia de la poesía está en el modo de percibir, escribir es una añadidura. Hay que ubicarse a un ladito del camino y ver pasar las personas y las cosas. Hacerse amigo de los duendes. Tener un dolor permanente en el costado, el mundo suele derrumbarse sobre la cabeza del poeta.

La poesía no le da la espalda al dolor, a ningún dolor, tampoco lo glorifica, más bien rechaza que sea sufrir.

Lo que ella no perdona es que haya quien dañe. La poesía detesta la crueldad, la golpea en su centro y de ese choque ilumina una cara distinta. Que haya quienes naveguen a su gusto el ajeno dolor, eso la poesía no lo tolera.

La poesía es una forma de resucitar, una segunda vida para los recuerdos. Los poemas sirven para detener el tiempo, todas esas imágenes se encuentran aquí, imágenes de otro tiempo: en ocasiones la poesía es más una pintura, una imagen estática del tiempo, que una reflexión sobre su paso.

Todos nosotros soñamos, amamos y sufrimos, y de todo eso se nutre la poesía, no vivimos sólo para cumplir deseos vulgares.

Buscamos la fuerza expresiva como una forma de conjurar nuestras fragilidades y nuestros miedos. La poesía es un territorio donde uno puede reconstruirse, ir hasta el fondo, desentrañarse.

Los versos podrían ayudarnos a mirar más allá y, ojalá, darnos consuelo en estos tiempos en los que da miedo vivir. La palabra poética tiene que servir para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro.

El poema puede llegar a ser un ejercicio compensatorio y también nos lleva a exponernos, a enfrentar riesgos.

Los poetas han sido los primeros en revelar que la eternidad y lo absoluto no están más allá de nuestros sentidos, sino en ellos mismos. Esta eternidad y esta reconciliación con el mundo se producen aquí y ahora, en nuestra vida mortal. Porque si hay alguna inmortalidad es seguramente la que nos otorga el amor y la poesía.

Habrá que buscar resquicios de vida bajo las ruinas de los actos cotidianos para no morir, encontrar la forma de transgredir lo que se nos impone.

Que se acabe todo, pero que nos quede la poesía, la música, que nos quede la esperanza, como dijo Emily Dickinson: “La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma, y entona melodías sin palabras, y no se detiene para nada, y suena más dulce en el vendaval”.


VIENE DE ADENTRO

En la hora del silencio,

un poeta camina de cara al cielo,

invoca al inválido recuerdo,

los tumultuosos recuerdos.

Manotazos de ansia

resuenan en su alma. 

En una copa de vino

asiste a su propio naufragio.


En la hora de la lluvia,

un fantasma

camina sangre adentro,

persigue incansable

la gota ebria

que apagará la llama

de algún sueño.


El poder de la pluma es la de traducir la realidad en emoción pura y esa llama es suficiente para avivar el espíritu y derrotar la tristeza

Si no brota del alma no es poesía, porque la poesía es carne y sangre, es desgarro y todo en movimiento es espíritu. “Escribe con sangre y verás que la sangre es espíritu”.

Algunos poetas se jactan de llevar una corona de laurel, otros en cambio seguirán soñando caminos con la espina en el corazón.

¡Ay poesía!

Nos viene de lejos esa melancolía.

Aquella nostalgia que en nosotros anida

sabe de felicidades, pero también de agonías. 

HUBO UN TIEMPO EN EL QUE  NUESTRO CORAZÓN ALBERGÓ ALGO DENTRO QUE ERA MÁS GRANDE QUE EL MUNDO ENTERO

Siempre cruzan por mi mente, como un río, esas evocaciones de infinita nostalgia de las navidades de la infancia, cuando el mundo se inauguraba frente a nosotros y creíamos que había tanta belleza en él, desconociendo sus crueldades.

