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“¿De qué sirve ser tuya sin serlo en lo absoluto?”

Mi vida en ese entonces ya era un caos. Mi error fue pensar que todo ya iba a pasar y de a poco las cosas irían mejorando, realmente nunca fue así. Si mal no recuerdo, las vacaciones de invierno durante el año en el que repetí fueron las peores de mi vida, aunque en su momento yo las disfruté como las mejores.

Unos días antes de que las vacaciones de invierno comenzaran, yo con una tristeza y cansancio terribles, le mostré a mi entonces mejor amiga un cuaderno en el que contaba todas las cosas que me pasaban. Preferí que lo lea antes de contárselo, no quería olvidarme de nada y quería ser clara con las cosas, sin repetirlas. Por eso, opté por darle el cuaderno una tarde y que me lo devuelva al día siguiente. Ese cuaderno decía de todo: desde el momento en el que me empezaron a gustar las chicas (o hasta ese momento, sólo una) hasta la parte donde contaba que había cortado mis muñecas porque no sabía que más hacer y le pedida ayuda desesperadamente. Supuse que habría sufrido un gran impacto al darse cuenta que yo estaba así de mal, tanto como para llegar a hacerme daño.

Al día siguiente de haberle dado el cuaderno, falté al colegio una más de las tantas veces, no tenía ganas de ir y punto. Regresé el día posterior a eso y todo el ambiente era más extraño y más feo de lo normal. Saludé a mi amiga y le pregunté si había leído el cuaderno, y si era así, que me lo devolviera. Me dijo que mi cuaderno estaba en rectoría, que no supo que hacer y que tuvo que pedir ayuda a las autoridades del colegio. Me quedé petrificada. No podía moverme, no sabía qué hacer, tenía muchísimo miedo de lo que me puedan llegar a decir, o peor aún, que le digan a mis padres.

En la primera hora del colegio entró mi preceptora al curso y me llamó, miré a mi “mejor amiga” con cara de decepción y me fui para rectoría. Estuvieron dándome una charla de casi dos horas tratando de explicarme que había cosas peores y que no tenía que lastimarme porque no iba a llegar a nada con eso (lo que siempre dicen, todos). Lo único que pensaba en ese momento fue la bronca e impotencia que tenía por haber confiado en alguien que no pudo guardar mi secreto. Estaba demasiado enojada con las autoridades porque nunca iban a entender que mis problemas para mí eran mucho más difíciles de afrontar que para todos los demás, y eso lamentablemente no me enteré porque era hasta cuatro años luego de ocurrido. De todas formas, siempre pensé y todavía sostengo que soy adicta a algún tipo de dolor. No puedo afirmar que me gusta que me lastimen, pero me gusta estar mal o peor de lo que debería.

Se me hizo imposible sostener la relación con mi entonces llamada amiga, no podía mirarla ni hablarle, ni siquiera quería hacerlo, no quería verla nunca más en mi vida. Y así fue, le dejé de hablar y hasta el día de hoy nunca supe nada más de ella. Ni de ella, ni de toda la gente que concurría a ese colegio, fue como un año vacío de mi vida que quise y quiero olvidar. Tengo la habilidad, si así se le puede decir, de reprimir tanto las cosas que me molestaron o me dolieron que me las termino olvidando. Al principio sufro tanto que pienso que se me haría imposible, pero siempre de una forma u otra termino olvidándome y así tratando de aliviar ese dolor y vacío que me queda después de cada pelea.

Volví al colegio después de las vacaciones y todo empeoraba. Ya se me hacía rutina llegar al colegio y tener que pasar por rectoría para mostrar mis muñecas y que sepan que yo estaba “bien”. Ahí es cuando me di cuenta lo básica y estúpida que puede ser la gente. ¿De verdad creían que solamente podía cortarme las muñecas? No sabían nada de mí, ni siquiera como ayudarme y aún así fingían saber de todo. ¿Cómo mierda pretendían que yo esté bien sabiendo que todo el colegio pensaba que me quería suicidar y la chica que me gustaba solamente me usaba para lo que ella quería? Nunca iban a entenderme, ni ellos, ni nadie de ahí adentro.

