#escribir para vivir

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Breve idea del tiempo


Creemos que jugamos con el tiempo, pero es él quien juega y se entretiene con nosotros. El tiempo se sustrae a nuestro pensamiento, pensemos lo que pensemos nosotros de él.

No en vano el hombre ha poblado el cielo de dioses que controlan el tiempo, que lo van entregando y al mismo tiempo lo van hurtado, y mantienen guardado su enigma. El hombre ha poblado el cielo de dioses para poder entender su existencia en el tiempo.


Lo derrochamos, lo aprovechamos, intentamos detenerlo, soñamos con el instante en que seamos capaces de convertirlo en algo eterno, el dolor del tiempo es el deseo de la eternidad.

La pregunta por el tiempo es inevitablemente la pregunta por nosotros. Hablar del tiempo es hablar de nosotros. El don por excelencia del tiempo es la memoria.

Todo parece como si el tiempo presurosamente quisiera ir hacia el pasado y anhelamos el futuro por la sed insaciable de pasado que tenemos.

La morada por excelencia del tiempo somos nosotros. El tiempo pánico es el tiempo sin nosotros. Podría decirse que aquel que se pierde en el laberinto de sí mismo, está perdido en el tiempo. Aventurarse a vivir el presente tuerce el tiempo, lo dulcifica, así lentificamos su marcha, vivir en el tiempo es la pócima contra la desgracia.

La desgracia del tiempo es la obsesión de la explicación. La carencia de explicación no es una falta, no es una ausencia, es más bien una plenitud.

Hay cosas que nos piden que no hablemos de ellas, eventualmente el tiempo nos pide que no nos refiramos a él, que no lo convirtamos en algo medible, en algo cuantificable.

La tiranía del futuro hace presa de nosotros, de nuestros proyectos, de nuestros planes, de las ideas que tenemos del mundo. Nuestro frenesí nos ha llevado a una completa falta de medida. La naturaleza misma le pide al hombre que la libere del yugo del tiempo, que es el yugo de la multiplicación, de la productividad. Entre tanto, el hombre y su fiebre consumen todo lo que toca. Sumamos tiempo y no experimentamos nada, entonces lo restamos o lo robamos.

La belleza inagotable del tiempo es el instante. Nuestra vida está hecha de instantes separados unos de otros, de manera abismal. No percibimos esa separación extraordinaria entre los instantes porque necesitamos desesperadamente un tiempo continuo. Pero lo cierto es que el secreto del tiempo es el instante, su magnificencia está ahí. Cada instante es la plenitud de todo el tiempo, tanto que bastaría para que una vida se realizara plenamente con un solo instante.

Elias Canetti decía que a cada hombre le están destinados unos cuantos instantes y que la labor de toda una vida o de cada vida es encontrar los instantes de los que esa vida está hecha.

Vale la pena buscar y esperar, prepararse para encontrar, estudiar para hallar ese manojo de instantes que hacen que una vida sea completamente necesaria y que cada vida merezca el don extraordinario de la inmortalidad. La inmortalidad de cada vida está en los instantes que son indestructibles.

Sería extraordinario lograr vivir fuera de las divisiones habituales del tiempo, no conocer mes ni fecha, pero conocer otros hombres y vivir dentro de ellos. ¿Cómo hacerlo? Sustraerse al paso del tiempo, no registrarlo. A un hombre que logre vivir así, me lo imagino como un derrochador, el simple hecho de tener siempre tiempo, lo distinguiría de todos los demás, y tal vez su historia debería llamarse: el hombre que siempre tiene tiempo. Aunque, paradójicamente, el hombre que siempre tiene tiempo es también el hombre sin tiempo, porque ha renunciado a él. Quizá este hombre está más cerca del corazón secreto del reloj, del corazón secreto del tiempo. Tiene tiempo siempre, porque nunca tiene tiempo, porque vive fuera de las divisiones habituales del tiempo. Renuncia a la tiranía del tiempo que se mide, que se sucede.