Aún escucho voces que me son sensiblemente familiares, las que supieron darle al lenguaje su fuente originaria y pura. Por esto ahora, cargados de emociones hondas recordamos a los antepasados que nos enriquecieron la imaginación narrándonos sus historias fascinantes por esta época. Ellos agotaban nuestra fantasía y nuestro asombro y ayudaban a tejer los interrogantes y los sueños, con la mirada perdida en el firmamento, observando el juego de las estrellas vírgenes. Ojalá, en este mundo crucificado por violencias, odios, egoísmos, injusticias y arbitrariedades, podamos algún día volver a soñar con inocencia, para lo cual tendremos que descubrir lo más difícil: ¿cómo volver a vivir con inocencia?

Charles Dickens, escribió “un cuento de navidad” en 1843, un relato corto envuelto entre la niebla y el misterio que mantiene vivo el espíritu de lo que es o deberían ser estos tiempos.

Cuento de Navidad no es hermoso solamente por su hondo contenido poético, sino también porque ninguna otra obra literaria rescata el espíritu de la navidad como esta.

No sé cuál de todos los ingredientes de este cuento sea mi favorito: el personaje asocial, la intervención del mundo sobrenatural o la conversión del protagonista después de entender que ha conducido su vida de forma equivocada. En este relato, el milagro de la transformación se da durante el día de Navidad. Dickens sentía estas fechas como el momento de la hospitalidad y la tolerancia, la ocasión para bucear en los recuerdos y buscar en nuestra vida la armonía, sin lamentarnos por los sueños que no se han cumplido y para traer «a nuestro lado a las personas que quisimos», y que seguimos queriendo, diría yo, pero que ya no están. Estos días se vuelven música, se tornan poesía.

Es muy triste la existencia de aquel que nunca se ha desprendido una chispa de generosidad. “Escasa influencia ejercían sobre Scrooge el calor y el frío exteriores”, releo en el relato. Muchos viven con tanta amargura que uno siente, como el mismo señor Scrooge, que la oscuridad les resulta barata, y por eso les gusta. Como si vivir no fuera pensar también en las necesidades de los otros, en sus sueños y sus preocupaciones, sus anhelos y sus frustraciones.

Quizá por eso, “es preciso para todo hombre que el espíritu que lleva dentro de sí salga al encuentro de sus semejantes y ande por todas partes”

La Navidad no es más que una puerta abierta para que quienes se han ido encuentren la luz encendida después del largo camino, es el reencuentro, es la unión y una ligera dosis de esperanza.

La literatura muchas veces hace más fácil y especial el regreso o la partida. Las palabras suelen cambiar la vida de alguien si se escuchan, si se cree que ellas mismas son un acto de fe. Este tiempo es propicio a la literatura y, con ella a emprender un viaje renovado a los tiempos del fuego de hogar. Un viaje imaginativo a la infancia recuperada.

Yo imagino.

Hubo un tiempo, dice Charles Dickens, en el que para la mayoría de nosotros, estos días  envolvían nuestro limitado mundo, como un anillo mágico y colmaba nuestros deseos y aspiraciones, reunía diversiones hogareñas, afectos y sueños, reunía todo y a todos al amor de la mesa, y dotaba de plenitud la pequeña imagen que resplandecía en nuestros brillantes ojos infantiles.

Fue el tiempo de los días radiantes e ilusorios que hace tanto nos abandonaron ¡para aparecer débilmente, tras la lluvia o en los bordes más pálidos del arco iris!   Fue el tiempo del disfrute honesto de las cosas que iban a ser, y que nunca fueron, pero ¡eran tan reales en nuestra imaginación, que sería difícil decir qué realidades ocurridas desde entonces han sido más incontestables!

¿Acaso ya viviste ese día en el cual estabas con esa persona amada que tanto te costó encontrar?

¿O aquel otro en el que saludas con un abrazo a tu antiguo rival intercambiando con él palabras de amistad y perdón?

¿Y ese otro día en el que ves a tu amor de juventud del brazo de otro y piensas  en lo desgraciado que hubieras sido de haberlo ganado tú?

¿Y llegó por fin ese día en el cual acabas de conseguir todo cuanto has querido y por lo que tanto has luchado, en que tu apellido se ve honrado y ennoblecido, y en tu casa te reciben llorando de alegría?  ¿Es posible que estos días  aún no hayan llegado?  