Suelo ser exagerada con algunas cosas, pero recuerdo esos últimos cuatro meses como una continua agonía. Era una pesadilla de la que no podía despertarme y lo único que quería era irme de ahí y nunca más volverle a ver la cara a ninguno de todos ellos. Pasaron los meses, seguí sin estudiar y en diciembre todo empeoró (sí, aún mas). Para entonces, no solamente la chica que me gustaba me boludeaba terriblemente, sino que también una chica que me había empezado a gustar no iba a darme bola nunca. No le gustaban las chicas, yo estaba segurísima de eso, era esa persona a la que nunca ibas a poder cambiar ni aunque quisieras y dieras tu máximo esfuerzo. Además, era super católica al igual que toda su familia y por ende nunca se le metería en la cabeza salir o siquiera besar a una mujer. Por esta razón y todas las demás, no quería volver más a ese colegio.

Ya era diciembre y solamente tenía que rendir las materias mal para asegurarme de no volver nunca más ahí. Yo podría haberlas aprobado perfectamente, pero no quería, inconscientemente no quería volver más ahí. Di todas mis materias bien, excepto tres (podías pasar de año con solamente dos materias previas). Así no quedaba tan evidente, así simplemente parecía que era lo suficientemente difícil para mí ese colegio como para que finalmente ya pudieran cambiarme. Resignada y con mis vacaciones de verano totalmente libres, ya sabía todo lo que se venía encima: salidas, alcohol y drogas. No puedo decir que esté de acuerdo con las personas llamadas “malas influencias”. Cada uno es dueño de sus actos y siempre vas a tener la posibilidad de probar lo que quieras, más fácil o más difícil, pero al fin y al cabo la oportunidad existe y depende de vos decir que sí o que no. Yo siempre decía que sí, a todo lo nuevo y que podría llegar a dañar un poco más mi organismo le decía que sí. Me encantaba lastimarme de esa forma tan lenta que terminaría siendo letal en algún momento. Las malas influencias y todo lo que ellas me ofrecían eran las que finalmente me permitían escapar.

“Prometeme que las cosas que tengas que decir, sean mejores que todo lo que ya no es”

No hay vuelta atrás, nunca hay vuelta atrás para nada. Tenes una oportunidad y si la desperdicias ya estás arruinando todo lo que te costó tanto construir. Yo soy de esas personas que se dedicó toda su vida a arruinar las cosas, a los demás y lo peor de todo, a mí misma. Nunca supe cambiar nada de mí porque nunca supe realmente quien soy, o quien termine siendo, o quien terminaron haciéndome. Me cuesta mucho definirme, soy cambiante, trato de no serlo pero se me hace imposible. Siempre todo lo que quiero termina siendo imposible (o yo lo termino transformando en una utopía).

Terminé siendo algo que nunca pensé que sería, esa persona a la que no me gustaría ver con mi hijo, ni saber nada de ella si es posible. A veces la gente me pone en un lugar donde no deberían, me suben a un lugar donde no me merezco y me idolatran por cosas que nunca voy a poder hacer. Será que la sociedad está llena de pelotudos, o yo soy una pelotuda, o quizás los dos. O quizás ninguno. Sin más, voy a empezar a contar mi historia desde mi punto de vista, mi “realidad”.

Mi vida (o lo que más recuerdo de ella) empezó a los trece años, con problemas o conflictos cotidianos como la separación de mis padres, el comienzo de la secundaria y el querer “encajar”. Con respecto a mis padres, supongo que en su momento realmente lo sufrí pero no estoy totalmente segura, no recuerdo mucho de ello o quizás simplemente lo borré de mi memoria porque no lo consideraba lo suficientemente importante como para que ocupe un lugar en mi cabeza. Según mi mamá sufría y lloraba muchísimo, pero yo no recuerdo haber estado tan triste como ella me lo recuerda (o recordaba).

La secundaria fue fatal. Esas ganas desesperadas de querer encajar como sea y a cualquier precio fue lo que terminó volviéndome loca. No me considero una víctima del hoy famoso “bullying”, (en esa época ni siquiera se conocía ese término) ni mucho menos. Siempre me consideré una persona fuerte y esa es la razón por la cual sigo en este espacio-tiempo. No dejaba que me pasen por encima, ni que digan cosas que a mí me molestaran, si alguien decía algo que para mí no tenía suficiente sentido no podía quedarme callada.