El tiempo dicta sobre nosotros órdenes terribles. Parcela nuestras vidas. Deberíamos rebelarnos contra el reloj, el culpable de todas esas limitaciones, que establece distinciones completamente artificiales.

Cuando vivimos el tiempo como algo que pasa, lo sentimos como algo que pesa. Y el tiempo es liviano, grácil, fluido.

¡Qué reto sería! No dejarse contar el tiempo y no contarlo, para sentir y presentir la posibilidad de vivir con otros.

¡Qué giro extraordinario! Qué objeto tiene sobrevivir a los muertos si no es para vivir la vida en cada instante.

Es terrible ver como todo esta hecho bajo el influjo del reloj para el imperio de la muerte, aún las cosas más nobles, las virtudes, los valores. La fidelidad a la muerte da grima. El hombre se ha vuelto una criatura tremendamente cobarde.

La vida tomaría más sentido si lográramos zafarnos de la idea del tiempo sucesivo. Para que la vida vuelva a ser asombrosa y problemática y podamos acceder a la felicidad, derecho inalienable de todos.

HUBO UN TIEMPO EN EL QUE  NUESTRO CORAZÓN ALBERGÓ ALGO DENTRO QUE ERA MÁS GRANDE QUE EL MUNDO ENTERO

Siempre cruzan por mi mente, como un río, esas evocaciones de infinita nostalgia de las navidades de la infancia, cuando el mundo se inauguraba frente a nosotros y creíamos que había tanta belleza en él, desconociendo sus crueldades.

Aún escucho voces que me son sensiblemente familiares, las que supieron darle al lenguaje su fuente originaria y pura. Por esto ahora, cargados de emociones hondas recordamos a los antepasados que nos enriquecieron la imaginación narrándonos sus historias fascinantes por esta época. Ellos agotaban nuestra fantasía y nuestro asombro y ayudaban a tejer los interrogantes y los sueños, con la mirada perdida en el firmamento, observando el juego de las estrellas vírgenes. Ojalá, en este mundo crucificado por violencias, odios, egoísmos, injusticias y arbitrariedades, podamos algún día volver a soñar con inocencia, para lo cual tendremos que descubrir lo más difícil: ¿cómo volver a vivir con inocencia?

Charles Dickens, escribió “un cuento de navidad” en 1843, un relato corto envuelto entre la niebla y el misterio que mantiene vivo el espíritu de lo que es o deberían ser estos tiempos.

Cuento de Navidad no es hermoso solamente por su hondo contenido poético, sino también porque ninguna otra obra literaria rescata el espíritu de la navidad como esta.

No sé cuál de todos los ingredientes de este cuento sea mi favorito: el personaje asocial, la intervención del mundo sobrenatural o la conversión del protagonista después de entender que ha conducido su vida de forma equivocada. En este relato, el milagro de la transformación se da durante el día de Navidad. Dickens sentía estas fechas como el momento de la hospitalidad y la tolerancia, la ocasión para bucear en los recuerdos y buscar en nuestra vida la armonía, sin lamentarnos por los sueños que no se han cumplido y para traer «a nuestro lado a las personas que quisimos», y que seguimos queriendo, diría yo, pero que ya no están. Estos días se vuelven música, se tornan poesía.

Es muy triste la existencia de aquel que nunca se ha desprendido una chispa de generosidad. “Escasa influencia ejercían sobre Scrooge el calor y el frío exteriores”, releo en el relato. Muchos viven con tanta amargura que uno siente, como el mismo señor Scrooge, que la oscuridad les resulta barata, y por eso les gusta. Como si vivir no fuera pensar también en las necesidades de los otros, en sus sueños y sus preocupaciones, sus anhelos y sus frustraciones.

Quizá por eso, “es preciso para todo hombre que el espíritu que lleva dentro de sí salga al encuentro de sus semejantes y ande por todas partes”

La Navidad no es más que una puerta abierta para que quienes se han ido encuentren la luz encendida después del largo camino, es el reencuentro, es la unión y una ligera dosis de esperanza.

