#poetry and prose

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EMBAJADORES DE COSAS EXTRAÑAS

“No sabemos en qué preciso momento nace una amistad. Cuando se llena una vasija gota a gota, una de ellas rebasa al fin la vasija; así, en una serie de actos bondadosos, hay al fin uno que enciende el corazón”.

Ray Bradbury.

Juan y yo teníamos ese tipo de amistad que todo el mundo quisiera experimentar: compañerismo, confianza, solicitud, tomar riesgos y todo lo que puede incluir la amistad en nuestras apresuradas y caóticas vidas.

Nuestra relación comenzó en la secundaria y se fue afianzando a través de las competencias deportivas. Sentíamos mutuo respeto por las cualidades atléticas del otro. Con el transcurso del tiempo nos hicimos los mejores amigos.  Juan fue el padrino de mi boda, y yo el suyo pocos años después.  Es también el padrino de mi hijo Nicolás.  Sin embargo, el acontecimiento que mejor ilustra nuestro compañerismo y que afianzó nuestra amistad, ocurrió hace más de veinticinco años, cuando teníamos veinte, éramos jóvenes y sin preocupaciones.

Juan y yo asistimos a una fiesta en la piscina del club local de natación y tenis. Él acababa de ganar un premio.  Nos dirigíamos hacia el auto bromeando, cuando Juan se volvió y me dijo:

— Alberto, has bebido muchos cócteles, amigo, tal vez yo deba conducir.

Primero pensé que bromeaba, pero como Juan es decididamente el más sabio de los dos, respeté su sobrio juicio.

— Buena idea. — respondí y le entregué las llaves.

Una vez instalado en el volante y yo en el sitio del pasajero, me dijo:

— Necesitaré tu ayuda, pues no sé llegar a tu casa desde aquí.

— No hay problema. — respondí.

Juan encendió el auto y partimos. No sin los saltos y paradas de la primera vez.  Las diez millas siguientes me parecieron cien, mientras le daba indicaciones a Juan: ahora a la izquierda, más despacio, pronto, hay que girar a la derecha,  acelera, etc.  Lo importante es que aquella noche llegamos sanos y salvos a casa.

Diez años después, durante mi boda, Juan hizo que los ojos de los cuatrocientos invitados se llenaran de lágrimas mientras les relataba la historia de nuestra amistad y de cómo habíamos llegado a casa aquella noche.

¿Pero, por qué es ésta una historia tan extraordinaria?   Todos, espero, entregamos nuestras llaves cuando sabemos que no debemos conducir. Pero el asunto es que mi amigo Juan es ciego, ciego de nacimiento y nunca, antes de aquella noche, había estado al volante de un auto.

Nuestra disposición a asumir riesgos y a confiar en el otro, continúa dando significado y alegría al viaje de nuestra amistad.

Dijo Sócrates: Sé lento al entrar en una amistad, pero cuando estés dentro, continúa firme y constante.

Leí alguna vez esta historia en los anales de Ripley (aunque usted no lo crea) le hice esta pequeña ambientación, y me valgo de ella para honrar la amistad, porque creo en su grandeza.

Me gustaría empezar por decir que la amistad no es simplemente un asunto de compinchería, un grupo de personas extraviadas que encuentran su identidad, un refugio contra la soledad y la dureza de la vida, ese ícono en la interfaz de una red social, una coreografía de halagos sin fundamento, el nombre que uno le pone a un montón de personas que se juntan para volverse iguales. Decir que la amistad son las alianzas mundanas, interesadas y de modas pasajeras es prostituirla. 

Si la amistad es esencialmente una relación de amor verdadero, y la nuestra es la era del narcicismo y el simulacro, entonces la amistad requiere en nuestros días un poco de locura, es una suerte de contravía y también es un acto de fe.

La amistad tiene que apostarle al sentido, a la integridad, a la sabiduría, a la dignidad y a la verdad. Es una apuesta al crecimiento y a la virtud en el hombre.

Una amistad verdadera es un pacto sellado para acompañarse en esa apuesta de retarse, cuidarse, enseñarse y deleitarse haciendo sentido en ese camino que es vivir. Sin camino, sin propósito, sin un para qué en la vida, la amistad carece del hilo esencial para cuidar ese pacto. 

Pero la amistad no es sólo el pacto, es también el camino, por eso sólo puede llamarse amistad a esa relación que permanece indemne en las verdes y las maduras, en la abundancia y la carencia, en la coronación y el ostracismo, y que pasa por todas las imágenes del camino y siempre está más allá del camino. 