¿Podrías detenerte hoy en el camino y recordar las cosas que nunca fueron con la misma naturalidad y satisfacción, con la misma gravedad que las cosas que han sucedido y desaparecieron, o que han sucedido y todavía perduran?

De ser así, no quedaría más remedio que concluir que la vida es poco más que un sueño, y de cuán poco importantes son nuestros amores y nuestras luchas.

Pero yo quiero creer que nadie piensa así. Porque nada como el espíritu humano para perseverar por cumplir sus sueños.  A medida que pasan los años deberíamos agradecer nuestros recuerdos infantiles y nuestros sueños juveniles, y sobre todo las lecciones que nos dejaron. Porque todo ese mundo pasado tejió este presente imperfecto tan apreciado.

Este día, no alejemos nada de nosotros, ni lo que fue o pudo ser, ni siquiera a los que fueron.  Ni el rostro de tu enemigo, ni a ese amigo, compañero o hermano que ahora ya no está entre nosotros. Ni siquiera lo apartes a él, ¿nos habría olvidado él?,  ¿habría dejado él de querernos?

Trae a tu lado a todas las personas que has querido, déjales siempre un lugar entrañable en tu corazón. No excluyas nada.

¡Démosle la bienvenida a todo y a todos, e invitémoslos a compartir nuestro fuego.

¡Bienvenidas antiguas aspiraciones a nuestro refugio debajo del árbol! Que sepan que no las hemos olvidado, y que jamás las enterramos.

Bienvenidos los viejos recuerdos que dejamos tallados en piedra, entre la hierba allá en nuestro pequeño pueblo.

¡Bienvenidos viejos proyectos y viejos amores, por fugaces que fueran!   ¡Bienvenido todo cuánto llegó a ser autentico en nuestros corazones! Nunca dejes de alentar tiernamente estos recuerdos. Porque ante ese niño que fuimos se extiende aún un futuro brillante que jamás imaginamos en nuestros pasados y románticos días.

¡Bienvenido todo!  Bienvenido lo que ha sido, lo que jamás fue, y lo que esperamos que sea. Bienvenido todo a nuestro rincón, donde lo que es, aguarda con los brazos abiertos.

https://youtu.be/1LMSOfs10mA

EMBAJADORES DE COSAS EXTRAÑAS

“No sabemos en qué preciso momento nace una amistad. Cuando se llena una vasija gota a gota, una de ellas rebasa al fin la vasija; así, en una serie de actos bondadosos, hay al fin uno que enciende el corazón”.

Ray Bradbury.

Juan y yo teníamos ese tipo de amistad que todo el mundo quisiera experimentar: compañerismo, confianza, solicitud, tomar riesgos y todo lo que puede incluir la amistad en nuestras apresuradas y caóticas vidas.

Nuestra relación comenzó en la secundaria y se fue afianzando a través de las competencias deportivas. Sentíamos mutuo respeto por las cualidades atléticas del otro. Con el transcurso del tiempo nos hicimos los mejores amigos.  Juan fue el padrino de mi boda, y yo el suyo pocos años después.  Es también el padrino de mi hijo Nicolás.  Sin embargo, el acontecimiento que mejor ilustra nuestro compañerismo y que afianzó nuestra amistad, ocurrió hace más de veinticinco años, cuando teníamos veinte, éramos jóvenes y sin preocupaciones.

Juan y yo asistimos a una fiesta en la piscina del club local de natación y tenis. Él acababa de ganar un premio.  Nos dirigíamos hacia el auto bromeando, cuando Juan se volvió y me dijo:

— Alberto, has bebido muchos cócteles, amigo, tal vez yo deba conducir.

Primero pensé que bromeaba, pero como Juan es decididamente el más sabio de los dos, respeté su sobrio juicio.

— Buena idea. — respondí y le entregué las llaves.

Una vez instalado en el volante y yo en el sitio del pasajero, me dijo:

— Necesitaré tu ayuda, pues no sé llegar a tu casa desde aquí.

— No hay problema. — respondí.