La literatura muchas veces hace más fácil y especial el regreso o la partida. Las palabras suelen cambiar la vida de alguien si se escuchan, si se cree que ellas mismas son un acto de fe. Este tiempo es propicio a la literatura y, con ella a emprender un viaje renovado a los tiempos del fuego de hogar. Un viaje imaginativo a la infancia recuperada.

Yo imagino.

Hubo un tiempo, dice Charles Dickens, en el que para la mayoría de nosotros, estos días  envolvían nuestro limitado mundo, como un anillo mágico y colmaba nuestros deseos y aspiraciones, reunía diversiones hogareñas, afectos y sueños, reunía todo y a todos al amor de la mesa, y dotaba de plenitud la pequeña imagen que resplandecía en nuestros brillantes ojos infantiles.

Fue el tiempo de los días radiantes e ilusorios que hace tanto nos abandonaron ¡para aparecer débilmente, tras la lluvia o en los bordes más pálidos del arco iris!   Fue el tiempo del disfrute honesto de las cosas que iban a ser, y que nunca fueron, pero ¡eran tan reales en nuestra imaginación, que sería difícil decir qué realidades ocurridas desde entonces han sido más incontestables!

¿Acaso ya viviste ese día en el cual estabas con esa persona amada que tanto te costó encontrar?

¿O aquel otro en el que saludas con un abrazo a tu antiguo rival intercambiando con él palabras de amistad y perdón?

¿Y ese otro día en el que ves a tu amor de juventud del brazo de otro y piensas  en lo desgraciado que hubieras sido de haberlo ganado tú?

¿Y llegó por fin ese día en el cual acabas de conseguir todo cuanto has querido y por lo que tanto has luchado, en que tu apellido se ve honrado y ennoblecido, y en tu casa te reciben llorando de alegría?  ¿Es posible que estos días  aún no hayan llegado?  

¿Podrías detenerte hoy en el camino y recordar las cosas que nunca fueron con la misma naturalidad y satisfacción, con la misma gravedad que las cosas que han sucedido y desaparecieron, o que han sucedido y todavía perduran?

De ser así, no quedaría más remedio que concluir que la vida es poco más que un sueño, y de cuán poco importantes son nuestros amores y nuestras luchas.

Pero yo quiero creer que nadie piensa así. Porque nada como el espíritu humano para perseverar por cumplir sus sueños.  A medida que pasan los años deberíamos agradecer nuestros recuerdos infantiles y nuestros sueños juveniles, y sobre todo las lecciones que nos dejaron. Porque todo ese mundo pasado tejió este presente imperfecto tan apreciado.

Este día, no alejemos nada de nosotros, ni lo que fue o pudo ser, ni siquiera a los que fueron.  Ni el rostro de tu enemigo, ni a ese amigo, compañero o hermano que ahora ya no está entre nosotros. Ni siquiera lo apartes a él, ¿nos habría olvidado él?,  ¿habría dejado él de querernos?

Trae a tu lado a todas las personas que has querido, déjales siempre un lugar entrañable en tu corazón. No excluyas nada.

¡Démosle la bienvenida a todo y a todos, e invitémoslos a compartir nuestro fuego.

¡Bienvenidas antiguas aspiraciones a nuestro refugio debajo del árbol! Que sepan que no las hemos olvidado, y que jamás las enterramos.

Bienvenidos los viejos recuerdos que dejamos tallados en piedra, entre la hierba allá en nuestro pequeño pueblo.

¡Bienvenidos viejos proyectos y viejos amores, por fugaces que fueran!   ¡Bienvenido todo cuánto llegó a ser autentico en nuestros corazones! Nunca dejes de alentar tiernamente estos recuerdos. Porque ante ese niño que fuimos se extiende aún un futuro brillante que jamás imaginamos en nuestros pasados y románticos días.