Muchos creen que amistad es solo complicidad, camaradería e indulgencia. Pero la verdadera amistad debe tener algo de dureza, en medio de una gran ternura. Una dureza que no halaga el ego, que no valida las mentiras, que no apoya la inconsciencia, que no es cómplice en las apuestas mediocres, que no premia ni la victimización, ni la irresponsabilidad, ni la dependencia. El amor de un amigo es incondicional con nuestra alma y nuestra virtud, pero implacable con nuestro ego y nuestra mediocridad.  Por eso el coraje de la verdad es sagrado en la amistad. Un coraje que está dispuesto a poner en riesgo el vínculo en honor a la verdad. Por eso una de las premisas de la amistad es que uno siempre esté dispuesto a perderla por honrarla. Ese es el amigo, el que se para de frente y da la cara y dice las cosas como son, así nos cueste digerir sus verdades.

La amistad no es un pacto de semejanza. En la amistad se ama la diferencia. Y la hermosa unidad que uno encuentra en las verdaderas amistades solo se da bajo la condición de que se respete la diferencia. Para ser uno, los amigos tienen que ser dos primero, cada uno fiel a sí mismo, cada uno auténtico. Por eso los orgullosos, los vanidosos y los avergonzados, los que no han tenido el coraje para pagar el precio de la diferencia, no saben ser amigos.

La piedra que en el papel no es capaz de trazar una línea recta, en el agua hace círculos perfectos.

Así como nadie sabe por qué nos enamoramos, por qué llegamos a creer que sin esa persona no vale la pena la vida, tampoco sabemos qué nos induce a elegir a nuestros amigos, por qué esas personas y no otras, por qué con unas compartimos los secretos más íntimos y nos atrevemos a hablar con ellos como si lo hiciéramos con nosotros mismos y con otras a duras penas nos comunicamos. Conocemos centenares de personas en el transcurso de nuestra vida, gente muy valiosa, pero solo logramos conectar de una manera tan intima y poderosa con unos pocos, es un misterio, como si estuviesen ahí esperando por nosotros o viceversa.

“Algunas amistades son eternas”, dice Pablo Neruda en un poema, “Cuando estás triste y el mundo parece oscuro y vacío, esa amistad eterna levanta tu ánimo y hace que ese mundo oscuro y vacío de repente parezca brillante y pleno”.

Qué vínculo tan extraordinario es la amistad, que parece no tener fin, no importa cuántos años pasen, lo poquito que han hablado o los cambios que la vida haya puesto en el camino. Ese deseo de entender las opiniones del otro, el encontrarnos frente a un espejo que refleja aspectos de lo que somos o el conseguir que alguien aprecie y comprenda nuestras rarezas. Esa fuerza invisible de valores compartidos, de intereses comunes y sobre todo de lealtad. Esa conexión que surge en cualquier momento, en cualquier parte y con las personas más inesperadas. El debate, el humor que no hiere, el sentirse escuchado y poder contar la propia historia, ese lazo que buscamos de manera innata y en la que prima la espontaneidad, no tiene precio.

A diferencia del amor que muchas veces no es lo que parece, la amistad sí es lo que parece. Y es en esa claridad donde descansa su valor. Porque fluye sin estrategias ni apariencias.

Uno va haciéndose de amigos en el transcurso de la vida, pero los primeros, los que hicimos en las primeras etapas de nuestra vida, siguen siendo un grupo aparte, una especie de logia secreta, fortalecida por un lazo unificador casi indestructible, que son las nostalgias comunes.

Jamás sabremos si somos nosotros los que escogemos a los amigos o son ellos los que nos escogen a nosotros, o ya estamos “escogidos” desde vidas anteriores, sin importar cómo fuere, un vínculo así hay que salvarlo como sea.

“Cada amigo representa un mundo en nosotros, un mundo que posiblemente no nace hasta que ellos llegan, y es sólo en este encuentro que un nuevo mundo puede surgir”.

Anaïs Nin

No podemos manifestarnos libremente frente a cualquier persona y en cualquier ambiente, pero en la casa de tu mejor amigo puedes entrar sin ponerte uniforme, sin tener que someterte a recitar el Corán y sin renunciar a nada de cuanto forma parte de tu patria interior. 

No necesitas disculparte por ser como eres, ni demostrar ninguna cosa. Porque un amigo solo considera al hombre, simplemente, honra sus creencias, sus costumbres y sus particularidades. A los amigos hay que verlos como embajadores de peculiaridades, de cosas extrañas, al fin de cuentas, aprendemos a querer esas rarezas y a respetarlas porque los hacen únicos.

“No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

Antoine de Saint-Exupéry.

Todos necesitamos ir allá donde sabemos que  podemos ser puros, por eso no hay mejor lugar para ser que la casa de tu amigo.

