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El síndrome de las envolturas

La fisionomía es el forro precario, que si bien goza de sublimidad estará desprovista de prejuicios, si es lo opuesto, será sometida a una retahíla de perspectivas execrables.

Las entretelas de un temple solo se ahondan cuando se desintegra el encanto augurado en el momento en que somos persuadidos por la exquisita y aterciopelada textura mortal.

Cada rostro es un resquicio en el que se vislumbra gradualmente la forma de un averno, o, un paraíso.

Magnanimidad y hostilidad ¿Qué es lo que tenemos a cambio de una atracción desmedida?

“Los monstruos son ahuyentados y los agraciados mimados”. Esto conlleva a una lábil concepción de lo que vemos. Insoslayablemente existe una propensión a depositar convicción a todo lo que represente belleza, y comúnmente las imágenes que simbolizan a las divinidades adoradas no son tan hórridas.

No podemos obviar el hecho de que la primera impresión siempre bosqueja qué sensaciones tendremos respecto a la apariencia humana. Casualmente, en la mayoría de estos casos no es subjetiva, pero es coherente dado que solo hacemos un balance de aquello que percibimos.

Al parecer es más fácil enamorarse de alguien sin conocerlo que descubriendo todo lo que abarca su personalidad.

Hay que tener en cuenta que esto sucede porque al enamorarnos concebimos a un ser que encaje perfectamente con nuestra expectación y ponderación, y todos estos atributos inciertos van dirigidos para quien estamos predilectos. Y ¿Acaso este sea el gran temor a enamorarse? No, por supuesto que no, porque los que ahora temen al amor han sido resquebrajados en el futuro sin poder colmar alguna de sus expectativas.

Livianamente esto figuraría ser un bucle en el que la suspicacia o credulidad solo se accionan con el contacto visual. Es decir, se abrirán de par en par las puertas de la afinidad si es bien parecido y se bloquean con desdén frente a una desapacible sensación.

Constantemente somos embelasados por una piel templada, por unos labios carnosos y una mirada deslumbrante en cuestión de instantes. Cuando una mente imponente se atraviesa, fluctúan los sentidos, quedamos anonadados y la respuesta que tenemos solo parece alquimizarse en una hosca atmósfera.

Todos aspiran alcanzar el nirvana con el ser que adoran. La envoltura es un imperativo, qué importa lo que contenga.

AI extender el deseo colisionamos con la monotonía sexual y corpórea. Aborrecemos lo primero que nos cautivó y nos domina la búsqueda por un formidable temperamento, sonsacando hasta el más ínfimo rasgo para una propicia sincronía.

Nos deshacernos de lo superfluo porque después del placer despunta el vacío natural que se siente al no haber correlación entre un cuerpo y el alma.

Adrihán Cárdenas

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