¡Bienvenido todo!  Bienvenido lo que ha sido, lo que jamás fue, y lo que esperamos que sea. Bienvenido todo a nuestro rincón, donde lo que es, aguarda con los brazos abiertos.

https://youtu.be/1LMSOfs10mA

EMBAJADORES DE COSAS EXTRAÑAS

“No sabemos en qué preciso momento nace una amistad. Cuando se llena una vasija gota a gota, una de ellas rebasa al fin la vasija; así, en una serie de actos bondadosos, hay al fin uno que enciende el corazón”.

Ray Bradbury.

Juan y yo teníamos ese tipo de amistad que todo el mundo quisiera experimentar: compañerismo, confianza, solicitud, tomar riesgos y todo lo que puede incluir la amistad en nuestras apresuradas y caóticas vidas.

Nuestra relación comenzó en la secundaria y se fue afianzando a través de las competencias deportivas. Sentíamos mutuo respeto por las cualidades atléticas del otro. Con el transcurso del tiempo nos hicimos los mejores amigos.  Juan fue el padrino de mi boda, y yo el suyo pocos años después.  Es también el padrino de mi hijo Nicolás.  Sin embargo, el acontecimiento que mejor ilustra nuestro compañerismo y que afianzó nuestra amistad, ocurrió hace más de veinticinco años, cuando teníamos veinte, éramos jóvenes y sin preocupaciones.

Juan y yo asistimos a una fiesta en la piscina del club local de natación y tenis. Él acababa de ganar un premio.  Nos dirigíamos hacia el auto bromeando, cuando Juan se volvió y me dijo:

— Alberto, has bebido muchos cócteles, amigo, tal vez yo deba conducir.

Primero pensé que bromeaba, pero como Juan es decididamente el más sabio de los dos, respeté su sobrio juicio.

— Buena idea. — respondí y le entregué las llaves.

Una vez instalado en el volante y yo en el sitio del pasajero, me dijo:

— Necesitaré tu ayuda, pues no sé llegar a tu casa desde aquí.

— No hay problema. — respondí.

Juan encendió el auto y partimos. No sin los saltos y paradas de la primera vez.  Las diez millas siguientes me parecieron cien, mientras le daba indicaciones a Juan: ahora a la izquierda, más despacio, pronto, hay que girar a la derecha,  acelera, etc.  Lo importante es que aquella noche llegamos sanos y salvos a casa.

Diez años después, durante mi boda, Juan hizo que los ojos de los cuatrocientos invitados se llenaran de lágrimas mientras les relataba la historia de nuestra amistad y de cómo habíamos llegado a casa aquella noche.

¿Pero, por qué es ésta una historia tan extraordinaria?   Todos, espero, entregamos nuestras llaves cuando sabemos que no debemos conducir. Pero el asunto es que mi amigo Juan es ciego, ciego de nacimiento y nunca, antes de aquella noche, había estado al volante de un auto.

Nuestra disposición a asumir riesgos y a confiar en el otro, continúa dando significado y alegría al viaje de nuestra amistad.

Dijo Sócrates: Sé lento al entrar en una amistad, pero cuando estés dentro, continúa firme y constante.

Leí alguna vez esta historia en los anales de Ripley (aunque usted no lo crea) le hice esta pequeña ambientación, y me valgo de ella para honrar la amistad, porque creo en su grandeza.

Me gustaría empezar por decir que la amistad no es simplemente un asunto de compinchería, un grupo de personas extraviadas que encuentran su identidad, un refugio contra la soledad y la dureza de la vida, ese ícono en la interfaz de una red social, una coreografía de halagos sin fundamento, el nombre que uno le pone a un montón de personas que se juntan para volverse iguales. Decir que la amistad son las alianzas mundanas, interesadas y de modas pasajeras es prostituirla. 

Si la amistad es esencialmente una relación de amor verdadero, y la nuestra es la era del narcicismo y el simulacro, entonces la amistad requiere en nuestros días un poco de locura, es una suerte de contravía y también es un acto de fe.