Con tu amigo experimentas una grata sensación de autenticidad, las palabras que se pronuncian coinciden perfectamente con lo que sientes dentro de ti. Estás realmente todo tú en cada cosa que dices. No hay que disimular emociones, ni amarrar las palabras o las imágenes que circulan libremente por tu espíritu.  Nada perturba aquel clima de felicidad, naturalidad, pureza y transparencia.

Afortunadamente frente a los amigos no necesitamos máscaras, ni fórmulas, ni etiquetas, porque ellos aman lo que hay y lo respetan. Y al aceptar esa autenticidad, se hacen indulgentes para con su amigo. Ante un amigo no simulamos lo que no somos, ni nos privamos de emociones, porque un amigo del alma es una cumbre al aire libre, adonde podemos acudir a liberarnos de banalidades y sacar a asolear nuestra DIAFANIDAD.

Para todos mis queridos amigos, que tal vez no sean poetas, pero que sin duda, para mi, son un poema.

https://youtu.be/eaKG17XoQ48

PENSABA HACERLO, PERO …

NO HUBO TIEMPO

Alicia - ¿Cuánto tiempo es para siempre?

Conejo blanco - A veces, sólo un segundo.

Es vanidad creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego, encendemos una vela, andamos con ella por el corredor, nos asomamos a veces a lo que fuimos, antes de ser ésto, que vaya a saber si somos.

Cortázar.

El tiempo transcurre pesadamente para el aburrido, al dinámico le falta, para los jóvenes vuela y para los ancianos se agota.

Lo anhelamos, lo maldecimos, lo matamos, abusamos de él.

¿Es un amigo, o un enemigo acaso?

El tiempo es algo tan difícil de definir, como decía San Agustín: si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé. Y eso es porque nuestro lenguaje tiene tan asumido la existencia del tiempo, que es muy difícil usar palabras para definirlo sin incurrir en decir lo mismo. No obstante, creo que la mejor definición o la que más me gusta a mi sobre el tiempo, la hizo Platón, hace ya más de 2700 años.

EL TIEMPO ES UNA IMAGEN MÓVIL DE LA ETERNIDAD

Platón

El tiempo es tan subjetivo y tan abstracto, que pareciese ir de la mano de nuestros estados de ánimo, por eso es totalmente relativo, como dedujo Einstein. Parece ir más aprisa cuando el mundo se nos presenta generoso, pero curiosamente, se torna lento y pesado, cuando nos asedian las dificultades.

Pero, para apreciar mejor su potencial; quizá fuera necesario, observarlo a través del filtro de los recuerdos.

Cuando fuimos niños, nos sobraba dulzura y felicidad; pero nos faltaba tiempo para gastárnoslas. Era el tiempo del “uno más”. Un jueguito más, un cuentito más, un ratito más…  Y había que ver cómo anhelábamos la llegada del día siguiente, para volvernos a precipitar en caída libre en ese expreso que nos conducía a un mundo que era habitado por hobits, elfos, duendes, pequeños liliputienses y seres fantásticos, venidos de todas partes y cuyo único propósito era, no tomarse la vida demasiado en serio.

La alegría de entonces, se nos venía en oleadas horizontales. Planeamos cazar fantasmas, recolectar estrellas fugaces, fabricar puentes invisibles, bautizar mariposas y atrapar al ángel de la guarda. Trazamos mapas, llevamos cuentas, hicimos cálculos y de hecho, lo habríamos logrado, pero… crecimos y lo olvidamos.  No hubo tiempo. Abandonamos la niñez muy pronto, la dejamos enterrada en el cofre de los tesoros. Ese cofre que enterramos en la esquina de la cuadra. Un rinconcito de acera que nos perteneció muy poco tiempo y que fue ocupado por otros chicos que vinieron a relevarnos.

Cuando fuimos niños, nos sentamos a contemplar el mundo y a tratar de interpretarlo a nuestra muy quijotesca manera. Pero el tiempo siguió su curso, inalterable, como una flecha disparada hace mil años.

Abandonada la niñez, llega la etapa que está demarcada por la odisea de nuestras vidas.

Nos falta tiempo para todo. Lo queremos “todo, al mismo tiempo y ahora” y al ir tras ello, vamos dejando en el camino, todos nuestros rostros del pasado y nos convertimos en una mala versión del yo que un día soñamos.

No añoramos al niño que fuimos y el anciano que seremos, es un ser lejano, demasiado ajeno.

Ahora, contemplar el mundo, no nos interesa y tratar de interpretarlo, menos, lo que queremos es cambiarlo, y ¡vaya que lo logramos! Ninguna otra época ha sido tan versátil, polifacética y aprovechable.