Juan encendió el auto y partimos. No sin los saltos y paradas de la primera vez.  Las diez millas siguientes me parecieron cien, mientras le daba indicaciones a Juan: ahora a la izquierda, más despacio, pronto, hay que girar a la derecha,  acelera, etc.  Lo importante es que aquella noche llegamos sanos y salvos a casa.

Diez años después, durante mi boda, Juan hizo que los ojos de los cuatrocientos invitados se llenaran de lágrimas mientras les relataba la historia de nuestra amistad y de cómo habíamos llegado a casa aquella noche.

¿Pero, por qué es ésta una historia tan extraordinaria?   Todos, espero, entregamos nuestras llaves cuando sabemos que no debemos conducir. Pero el asunto es que mi amigo Juan es ciego, ciego de nacimiento y nunca, antes de aquella noche, había estado al volante de un auto.

Nuestra disposición a asumir riesgos y a confiar en el otro, continúa dando significado y alegría al viaje de nuestra amistad.

Dijo Sócrates: Sé lento al entrar en una amistad, pero cuando estés dentro, continúa firme y constante.

Leí alguna vez esta historia en los anales de Ripley (aunque usted no lo crea) le hice esta pequeña ambientación, y me valgo de ella para honrar la amistad, porque creo en su grandeza.

Me gustaría empezar por decir que la amistad no es simplemente un asunto de compinchería, un grupo de personas extraviadas que encuentran su identidad, un refugio contra la soledad y la dureza de la vida, ese ícono en la interfaz de una red social, una coreografía de halagos sin fundamento, el nombre que uno le pone a un montón de personas que se juntan para volverse iguales. Decir que la amistad son las alianzas mundanas, interesadas y de modas pasajeras es prostituirla. 

Si la amistad es esencialmente una relación de amor verdadero, y la nuestra es la era del narcicismo y el simulacro, entonces la amistad requiere en nuestros días un poco de locura, es una suerte de contravía y también es un acto de fe.

La amistad tiene que apostarle al sentido, a la integridad, a la sabiduría, a la dignidad y a la verdad. Es una apuesta al crecimiento y a la virtud en el hombre.

Una amistad verdadera es un pacto sellado para acompañarse en esa apuesta de retarse, cuidarse, enseñarse y deleitarse haciendo sentido en ese camino que es vivir. Sin camino, sin propósito, sin un para qué en la vida, la amistad carece del hilo esencial para cuidar ese pacto. 

Pero la amistad no es sólo el pacto, es también el camino, por eso sólo puede llamarse amistad a esa relación que permanece indemne en las verdes y las maduras, en la abundancia y la carencia, en la coronación y el ostracismo, y que pasa por todas las imágenes del camino y siempre está más allá del camino. 

Muchos creen que amistad es solo complicidad, camaradería e indulgencia. Pero la verdadera amistad debe tener algo de dureza, en medio de una gran ternura. Una dureza que no halaga el ego, que no valida las mentiras, que no apoya la inconsciencia, que no es cómplice en las apuestas mediocres, que no premia ni la victimización, ni la irresponsabilidad, ni la dependencia. El amor de un amigo es incondicional con nuestra alma y nuestra virtud, pero implacable con nuestro ego y nuestra mediocridad.  Por eso el coraje de la verdad es sagrado en la amistad. Un coraje que está dispuesto a poner en riesgo el vínculo en honor a la verdad. Por eso una de las premisas de la amistad es que uno siempre esté dispuesto a perderla por honrarla. Ese es el amigo, el que se para de frente y da la cara y dice las cosas como son, así nos cueste digerir sus verdades.

La amistad no es un pacto de semejanza. En la amistad se ama la diferencia. Y la hermosa unidad que uno encuentra en las verdaderas amistades solo se da bajo la condición de que se respete la diferencia. Para ser uno, los amigos tienen que ser dos primero, cada uno fiel a sí mismo, cada uno auténtico. Por eso los orgullosos, los vanidosos y los avergonzados, los que no han tenido el coraje para pagar el precio de la diferencia, no saben ser amigos.