La amistad tiene que apostarle al sentido, a la integridad, a la sabiduría, a la dignidad y a la verdad. Es una apuesta al crecimiento y a la virtud en el hombre.

Una amistad verdadera es un pacto sellado para acompañarse en esa apuesta de retarse, cuidarse, enseñarse y deleitarse haciendo sentido en ese camino que es vivir. Sin camino, sin propósito, sin un para qué en la vida, la amistad carece del hilo esencial para cuidar ese pacto. 

Pero la amistad no es sólo el pacto, es también el camino, por eso sólo puede llamarse amistad a esa relación que permanece indemne en las verdes y las maduras, en la abundancia y la carencia, en la coronación y el ostracismo, y que pasa por todas las imágenes del camino y siempre está más allá del camino. 

Muchos creen que amistad es solo complicidad, camaradería e indulgencia. Pero la verdadera amistad debe tener algo de dureza, en medio de una gran ternura. Una dureza que no halaga el ego, que no valida las mentiras, que no apoya la inconsciencia, que no es cómplice en las apuestas mediocres, que no premia ni la victimización, ni la irresponsabilidad, ni la dependencia. El amor de un amigo es incondicional con nuestra alma y nuestra virtud, pero implacable con nuestro ego y nuestra mediocridad.  Por eso el coraje de la verdad es sagrado en la amistad. Un coraje que está dispuesto a poner en riesgo el vínculo en honor a la verdad. Por eso una de las premisas de la amistad es que uno siempre esté dispuesto a perderla por honrarla. Ese es el amigo, el que se para de frente y da la cara y dice las cosas como son, así nos cueste digerir sus verdades.

La amistad no es un pacto de semejanza. En la amistad se ama la diferencia. Y la hermosa unidad que uno encuentra en las verdaderas amistades solo se da bajo la condición de que se respete la diferencia. Para ser uno, los amigos tienen que ser dos primero, cada uno fiel a sí mismo, cada uno auténtico. Por eso los orgullosos, los vanidosos y los avergonzados, los que no han tenido el coraje para pagar el precio de la diferencia, no saben ser amigos.

La piedra que en el papel no es capaz de trazar una línea recta, en el agua hace círculos perfectos.

Así como nadie sabe por qué nos enamoramos, por qué llegamos a creer que sin esa persona no vale la pena la vida, tampoco sabemos qué nos induce a elegir a nuestros amigos, por qué esas personas y no otras, por qué con unas compartimos los secretos más íntimos y nos atrevemos a hablar con ellos como si lo hiciéramos con nosotros mismos y con otras a duras penas nos comunicamos. Conocemos centenares de personas en el transcurso de nuestra vida, gente muy valiosa, pero solo logramos conectar de una manera tan intima y poderosa con unos pocos, es un misterio, como si estuviesen ahí esperando por nosotros o viceversa.

“Algunas amistades son eternas”, dice Pablo Neruda en un poema, “Cuando estás triste y el mundo parece oscuro y vacío, esa amistad eterna levanta tu ánimo y hace que ese mundo oscuro y vacío de repente parezca brillante y pleno”.

Qué vínculo tan extraordinario es la amistad, que parece no tener fin, no importa cuántos años pasen, lo poquito que han hablado o los cambios que la vida haya puesto en el camino. Ese deseo de entender las opiniones del otro, el encontrarnos frente a un espejo que refleja aspectos de lo que somos o el conseguir que alguien aprecie y comprenda nuestras rarezas. Esa fuerza invisible de valores compartidos, de intereses comunes y sobre todo de lealtad. Esa conexión que surge en cualquier momento, en cualquier parte y con las personas más inesperadas. El debate, el humor que no hiere, el sentirse escuchado y poder contar la propia historia, ese lazo que buscamos de manera innata y en la que prima la espontaneidad, no tiene precio.

A diferencia del amor que muchas veces no es lo que parece, la amistad sí es lo que parece. Y es en esa claridad donde descansa su valor. Porque fluye sin estrategias ni apariencias.