Fui a una secundaria donde ya había concurrido toda la primaria, por ende, tenía los mismos compañeros que toda mi infancia. No eramos muchos en el curso, si mal no recuerdo no eramos más de veinticinco personas. Con las cuales cinco no tenía relación, dos eran mis ex, diez eran compañeros y el resto “amigos”. De todas formas, nunca elegí mis amistades. Mi mejor amigo era el hijo de la mejor amiga de mi mamá, pasábamos todos los días juntos y creo que nos llamábamos así por el simple echo de que no podíamos no querernos o no pasarla bien: estábamos obligados a ser mejores amigos. Así, otros tres “amigos” (también hijos de las amigas de mi mamá) fueron los que me acompañaron durante toda mi primaria. No jugaba mucho con las chicas, nunca me llevé muy bien con ellas, prefería jugar al futbol, a las cartas o al gameboy. Más alla de mi “grupo de amigos”, habían dos grupos de chicas más. Tres que vivían de acá para allá juntas, y cinco que eran el grupo que venía desde jardín y habían pasado toda su vida juntas y así sería. Yo nunca terminé de encajar en ninguno de esos dos grupos, en el primero porque no podía seguirles el ritmo y en el segundo simplemente porque no las conocía desde hace tanto. En el grupo de “las cinco”, se encontraba mi entonces llamada mejor amiga, con la que me juntaba algún que otro fin de semana y no hablábamos mucho, sólo jugábamos. En mi primer año de secundaria, me sentía totalmente desencajada de todo y todos. No entendía porque había habido un cambio tan drástico en las actitudes de todo el mundo al entrar a ese lugar. No me pude adaptar, tampoco quería adaptarme, no lo consideraba necesario.

Ese mismo año fue en el que me empezaron a gustar las mujeres. Cuando empezó a suceder no entendía nada de eso ni sabía porque sentía lo que sentía, fue muy raro y casi tan complejo para mi aceptarlo como para los demás. Viniendo de un colegio católico con muy poca gente –pueblo chico infierno grande- todos los rumores corrían muy rápido y eso fue de lo que se habló por meses. Ya no me gustaba ir ahí, iba por compromiso, para no decepcionar a mis padres… pero terminaba sin hacer nada. Falté tantas veces como pude, no me quedé libre por media falta y me llevé casi todas las materias. Hice un esfuerzo increíble por tratar de aprobar, pero no fue suficiente… y repetí. Cuando sucedió, lloré, lloré muchísimo, fueron los días que más recuerdo haber llorado a esa edad. Sufrí demasiado al pensar que estaba perdiendo todo lo que tanto me había costado lograr, pero no me estaba dando cuenta que todo estaba por cambiar, y para mejor.

En el amor siempre fui una chica muy rara. Hasta los 14 años, mi vida sólo se basó en chicos. Siempre estuve con tantos como pude y quise, podía tener al que quisiera y cuando quiera… creo que esa también fue la razón por la cual me dejaron de gustar, o por la cual me di cuenta que nunca me habían gustado realmente. Siempre sentí que tenía algún tipo de obsesión con algunas chicas, pero hasta entonces nunca me había dado cuenta que era amor, o algo por el estilo. Hoy en día obsesión se llama a “stalkear” a la gente en todas sus redes sociales como facebook, twitter, instagram, etc. En el momento en el que yo experimenté por primera vez estas sensaciones que nunca terminé ni voy a terminar de entender nunca del todo, no existia red social más que MSN y fotolog. Recuerdo haberme obsesionado demasiado con algunas chicas, tanto que les hablaba cuanto más podía y cuando no se conectaban las llamaba al celular y cortaba, no sé bien para qué. Siempre hice cosas que no tenían sentido ni razón, pero yo creía que para mí hacía todas las cosas bien. Todo cambió cuando una chica apareció (léase “amor bicolor”) y me hizo cambiar de parecer. No se me hizo fácil aceptarme, pero a la larga me di cuenta que luego de mi primer experiencia con una mujer no habría vuelta atras.

Singiel “Autobiografia” Liroya na kasecie ;)

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