La piedra que en el papel no es capaz de trazar una línea recta, en el agua hace círculos perfectos.

Así como nadie sabe por qué nos enamoramos, por qué llegamos a creer que sin esa persona no vale la pena la vida, tampoco sabemos qué nos induce a elegir a nuestros amigos, por qué esas personas y no otras, por qué con unas compartimos los secretos más íntimos y nos atrevemos a hablar con ellos como si lo hiciéramos con nosotros mismos y con otras a duras penas nos comunicamos. Conocemos centenares de personas en el transcurso de nuestra vida, gente muy valiosa, pero solo logramos conectar de una manera tan intima y poderosa con unos pocos, es un misterio, como si estuviesen ahí esperando por nosotros o viceversa.

“Algunas amistades son eternas”, dice Pablo Neruda en un poema, “Cuando estás triste y el mundo parece oscuro y vacío, esa amistad eterna levanta tu ánimo y hace que ese mundo oscuro y vacío de repente parezca brillante y pleno”.

Qué vínculo tan extraordinario es la amistad, que parece no tener fin, no importa cuántos años pasen, lo poquito que han hablado o los cambios que la vida haya puesto en el camino. Ese deseo de entender las opiniones del otro, el encontrarnos frente a un espejo que refleja aspectos de lo que somos o el conseguir que alguien aprecie y comprenda nuestras rarezas. Esa fuerza invisible de valores compartidos, de intereses comunes y sobre todo de lealtad. Esa conexión que surge en cualquier momento, en cualquier parte y con las personas más inesperadas. El debate, el humor que no hiere, el sentirse escuchado y poder contar la propia historia, ese lazo que buscamos de manera innata y en la que prima la espontaneidad, no tiene precio.

A diferencia del amor que muchas veces no es lo que parece, la amistad sí es lo que parece. Y es en esa claridad donde descansa su valor. Porque fluye sin estrategias ni apariencias.

Uno va haciéndose de amigos en el transcurso de la vida, pero los primeros, los que hicimos en las primeras etapas de nuestra vida, siguen siendo un grupo aparte, una especie de logia secreta, fortalecida por un lazo unificador casi indestructible, que son las nostalgias comunes.

Jamás sabremos si somos nosotros los que escogemos a los amigos o son ellos los que nos escogen a nosotros, o ya estamos “escogidos” desde vidas anteriores, sin importar cómo fuere, un vínculo así hay que salvarlo como sea.

“Cada amigo representa un mundo en nosotros, un mundo que posiblemente no nace hasta que ellos llegan, y es sólo en este encuentro que un nuevo mundo puede surgir”.

Anaïs Nin

No podemos manifestarnos libremente frente a cualquier persona y en cualquier ambiente, pero en la casa de tu mejor amigo puedes entrar sin ponerte uniforme, sin tener que someterte a recitar el Corán y sin renunciar a nada de cuanto forma parte de tu patria interior. 

No necesitas disculparte por ser como eres, ni demostrar ninguna cosa. Porque un amigo solo considera al hombre, simplemente, honra sus creencias, sus costumbres y sus particularidades. A los amigos hay que verlos como embajadores de peculiaridades, de cosas extrañas, al fin de cuentas, aprendemos a querer esas rarezas y a respetarlas porque los hacen únicos.

“No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

Antoine de Saint-Exupéry.

Todos necesitamos ir allá donde sabemos que  podemos ser puros, por eso no hay mejor lugar para ser que la casa de tu amigo.

Con tu amigo experimentas una grata sensación de autenticidad, las palabras que se pronuncian coinciden perfectamente con lo que sientes dentro de ti. Estás realmente todo tú en cada cosa que dices. No hay que disimular emociones, ni amarrar las palabras o las imágenes que circulan libremente por tu espíritu.  Nada perturba aquel clima de felicidad, naturalidad, pureza y transparencia.

