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Breve idea del tiempo


Creemos que jugamos con el tiempo, pero es él quien juega y se entretiene con nosotros. El tiempo se sustrae a nuestro pensamiento, pensemos lo que pensemos nosotros de él.

No en vano el hombre ha poblado el cielo de dioses que controlan el tiempo, que lo van entregando y al mismo tiempo lo van hurtado, y mantienen guardado su enigma. El hombre ha poblado el cielo de dioses para poder entender su existencia en el tiempo.


Lo derrochamos, lo aprovechamos, intentamos detenerlo, soñamos con el instante en que seamos capaces de convertirlo en algo eterno, el dolor del tiempo es el deseo de la eternidad.

La pregunta por el tiempo es inevitablemente la pregunta por nosotros. Hablar del tiempo es hablar de nosotros. El don por excelencia del tiempo es la memoria.

Todo parece como si el tiempo presurosamente quisiera ir hacia el pasado y anhelamos el futuro por la sed insaciable de pasado que tenemos.

La morada por excelencia del tiempo somos nosotros. El tiempo pánico es el tiempo sin nosotros. Podría decirse que aquel que se pierde en el laberinto de sí mismo, está perdido en el tiempo. Aventurarse a vivir el presente tuerce el tiempo, lo dulcifica, así lentificamos su marcha, vivir en el tiempo es la pócima contra la desgracia.

La desgracia del tiempo es la obsesión de la explicación. La carencia de explicación no es una falta, no es una ausencia, es más bien una plenitud.

Hay cosas que nos piden que no hablemos de ellas, eventualmente el tiempo nos pide que no nos refiramos a él, que no lo convirtamos en algo medible, en algo cuantificable.

La tiranía del futuro hace presa de nosotros, de nuestros proyectos, de nuestros planes, de las ideas que tenemos del mundo. Nuestro frenesí nos ha llevado a una completa falta de medida. La naturaleza misma le pide al hombre que la libere del yugo del tiempo, que es el yugo de la multiplicación, de la productividad. Entre tanto, el hombre y su fiebre consumen todo lo que toca. Sumamos tiempo y no experimentamos nada, entonces lo restamos o lo robamos.

La belleza inagotable del tiempo es el instante. Nuestra vida está hecha de instantes separados unos de otros, de manera abismal. No percibimos esa separación extraordinaria entre los instantes porque necesitamos desesperadamente un tiempo continuo. Pero lo cierto es que el secreto del tiempo es el instante, su magnificencia está ahí. Cada instante es la plenitud de todo el tiempo, tanto que bastaría para que una vida se realizara plenamente con un solo instante.

Elias Canetti decía que a cada hombre le están destinados unos cuantos instantes y que la labor de toda una vida o de cada vida es encontrar los instantes de los que esa vida está hecha.

Vale la pena buscar y esperar, prepararse para encontrar, estudiar para hallar ese manojo de instantes que hacen que una vida sea completamente necesaria y que cada vida merezca el don extraordinario de la inmortalidad. La inmortalidad de cada vida está en los instantes que son indestructibles.

Sería extraordinario lograr vivir fuera de las divisiones habituales del tiempo, no conocer mes ni fecha, pero conocer otros hombres y vivir dentro de ellos. ¿Cómo hacerlo? Sustraerse al paso del tiempo, no registrarlo. A un hombre que logre vivir así, me lo imagino como un derrochador, el simple hecho de tener siempre tiempo, lo distinguiría de todos los demás, y tal vez su historia debería llamarse: el hombre que siempre tiene tiempo. Aunque, paradójicamente, el hombre que siempre tiene tiempo es también el hombre sin tiempo, porque ha renunciado a él. Quizá este hombre está más cerca del corazón secreto del reloj, del corazón secreto del tiempo. Tiene tiempo siempre, porque nunca tiene tiempo, porque vive fuera de las divisiones habituales del tiempo. Renuncia a la tiranía del tiempo que se mide, que se sucede.

El tiempo dicta sobre nosotros órdenes terribles. Parcela nuestras vidas. Deberíamos rebelarnos contra el reloj, el culpable de todas esas limitaciones, que establece distinciones completamente artificiales.

Cuando vivimos el tiempo como algo que pasa, lo sentimos como algo que pesa. Y el tiempo es liviano, grácil, fluido.

¡Qué reto sería! No dejarse contar el tiempo y no contarlo, para sentir y presentir la posibilidad de vivir con otros.

¡Qué giro extraordinario! Qué objeto tiene sobrevivir a los muertos si no es para vivir la vida en cada instante.

Es terrible ver como todo esta hecho bajo el influjo del reloj para el imperio de la muerte, aún las cosas más nobles, las virtudes, los valores. La fidelidad a la muerte da grima. El hombre se ha vuelto una criatura tremendamente cobarde.

La vida tomaría más sentido si lográramos zafarnos de la idea del tiempo sucesivo. Para que la vida vuelva a ser asombrosa y problemática y podamos acceder a la felicidad, derecho inalienable de todos.

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