Hoy, un hombre en su adultez, puede lograr casi cualquier cosa, lo que proyecte y aún sin recursos y puede derribar cuántos obstáculos se le pongan en frente. Pareciera que ya fuésemos demasiado viejos, cuando apenas estamos comenzando a vivir. Nos hacemos viejos antes del tiempo y nuestra juventud, como se tuvo que vivir, fue a formar parte de las reliquias de nuestro cofre de los tesoros.

Un anciano no es sabio sólo por haber leído muchos libros, sino también por haber recopilado la suficiente experiencia, como para cometer el menor número de errores posibles. Lo paradójico es que llegados a la vejez, lo único que lamentan es no haber cometido más. Los jóvenes conocemos las reglas, pero los viejos se saben las excepciones.

Uno no es lo que ha vivido, sino lo que recuerda.

García Márquez

Un anciano lleva consigo un compendio de memorias y remembranzas, y eso lo convierte en un ser nostálgico, pero no necesariamente porque haya tenido una existencia difícil, sino, porque cuenta con la suficiente sabiduría y experiencia para entender que la vida había que gastársela toda. Y que tuvieron las ganas, los motivos, las razones; pero no se hizo y el tiempo siguió su curso. Y cuando se percataron de su propia inexistencia, ya no había tiempo y la tristeza se les vino oblicua.

Mucho se olvida y poco se queda. Sólo existe lo que nos conduce derecho por ese imaginario río del tiempo a lo profundo de nuestra vida.

Pensamos siempre que en cada etapa pasada estábamos muy lejos de ser felices, y pasado un tiempo pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar los momentos amargos y los pinta de otro color. Y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en las fotografías antiguas, que parecen iluminadas por el resplandor ilusorio de la felicidad.

Así van los recuerdos, entre la dicha y la nostalgia. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos. Pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba la canción.  Y los recuerdos van tomando fuerza a medida que crecemos, porque antes los recuerdos sólo eran matices que les daban forma a los días por venir.

Volver la vista atrás es una cosa y marchar atrás es otra. Por esto es que reconocer el pasado y mirarlo de frente, es muy diferente de engancharse con él. No se trata de evadirlo ni de olvidarlo, pero tampoco de seleccionar solamente los momentos convenientes para sufrirlo o para añorarlo. El pasado es nuestra memoria y estaría bien utilizarlo como fuente de nuestra biografía y no como sillón paralizante. Así es como se puede vivir en el presente, dando a cada día su lugar y su tiempo, mientras creamos el incierto futuro con la confianza que da el gusto de estar vivos.


Todas las cosas que hagas durante tu vida serán insignificantes, pero es muy importante que las hagas.

Gandhi.                                       

Nadie vivirá nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestras palabras, y sobre todo, nadie establecerá con los demás las relaciones que sólo son nuestras. Nadie querrá a otro con nuestro corazón. Por ello es tan importante vivir de verdad, en definitiva, hacerlo con intensidad. No dejar pasar de largo esa irrepetible posibilidad.

Pero para ello no hay receta, ni consigna. Somos seres cotidianos que nos debatimos en un mundo que queremos mejor, somos nostalgia del infinito, precisamos levantar los ojos, mirar las estrellas, confundirnos con el universo y preguntarnos por el sentido de nuestra vida.

Y sobre todo, preguntarnos: ¿qué legado dejaremos un día de estos?  Porque llegará un día en que será tarde para dar respuesta a esa pregunta. 

Si soñar un poco es peligroso, la cura no es soñar menos, sino soñar más, soñar todo el tiempo.

Marcel Proust.

La vida es la que es, y en gran medida, la que decidimos que sea, pero más allá de lo que entendamos de la vida, hay que implicarse, jugar la partida, girar el tablero; llevar la vida en los propios brazos. No estamos predestinados para nada, somos actores de esta vida que pudiera ser única. Anticipemos entonces  si el último día valoraremos positivamente nuestro discurrir por ella.

Aprovechemos cada oportunidad, pues, al igual que  pasa con el amanecer, si llegas tarde ya se habrá ido.

Estar vivo es mucho más que no estar muerto. Tenemos la oportunidad de elegir uno de los futuros posibles, y para ello, hay que  entretejer la vida con ilusiones, porque son ellas las que construyen nuestros sueños.

Y es cierto que la vida muchas veces carece de sentido, que es un enigma lleno de incertidumbre y grandes esperas. Razón de más para condimentarla con imaginación y fantasía. Y terminar de entender de una buena vez, que lo importante en la vida no es el éxito, sino el sentido. Y que sólo disfrutaremos de nuestra existencia cuando seamos capaces de contemplar el paso del tiempo como un regalo, y de asumir cada día como una oportunidad para reinventarnos y sonreír.