Afortunadamente frente a los amigos no necesitamos máscaras, ni fórmulas, ni etiquetas, porque ellos aman lo que hay y lo respetan. Y al aceptar esa autenticidad, se hacen indulgentes para con su amigo. Ante un amigo no simulamos lo que no somos, ni nos privamos de emociones, porque un amigo del alma es una cumbre al aire libre, adonde podemos acudir a liberarnos de banalidades y sacar a asolear nuestra DIAFANIDAD.

Para todos mis queridos amigos, que tal vez no sean poetas, pero que sin duda, para mi, son un poema.

https://youtu.be/eaKG17XoQ48

Sobre mis noches el verso avanza


Noche, no me abandones, 

cierra ya tus eslabones.

Noche que me haces nueva y eterna,

noche de resplandores,

noche de los poetas y de los ruiseñores.

Noche, tú me consuelas,

llévame a tus parcelas.

Cíñeme con tus brazos

largos y abrazadores.

Cúbreme noche serena,

ciérnete sobre mi vereda.

Cae noche infinita

y enciende pronto tus carbones.

¡Oh noche, que me haces nueva!

No te detengas, noche bendita.

https://youtu.be/FCFCCnBbFUM

IMPRESIONES

Siempre estoy haciendo lo que aún no puedo hacer, para aprender cómo hacerlo.

Vincent Van Gogh.

En la segunda mitad del prolijo siglo XIX, aparecieron en Francia un grupo de pintores, quienes, gracias a su espíritu “sui generis”, lograron poner patas arriba a los reaccionarios críticos de arte y a los acartonados intelectuales del momento.

Estos revolucionarios del pincel, se olvidaron un poco de la forma, para centrar toda su atención en el color.

Salieron de sus gélidos y lóbregos estudios y se adentraron en las profundidades del paisaje, se inundaron de soles y de vientos. Monet, Manet, Renoir, Cezann, Van Gogh, para mencionar algunos. 

Se dejaron cautivar por los etéreos trigales amarillos, por los azules del cielo, poblado de arreboles, por los verdes apacibles de la campiña y los plasmaron casi con mística locura en cada uno de sus lienzos.


Impresionistas, así se hacían llamar por la sensación que esa espléndida gama de colores producía en la retina del espectador.

Al día siguiente de inaugurar su exposición, todos los periódicos parisinos criticaban a estos dementes que osadamente se atrevían a profanar los lienzos, arremetiendo contra ellos como si el color fuese el enemigo y su lienzo, el campo de batalla.

“Estos rebeldes que se hacen llamar impresionistas, no han impresionado a nadie”.

Desafortunadamente su tiempo no estuvo a su altura.  Fueron unos parias que vivieron en tiempo ajeno.

La historia suele ser cruel con sus grandes hombres y lo irónico es que ellos crean sus mejores obras en la adversidad y reciben sus frutos cuando ya son historia.

Hace 150 años, nadie hubiese dado un centavo por una pintura de Van Gogh, de hecho, alcanzó a vender una, nadie conocía a Van Gogh. Pero el genio de la pintura, el hombre que rompió todos los esquemas conocidos en su tiempo, ese hombre no ha dejado de generar grandes paradojas. El 29 de julio de 1890, dos días después de dispararse en el corazón, murió en la más extrema pobreza tras una intensa labor artística que apenas le reportó 400 francos por la venta de “La viña roja”, la única tela que vendió en vida. Sin embargo, el 15 de mayo de 1990, el martillo de la casa de subastas Christie’s golpeó sobre la mesa cuando su “Retrato del doctor Gachet” fue adquirido en 82.5 millones de dólares. Y el retrato de Gachet, un médico homeópata que lo trató al final de su vida, rompió otro récord de ventas que también estaba en poder de Van Gogh. En 1987 los "Lirios” se subastaron en 53.9 millones de dólares. Pero los “Lirios” lo que hicieron fue desbancar de ese primer lugar a otra obra del holandés, los “Girasoles”, que meses atrás había sido adquirida por una compañía japonesa en 39.9 millones de dólares. Pasaron pocos años después de su muerte para que la obra del pintor fuese valorada, en adelante, el mundo nunca más lo ignoraría.