Uno va haciéndose de amigos en el transcurso de la vida, pero los primeros, los que hicimos en las primeras etapas de nuestra vida, siguen siendo un grupo aparte, una especie de logia secreta, fortalecida por un lazo unificador casi indestructible, que son las nostalgias comunes.

Jamás sabremos si somos nosotros los que escogemos a los amigos o son ellos los que nos escogen a nosotros, o ya estamos “escogidos” desde vidas anteriores, sin importar cómo fuere, un vínculo así hay que salvarlo como sea.

“Cada amigo representa un mundo en nosotros, un mundo que posiblemente no nace hasta que ellos llegan, y es sólo en este encuentro que un nuevo mundo puede surgir”.

Anaïs Nin

No podemos manifestarnos libremente frente a cualquier persona y en cualquier ambiente, pero en la casa de tu mejor amigo puedes entrar sin ponerte uniforme, sin tener que someterte a recitar el Corán y sin renunciar a nada de cuanto forma parte de tu patria interior. 

No necesitas disculparte por ser como eres, ni demostrar ninguna cosa. Porque un amigo solo considera al hombre, simplemente, honra sus creencias, sus costumbres y sus particularidades. A los amigos hay que verlos como embajadores de peculiaridades, de cosas extrañas, al fin de cuentas, aprendemos a querer esas rarezas y a respetarlas porque los hacen únicos.

“No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

Antoine de Saint-Exupéry.

Todos necesitamos ir allá donde sabemos que  podemos ser puros, por eso no hay mejor lugar para ser que la casa de tu amigo.

Con tu amigo experimentas una grata sensación de autenticidad, las palabras que se pronuncian coinciden perfectamente con lo que sientes dentro de ti. Estás realmente todo tú en cada cosa que dices. No hay que disimular emociones, ni amarrar las palabras o las imágenes que circulan libremente por tu espíritu.  Nada perturba aquel clima de felicidad, naturalidad, pureza y transparencia.

Afortunadamente frente a los amigos no necesitamos máscaras, ni fórmulas, ni etiquetas, porque ellos aman lo que hay y lo respetan. Y al aceptar esa autenticidad, se hacen indulgentes para con su amigo. Ante un amigo no simulamos lo que no somos, ni nos privamos de emociones, porque un amigo del alma es una cumbre al aire libre, adonde podemos acudir a liberarnos de banalidades y sacar a asolear nuestra DIAFANIDAD.

Para todos mis queridos amigos, que tal vez no sean poetas, pero que sin duda, para mi, son un poema.

https://youtu.be/eaKG17XoQ48

EL AMOR ES PROSA, 

LA PASIÓN ES POESÍA

Paris, hijo del rey troyano Priamo, y  Helena, esposa del rey espartano Menelao, se enamoran como borregos. Paris rapta a Helena y empieza la guerra de Troya, que se prolonga durante diez años. Hasta que el triunfador Menelao entra en la ciudad de Troya y encuentra a su mujer con los pechos desnudos, tan hermosa que la perdona inmediatamente y vuelve a vivir con ella tan contento, como si nada. Atrás quedó Troya destruida, un campo regado de cadáveres ilustres (Héctor, Aquiles, Patroclo, el mismo Paris…) y toda esta catástrofe épica como consecuencia de un simple estremecimiento del corazón.


El amor es así, como el fuego: suelen ver antes el humo los que están fuera, que las llamas los que están dentro.

El amor es una realidad inmune a nuestra conciencia, a nuestro raciocinio y a nuestra voluntad; por eso sigue siendo el reino oscuro de la confusión y lo enigmático. Y cuando hablo de amor, no me refiero a emociones amplias e imprecisas como el amor entre amigos, o el de los padres por los hijos, sino al sentimiento entre dos personas, a ese sentimiento demarcado por la pasión, que roza algunas veces el cielo y otras el infierno.

La esencia fundamental de la pasión es la enajenación que produce, por eso, quienes se dejan llevar por ella no pueden explicársela, y los que no la han vivido no pueden comprenderla.