No endeudemos la vida, ni la convirtamos en una existencia de alquiler. Ella es un escenario incesante de aprendizaje, que no te esclavicen los “no puedo” y los “imposibles”, porque entonces conviertes tu existencia en una profecía autocumplida. No vivas en el limbo de una vida vacía y sin sentido.

Que no importe el hecho de saber que no vamos a salir vivos de ella y que aunque la ciencia nos diga que somos parte insignificante del cosmos, jamas olvidemos que también somos insustituibles. Pero sobre todo, no abandones tu paisaje sin haber encontrado un buen amigo, la vida no vale la pena sin un vínculo de lealtad con el que deambular por ella. Somos un conjunto de diminutas partituras que debemos interpretar, como una muestra de jazz que hemos de improvisar sobre la base del legado que recibimos, y si alguien nos ofrece una muestra de su propio repertorio, debemos entenderlo como generosidad. Cuando alguien nos regala un pedacito de su ser, lo que piensa, siente, lo emociona o conmueve, inaugura en nosotros un contagio que debemos agradecer. Vale la pena vivir por una tertulia, una caricia, una sobremesa, un paisaje, un viaje, un libro o una canción. Pero si nada de nada viene hacia ti, entonces recurre al plan “ve”.

La distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente.

Einstein.

Por más que recordemos el pasado o anticipemos el futuro, vivimos en el presente. El tiempo fluye en el sentido de que el presente se va actualizando de modo constante, esa es una verdad irrefutable.

Todos tenemos una verdad en común, nacemos y morimos, lo único que nos diferencia es lo que hacemos en el medio entre esos dos eventos, lo que hacemos en cada presente.

Aún hay tiempo para dejar salir al niño que anhelaba trepar los árboles y jugar con su amigo imaginario. No permitamos que la vida nos vaya endureciendo el corazón y démosle el permiso a nuestras palabras de seguir siendo gráciles, dulces y gentiles.

¡Enhorabuena! para aquellos ancianos que jamás olvidaron su cofre de los tesoros y llegaron al umbral de sus vidas, con la paz y la dulzura propia de quien envejece con tranquilidad y nunca se quedó corto de tiempo, cuando se trataba de llenar su ser fundamental, para los que nunca olvidaron la verdadera esencia de las cosas y sueñan aún con esa infancia añorada de globos surcando como fuego el cielo.

A veces en las noches

cuando suenan las campanas,

mi infancia recorre tierras extrañas,

la oigo venir desde lejos, en la distancia,

de otros cielos, de otra arcilla,

de profundidades amarillas.

Porque todavía,

todavía mi infancia

viene a buscarme,

con un golpe en las piernas

y en sus labios una sonrisa salvaje.

Ella se camufla en el aire

porque ella es muy linda, muy suave y muy frágil,

y tiene miedo de la gente grande.

Me viene a buscar

a mi cuarto de sueños, 

de lejanos mundos sin orilla,                

y me cuenta que con una hoja de papel

aún navega los mares, 

y atraviesa las selvas deslizándose por los árboles.

Después entre lloriqueos me cuenta

sentada sobre mis rodillas

que una nube se llevó su cometa,

y que un niño casi la atropella con su bicicleta.

Mi amor, entonces

le cura las heridas

porque con su presencia

mi cuarto de sueños

se convierte en un valle de vida.

¡Mi infancia, mi infancia!

con un golpe en las piernas

todavía viene a buscarme.


Todas las personas mayores fueron niños, pero pocos lo recuerdan.

Antonio de Saint-Exupéry.

Solo un niño puede ser completamente feliz porque no tiene aún la mancha del pasado y el mecanismo cruel de su memoria apenas rueda. No le han tendido la trampa, mientras tanto, mientras juega…

https://youtu.be/TGPVKMCjTL0

https://youtu.be/wZMj91S1T2M

luishurzzuzz:

Si, me gustó la música que dejaste aquí, me quedé los días y días por si venías reunida con tu voz y sí, sucedió el dulce milagro llamado tú.  

Esa música sólo la entiende mi lento ademán de aire  y sucede en el viento cuando mueves en tu llegada tus alas a la velocidad de cada pulso de tu corazón.

Es bello verte en el final de tu largo viaje desde algún sueño, donde por primera vez te vi.

Me fue gustando el dorado que dejabas, esa dulce estela de hada que nunca antes vi. 

Miraste por el rabillo de un ojo y te seguí, tenías esa noche el aroma de todas las flores y lo dejaste adrede para que te encontrara cuando juegas a esconderte detrás de la luna.  Y ha pasado que sueles esconderte hasta en el poema siguiente, ahí estás acomodando estrellitas en orden como todo lo que tocas.

Te has escondido alguna vez en lo impensable entre mi lumbre que luego me consume hasta que amanece.  Otras veces que te has quedado dormida en mi latido más tenue, apenas te oigo y sé que estás, porque dueles tan dulcemente dentro mío y no lastimas. 