Muy pronto su obra fue reivindicada, como si las diversas corrientes del arte, conscientes de su fuerza explosiva, encontraran en ella las claves de la vitalidad. 20 años fueron suficientes para que el artista solitario y desconocido pasara a ser el maestro de varias generaciones, sin importar que muchas de ellas hubieran tomado caminos diferentes.

Pero hay más. En la primera mitad del siglo XX el arte cambió de manera continua, se sucedieron las vanguardias, cada una más radical que la anterior  y se apoyaron en la psicología y el psicoanálisis. El artista moderno se convirtió en el héroe de estas nuevas disciplinas y nadie mejor que Van Gogh para encarnarlo. El mito creció sin freno. Su pintura fue reivindicada por todas las corrientes, hasta el punto de quedar por fuera de cualquier teoría.

Van Gogh no encarna un movimiento estético y, por eso mismo, no pasa de moda. Así, las historias del arte le han dedicado un capítulo aparte, con el simple título de Van Gogh, y no lo han incluído en corriente alguna, no hay una escuela que pueda contener el espíritu de su obra que se desborda ante cualquier intento por agotarla. Se hizo amar por todos pero no se dejó asir por ninguno, una paradoja como esas miles que marcaron su difícil existencia y que llevaron a Artaud a afirmar que se trató de “un suicidado de la sociedad”. Fue el arquetipo perfecto del genio maldito del siglo XIX en todos los campos del arte: loco y santo al mismo tiempo, ajeno a toda vida social o familiar, errante de burdel en burdel, de asilo en asilo, de navaja y revólver.


Siglo y medio después las obras suyas estan impresas en almanaques, revistas y todo tipo de articulo decorativo.

Nadie recuerda a quienes lo repudiaron, pero todos lo recuerdan a él.

Es una historia repetitiva, un eco que se escucha a través del tiempo. La mayoría de las veces la genialidad viene envasada en curiosos recipientes, que son incomprensibles para el común de la gente.

En la Edad Media, por ejemplo, los quemábamos en la hoguera, Galileo se salvó por un pelo. Cuenta la historia que tuvo que retractarse ante la Santa Inquisición y reconocer en público que la tierra no giraba alrededor del sol, para no ser quemado en la hoguera, pero dicen que murmuró muy bajito: “y sin embargo gira”.   Un murmullo que alcanzó a llegar hasta nuestros días. Otros no corrieron con la misma suerte y fueron guillotinados, fusilados o exiliados. Con otros hemos cometido el peor de los pecados, los hicimos a un lado y los hemos ignorado.

Hubo hombres que escribieron, inventaron e imaginaron la historia, otros simplemente cambiaron su rumbo y nunca fueron reconocidos y por tanto les dimos un final anticipado, pero ellos como viajando en una máquina del tiempo, se levantan de entre los muertos y nos siguen “impresionando” con sus grandes logros, su genialidad y su vasto conocimiento.

No se le puede dar fin a aquello que la historia no ha podido concluir.

Así es de paradójico este mundo en el que nos tocó vivir, a veces parece detenido en el tiempo … y sin embargo gira.

https://youtu.be/Ei0ThYOY0_4

Fui a ese sueño con mido

a buscarte

no te encontré entre laberintos

de calles habitadas

por solo ruido reminicente

de tus pies

eco triste

Hay un grito colgado

en esta galería gris

Un Jiron de sol tan breve

que casi se apaga

casi ni luz presente casi nada

ninguna nota en el viento

ni olor a ti

nada

Añadí un nudo a mi garganta

que no te llamé

si me puse a anudar una entraña

dónde estaba mi cosa roja

esa que la gente nombra

corazón y se expande

Espiral de Perséfone

Junio de alguna vez

Patas de gato

Cómo sin huesos

sin mundo

sin sueño

ni piso bajo mis pies

y si fuera poco

un solo charco de agua

espejo azul

sin mi cara

que va en ondas

desde el borde

del poco ruido

de mi

tu puedes ver esto gris

con tus ojos en su sitio

y los míos uno aquí

el otro allá

justo entre una estrella

y otra donde no hay

nada nada

Acantilados

Junio de algún día

Patas de gato

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