#mis historias

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Ya se fué, ni siquiera se despidió. Simplemente un día desperté y supe así, sin más, que se había ido y quise llorar, pero ni una lágrima tuvo ganas de morir por su ausencia. Entonces me levanté, cambié las sábanas, incluso las cortinas, busqué en los cajones alguna prenda olvidada, por ahí debajo de la cama, encontré un par de sus tenis y todo, todo eso que olía a él, lo eché a la basura. Así, con la misma crueldad con la que se fué, me deshice de las pruebas de que existió. Ahora es como un cuento de esos que escribo. Dónde la protagonista tiene mi nombre y el antagonista un final merecido, dónde al principio la historia tiene olor lavanda pero al final se marchita, quemada por ser olvidada ahí donde nada la cubría. Ya se fué. Se levantó un día y decidió por ambos que era el final y yo seré la cruel porque estuve de acuerdo. Así es esto, se me juzgará porque la mujer debe de llorar. Debe en cierto sentido, guardar un luto de esos en los que las ojeras se vuelven púrpuras, dónde las clavículas comienzan a notarse porque se lleva un dolor de esos que impiden comer y las lágrimas marcan surcos en las mejillas por pura constancia. Eso es lo “correcto”, así es como se nos dice que se debe vivir un duelo. Así es como se vive un dolor “de verdad”. Entonces, como he decidido vaciar de su presencia los rincones, sobrará quién diga que ni fue tan serio para mí o no sé si peor pero yo tendré que sonreír con ligero sonrojo cuando alguien me diga admirado, que hice muy bien al querer comenzar de nuevo mi vida, porque eso dicen: que ellos le dan comienzo y fin, y yo no me imagino más cosa desatinada. Yo estaba bien vivita cuando nuestros caminos se cruzaron y bien vivita este día en el que se atrevió a seguir su rumbo a pesar de que me endulzó el oído y hasta se atrevió a recitar promesas de un por siempre. No le quiero llorar, no le voy a llorar. Se fué, yo me quedé. Yo estoy aquí, acomodando los cajones, poniendo cosas en mejores lugares, cambiando de color las cortinas, arreglando esa manija que ya tiene meses caída, cambiando ese foco que se fundió, poniendo silicón a la parte esa de la ventana donde se colaba el frío, tratando de salvar el rosal que significaba nuestro amor por siempre porque admitamoslo es solo una planta en una maceta. Estoy arreglando las cosas que no debí esperar que arreglara alguien más y no pasa nada.

Que fué lindo, si, que fué intenso sí, que me duele sí, que voy a superarlo, evidentemente. Ya se fué, y me niego a quedarme un solo segundo simulando que llenaba una sola de mis necesidades, porque no es así, en primer lugar por puro orgullo, porque sé que su falta de despedida solo quería que esa mañana al abrir los ojos me sintiera desubicada y que la preocupación de no verle me carcomiera. Sé muy bien que de seguro le ha preguntado a su madre si le he buscado, a sus amigos, si le han visto bien y tal vez cree que visito esos sus lugares favoritos nomás para ver si un día me lo encuentro y vaya que es muy mierdero eso. Se fué, sin decir, sin avisar, sin prólogo para causarme esa ansiedad que sabe que sufro con la desazón de la preocupación. Sabía el daño que podría causar e hizo lo que hizo por el puro placer de imaginarme dolida como se supone que tenemos que estar las mujeres cuando alguien “nos deja” y de verdad que me resulta más triste eso, pudimos habernos dado las gracias y seguido con nuestro camino, pero quizo creer que se iba y me dejaba un hueco, pero huecos yo no tengo, yo tengo muchas cosas que hacer. Las tenía antes de él, las tenía con él y las sigo teniendo ahora. Ahora ya solo me falta la parte en la que soy señalada, pero caray, que soy mujer y estoy acostumbrada. Y si me preguntan por el diré la verdad, porque las mentiras le corresponden: se largo para hacerme daño, pero yo ya limpié todo.

Y, Erán

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