Cómo va a doler la luz por todas partes y el entrar de estrellas de golpe en un latido cuando vienes tan de prisa después de no haber venido en días.

La vez primera que pasaste, yo no era mucho y este cuerpo solo era un tronco ardiendo poco y el vapor de lluvia cayendo se transformaba en densa niebla apenas me viste.

Era un pedacito de un paisaje después de tormentas sin fin, sólo pasaste y en una de esas veces te quedaste sentada un instante y dijiste tan serena: no pasa nada, crece otra vez, y me nacieron poemas apenas como ramas, te fueron dibujando en un país entre las nubes.  Te fuiste convirtiendo en párpado de cada noche, de cada tarde y no lo cerrabas hasta decirme tu palabra roja.  Y  la guardo siempre hasta que casi amanece.

Y te voy pensando siempre sobre el oro de los días y te veo espiando tórtolas por si vuelven. Es sabido que vuelven donde nacen muchas veces y que son de quedarse donde  están en paz .

Te he oído estas últimas mil veces que me dices, quédate

así como un ave después del largo viaje, si, así, quédate en paz.  Y me quedé inmóvil sintiendo moverse adentro aguas tranquilas y mira que lento voy, que despacio escribo, escribo, escribo.


Solesito de Van Gogh

Agosto de 2021’

Patas de gato

Imposible desnudar una flor y retener su fragancia. Ni la flor ni su aroma persisten si los pétalos han perdido su centro. Imposible desnudar aquello que queremos e impedir su orfandad, el ataque del frío y su posible fuga. Al hombre lo definen sus manos vacías, forjadas para la vigilia, propensas al deseo. Esas manos tendrían que aprender a vivir con la conciencia de lo poco que pueden retener.

¿Cómo unir esta incapacidad de resguardar el aroma, la belleza que acecha y huye con la esperanza de que no esté vacío el corazón? ¿Cómo lograr que el vacío nos diga sus secretos? ¿Cómo encontrar su magia?

No es suficiente decirte cuánto me llegan tus palabras.

Lo grabaría si pudiera en el firmamento estrellado,

lo anunciaría con campanas que suenen allá en mi poblado.


A la noche solitaria,

le pediría que lo aclame,

que la pequeña luminaria,

de la luciérnaga proclame.


Pero decirlo es viento pasajero,

ni siquiera lanzando mi lamento al infinito.

Que la memoria lo guarde solicito,

que el tiempo no lo borre  muy ligero.


Necesito escribirlo como si se escribiera un grito, 

pues si así lo escribo,

queda escrito.


Al final sé que de todo

solamente perdura

la ternura que dejan

las palabras hermosas,

leeré siempre tus palabras como quien corta rosas,

ojalá que pudieran comprender su hermosura.

Si, ojalá pudieran…


Sobre mis noches el verso avanza


Noche, no me abandones, 

cierra ya tus eslabones.

Noche que me haces nueva y eterna,

noche de resplandores,

noche de los poetas y de los ruiseñores.

Noche, tú me consuelas,

llévame a tus parcelas.

Cíñeme con tus brazos

largos y abrazadores.

Cúbreme noche serena,

ciérnete sobre mi vereda.

Cae noche infinita

y enciende pronto tus carbones.

¡Oh noche, que me haces nueva!

No te detengas, noche bendita.

https://youtu.be/FCFCCnBbFUM

crumpledfoilmind:

Anastasia told Iris to go to sleep. She said that the body needs rest in order for to Iris to live, play and imagine. She lit a candle and set it by the open window. Outside, the night was balmy and a thick breeze oozed into the room. It smelled like jasmine, for the night blooming plants had woken to serenade the new moon. The curtains lazily fluttered, and the candle flame flickered as if in a trance. And as such Iris drifted through the thresholds of her myriad dreams.

The minute Iris’s eyes closed, Anastasia pulled the covers up to the younger girl’s chin and stood for a second as still as a statue. Then she stared, and her eyes went as wide as saucers, worried and round. And rounder and rounder, and soon they sucked up all the candlelight and pulled Anastasia inside, where she spiraled deeper and deeper into a black hole.

All the while, the candle burned and the curtains swayed slightly. The night blooming jasmine did not let up her fragrance too. Anastasia drew in a deep breath and rubbed her wide opened eyes and leaned against the wall and looked at Iris as she brooded like a vulture on an eave.

But Iris was Anastasia’s lifeblood. Iris was Anastasia before the whirlpool took host in her eyes. Before she stooped over with the weight of a world on her back. Holding up the ceiling so that Iris wouldn’t have to bend. So that Iris could breathe freely. So that she could live, play and imagine freely. And have sweet dreams at the end of a day.

