#medianoche
Hoy no quiero dormir.
Me pesan los ojos y el cuerpo y la cama se siente demasiado grande.
Mis sueños me confunden mezclando realidad con pesadilla, inquietandome y no dejándome en paz. Hace mucho no tenía este sentimiento dentro de mi. Es una culpa que se siente como mía pero que en el fondo se que no lo es. Es una tristeza y angustia que me llenan la garganta sin dejarme hablar ni tragar. es una comezón que se apodera de mí y no me deja estar quieta ni tranquila.
Sé que estás a mi lado. Bajo la misma cobija en el mismo cuarto y la misma cama. Pero te siento tan lejos que me rompe el alma saber que estás, pero no estás.
Solo quiero que amanezca, que llegue el día y la noche termine para que así el sol me caliente y pueda soltar este nudo que me aprieta el corazón y no me deja dormir.
Mi cama llena de ropa.
Tú hablas con otras.
Me quejo, porque yo también lo hago.
No me gustaría estar contigo ni en un millón de años. Ni aunque me dijeras lo que quiero escuchar. Ni aunque escucharas las canciones que quiero que escuches sin que te las recomiende.
Ni aunque me pensaras como quiero que me pienses.
Te prefiero como mi ilusión, quizás así sea la única forma en que no me aburres.
Pasada la medianoche, Ernesto me llamó para contarme que acababa de soñar conmigo. Ya me había dormido, y no por mis tendencias de acostarme temprano, sino por mera causalidad de un típico día después de un examen para el cual estudiaste como si de sus resultados dependiera tu vida: lo único que deseaba hacer al llegar a casa era convertirme en un pastelito horneado de canela.
Así que estaba en plena metamorfosis cuando la voz de Ernesto del otro lado empezó por decirme “tuve un sueño re loco y apareciste vos en uno de los momentos más lindos”. Al escuchar esto, a decir verdad, el corazón casi se me escapa de la caja torácica para expandirse por toda la habitación como una explosión de brillantina roja, pero sólo pude atinar a reacomodarme (entre las colchas y la almohada), como quien está empezando a sentir interés por lo que se le comenta. Reí un poco, bajito, lo que dio a Ernesto pie para seguir con su relato.
Me contó algo de una casona que nunca vio en ningún lado, y que en el sueño estaba explorando. Sonaba realmente entusiasmado, por lo que llegué a pensar en una fracción de segundos que a lo mejor a) me estaba inventando una historia; b) acababa de fumar algún yuyo místico; o c) ambas. Pero no le dije nada y seguí escuchando.
Resulta que al salir hacia lo que sería el patio se encontró con cientos de árboles con hojas anaranjadas, amarillas, verdes y otras multicolores. Una especie de paisaje “extraordinario” (para usar sus palabras) con el cual no esperaba toparse. Un hallazgo de la naturaleza. Pero, ¿y dónde entro yo en escena? Ahí va, esperen. Me dijo que sacó el celular para filmar lo que sus ojos veían, algo totalmente paradisíaco, “flashero”, que necesitaba compartir con otros de alguna forma, cuando de repente, “¡paaaf!”, me ve a mí también mirando todo, con cara de que me estoy mandando “alto viaje”. (Supuestamente desde una terraza, que me costó situar en una especie de bosque al ir reconstruyendo en imágenes lo que Ernesto me contaba, pero bue)
Se acercó sorprendido a saludarme, y dice que nos pusimos a charlar sobre todo eso que nos rodeaba; vale comentar que Ernesto y yo solemos, por ejemplo, echarnos en el pasto, a veces en la universidad, sólo para que el sol nos abrace las caras, y conversar como si estuviésemos escribiendo historias, o sea que sí, deliramos siempre que podemos, y ahora hasta en los sueños por lo visto.
Me contó que hablamos largo rato, no me dijo exactamente sobre qué cosas, pero me nombró algo del cosmos, para terminar diciéndome que ese momento, allí, en el sueño, “fue hermoso”, y que si quiero aparecerme en sus otros viajes nocturnos, lo haga siempre en esos momentos, los más lindos.
Quizás no fue para tanto, pero entiendan el corazón de una pobre friendzoneada que ya para entonces se había escapado, expandido y explotado en forma de brillantina roja por toda la habitación, así que más no me quedaba excepto decirle que lo quería.
“Y que sos hermoso es lo último que te diría”, le confesé para terminar. Al rato escuché un “¡paaaf!” del otro lado del teléfono, y no era para menos: el corazón de Ernesto también había explotado como una granada de brillantina roja, por toda su habitación…
Decime por qué sos tan difícil
quizás vos sos muy simple
y la que nos complica soy yo.