El que ama, sale de sí mismo y se pierde en el otro, o mejor dicho en lo que imagina del otro. Porque la pasión es una especie de ensueño que se deteriora en contacto con la realidad. Tal vez por eso, la pasión parece exigir siempre su frustración, la imposibilidad de cumplimiento.

El amor feliz no tiene historia, sólo el amor amenazado es novelesco. Por eso, las perdices siempre se comen fuera del libro, una vez terminado el cuento.

El amor fluye desde el más tóxico e irreflexivo: si me dejas y te vas con otro, te mato, lo mato, los mato, me mato;  hasta el más bello y sublime:  allá donde Eva esté, allá es el paraíso, allá es la felicidad.   Los hubo y los habrá trágicos como el de Romeo y Julieta, épicos como el de Marco Antonio y Cleopatra, imposibles como el de Abelardo y Eloisa, desafortunados como el de Tristán e Isolda, repudiados como el de Oscar Wilde, puros, eternos e irrealizables como el de Dante y Beatriz o domésticos y sencillos como el de Fiona y Shrek. 

Podrá ser un espejismo el amor absoluto, la más noble flaqueza del espíritu, pero no hay asunto más importante y delicioso, por la felicidad y la plenitud que promete, y aunque sólo se consiga dolor, no obstante,  ¡oh, qué dolor exquisito!

Amamos lo que el corazón elige amar, así de simple, la razón no entra en juego. En muchos aspectos, el amor más insensato es el amor más verdadero.

Ahí tienen a Lancelot, que abandona la búsqueda del Santo Grial por salir detrás de Ginebra, la esposa del rey Arturo. El Grial concedía la vida eterna, pero al momento de enamorarse de Ginebra, Lancelot se olvida de él, porque su amor ya le hace inmortal.

El corazón suele estar mal de la cabeza y parece no servirle de nada la experiencia. Por eso, muchas veces, nuestra razón huye espantada y nos abandona a merced del corazón. Y aunque casi siempre el amor llega a congestionar nuestras ideas, también le quita lo efímero a la vida y nos concede inmortalidad, porque el amor es, después de todo, el itinerario que nos dirige en dirección contraria a la muerte. 

Sé que debemos mantener la cabeza fría, sobre todo en este tiempo convulso, pero ¿quién se atreve a tirar la primera piedra a un corazón ardiente?

No hay estatutos ni códigos ni reglas para amar, sólo una ley, la del corazón, que abre su capullo a sangre y fuego en su deseo irresistible o irreversible. Y si alguien puede demostrar lo contrario, yo nunca nada escribí, y nadie jamás amó.

– ¿Alguna vez amasteis, meser Leonardo? — Preguntó Buonarroti.

— Por supuesto — respondió el pintor.

— ¿Hombre o mujer? — preguntó el escultor.

— ¿Qué más da?  Sólo os diré que su cadera medía exactamente treinta y dos besos.

https://youtu.be/yWkQbrfSvfs


TIEMPO DE LUNA

Hay noches extrañas que se bañan de sombras,

y nos  nacen penumbras en los bordes de la vida, 

las nubes bostezan en su lecho de nieblas, 

y los ojos de la nostalgia nos miran por las hendijas.

Nos tiramos en la cama, traficante de almas.

Corren sombras sucesivas persiguiendo nuestro insomnio,  

quieren meternos el sueño por todos nuestros poros.

Pero el tiempo pasa y el sueño no llega.


noches en vela, que triste condena.

Tiempo de luna que ata tu alma, 

se acaba la noche y el sueño no llega.

La tienes perdida,

te atan las cadenas, 

para traer el sueño,

hay que liberar el alma.

Comienza el día,

las sombras se marchan, 

pero no todas las almas a  sus nidos regresan,

algunas encuentran en la oscuridad su nueva morada.


En la penumbra solitaria

hay almas que se buscan,

se juntan y se  marchan, 

en las noches de negruras,

de lunas y de lágrimas…

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