At the end of a day, I too must sleep, thought Anastasia, and she closed her eyes. Must stalk between boughs of crusted glass. At dawn’s first touch they light up in an ethereal glow. A white mist of ghosts as they fade for the day. And lupine blooms in fields of salt that stretch for miles. Broken only by the sound of jade green waves. They roll over the pebbles and polish them to a shine. That is outdone only by the radiance of a sun that burns. But there is tenderness within. Anastasia smiled and her head drooped to the side. There is tenderness within…

The air in the room was heavy, and it was scented with jasmine. It pervaded all corners of the room. It entered through an open window framed by curtains rippling in a daze. The lone candle flame made circles around itself as it looked for a friend with which to pass the time. But Iris and Anastasia were both asleep. Both had been welcomed into the worlds of their dreams.

crumpledfoilmind:

Moonlight Draught

The soul needs to eat.

But my soul needs to sleep.

We need to be lost within dreams in order for something to be found. We need to drift away abandoning all sensation for our fingers to grasp a lifeline that leads toward light. If we follow a metal rail with open eyes we’ll only find mediocrity in the harsh angles of empty rooms filled with nothing.

I am the mistress of nothing. Not yet, but I will be. Once my frantic chanting and ceaseless pleading to my Lord bear fruit- and I am dedicated. My eyes are rimmed with red as I stare at the walls. The mirrors and paintings and tapestries and censers in my mind’s eye will all manifest as I see them on my curved bone walls. Never mind that the image there is formless too.

It was a starless night. But the full moon stared with round, bulging eyes, so the sky wasn’t lacking for light. My master and I, we kept to the shadows to avoid her gaze- hiding behind bushes, crouching in the shadows of the trees. When the clock struck twelve, we slunk towards the marble fountain, concealed under the breath of a cloud, and my master drew forth a sleek apparatus for collecting moonlight from his long, silky sleeves.

He drummed his long, wizened fingers on the fountain’s rim as the delicate flask filled up with a strange silver liquid.

Just when the wisp of cloud dissipated, my master snatched his contraption and flask in one fluid motion and melted into a shadow on the ground.

“Master-“ I whispered, but just then, the moon swung her eyes over the fountain and I pressed myself against its side, half prostrating, my heart hammering, until a different scrap of cloud gave me the cover to slink away, and I left the fountain of moonlight with only the barest traces of silver glowing on my fingertips.

When I asked my master later that day, in his laboratory whose very air was thick with humid, color-changing vapor, if he could spare me some silver he rolled his eyes and chuckled as he said I should have collected some for myself.

I protested, but he brushed me away, already deeply engrossed in his experiment. The flask of moonlight sat on a ledge by a gleaming, intricate metal machine which was already distilling one single drop of moonlight into countless substances, all as clear and vivid as a spring day. My heart hungered to reach out and taste one of the beaker’s contents, but this time my master bodily pushed me out of the room, muttering discontentedly to himself on my incompetence.

I stood on the step of my master’s door and stretched out my arms. I flexed my fingers and examined the silvery glow. The barest essence, the slivers of a whisper. I shuddered as I thought of going back to the moon’s domain and being ensnared by her ghastly gaze. And my master- I sighed, and once again curled my fingers. I would have to make do with their opalescent glow.

I became a student of the echo. Of the shadow as it flits, and of the half-light. Of the reflection on the water’s ripples, and of the faint scent of the sun as it approaches noon. I distilled the moonlit dust on my fingers into three draughts, which I kept firmly corked and stored on a back shelf.

Incompetent I may have been, but I was no fool. And so I kept the draughts hidden, until they became forgotten, and that is where the problem lay. And that is where the problem lies to this day too.

One day, I wondered how my master fared, so I made the trek to his laboratory. On the step to the wooden front door I took a deep breath to calm my nerves, and then let myself in with strengthened resolve.

I found the wizard sprawled over his books in a fitful sleep. At my very step he sprung awake and seized me by the shoulders.

“Have you found it? Have you cracked the code?” he wheezed, and then doubled over in a coughing fit.

“Master,” I said wonderingly. “What has happened to you in these long years?”

“Years?” He scoffed, raising a wild eyebrow. His beady eyes glowed earnestly beneath it. “It has been but a day for me, a day spent running in pointless circles!”

My eyes swept over a dusty machine with a multitude of empty beakers, and a rusted flask sitting to its side.

“What of the moonlight, master?” I asked.

“Wasted!” he started. “At the first light of every day! At first I hardly noticed, and then could do nothing for my supply had dwindled to nearly nothing. The elixir I crafted, my magnum opus- dust! Dust upon dust! ”

“A travesty,” I lamented, and I meant it. “I too, brewed a potion of moonlight’s faintest glimmer. It must have dried up into nothingness as well.”

My master gave me a hard look and demanded I take him to my potions chamber.

I brought forth the flasks without a thought, and I presented them to my master openly too. He popped open the cork of the first bottle and breathed in its scent deeply, ignoring my reactionary “master-don’t-“. He was perfectly fine, however, and chuckled as he screwed the cork back in its place.

“You may well have created what I’ve sought all these years. Alas, you shall never know,” He began coughing once more, and rasped on, “Unless you taste it- one drop- or three- immortality- or” he coughed again, long and hard, spitting up blood as red and dark as the liquid in my flask.

Even now, I cannot say what his gaze held towards me in that moment. Sympathy and kindness, but something deeper lurked too. The madness of one who exchanged his life for a truth that was just out of reach every step of the way.

All I saw was the first mask, and my heart ached for my master who had watched over me all these years, teaching me all he knew. He didn’t deserve to die this way, especially not if my draught was true. And so I told him master, you can drink from this draught I have brewed and I’ll drink too.

Is it foolish to dream? To be lost in these worlds that say my name with a familiarity that strums the strings to my soul, and so I stay because I believe I’m safe, and I believe I belong. I tell stories to myself as I drift along; my favorite is of the apprentice who drank a draught that trapped her soul in another plane. I like to think of her sometimes, though she’s not real and never has been. But in my dream-scape she’s a flesh and blood woman with color in her eyes and dampness in her hair. When I open my eyes she ceases to exist, is whittled away into dust. And at those moments I find myself in an empty room with dust in the corners. I try to imagine color on the walls and a fragrance in the air, and I am dedicated in this task; my eyes are even rimmed in red.

But my imagination fails me. For some souls need to eat, but all my soul needs is to sleep.

i want to live in odd numbers of

1 day at a time

because a series of years

looks like a barrage of bullets,

breaths:

1, 2, 3

1, 2, 3

when i am gasping

in desperate search of gravity,

5 things i can see

that make a brittle girl

feel unbreakable

and a crooked world

look steady.

- “odd numbers”

when you feel reduced

to just a human

to just a speck,

to just a stack of atoms,

i will magnify

your every moment,

your every word,

your everything

you think departs

once it occurs.

i will recognize a monument

when you swear

you’re just a shack,

i will behold a sun to orbit,

when you think

you’re the blade of grass.

i will be the microscope

that always finds what matters

amidst your mass.

- “what matters”

you tossed me lifejackets when i drowned in days that turned hours into thrashing waves.

you douse me with extinguishers when i burn down like a house

because i can’t make my body feel like a home.

you put strength in my bones like it’s a gift of love,

but when you feel most forlorn and the universe looks pointless,

i will slip power back into your pockets like it’s something borrowed,

because we are not ever truly alone and you have always been the point.

- “something borrowed

misery afflicts me like a disease, 

but hope makes an addled physician out of me,

as i devour paintings and poetry, love and lyrics 

and everything in between as medicine,

in hopes that the Polaris 

or a forget-me-not 

or anything, 

anything, 

anything could be

the remedy. 

- “remedy”

i am a fighter even if my fight looks like 

cowering in a black room because bleak thoughts 

make the world spin, when i yearn to be motionless, anchored to ceramic tile—anchored to something.

i am a fighter even if my fight looks like 

cradling my quivering body when the world says 

i should wield it like machinery, 

as if these soft hands could ever tear down anything besides myself.

i am a fighter even if my fight looks like 

seeping blood, sweat and tears as i mourn the wounds instead of stitching them up.

i am a fighter even if my fight looks like

longing to surrender, but lingering for hope to trickle in like light through a cracked door. 

- “another kind of fighter”

you speak like a ballerina pirouettes

and the world listens like an audience 

perched at the edge of their seats.

you make me want to sing, 

but my tongue slides against my teeth

like a lush clings to a wall

once they forget how to use their feet.

the words tumble alongside my gums

and drop from my clumsy mouth

like an accident, like silverware

slipping through butter fingers.

and like a child gets bruised knees,

i get bruised cheeks,

but you’ll plant kisses where it’s blue 

until everything turns pink.

- “clumsy mouth”

yourlocalnymphh:

D.L. Smith

austinkleon:

“A mycelial network is a map of a fungus’s recent history and is a helpful reminder that all life-forms are in fact processes not things. The ‘you’ of five years ago was made from different stuff than the ‘you’ of today. Nature is an event that never stops. As William Bateson, who coined the word genetics, observed, ‘We commonly think of animals and plants as matter, but they are really systems through which matter is continually passing.’”

— Merlin Sheldrake, Entangled Life

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