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Siento que me equivoqué de cuerpo. Para olvidarlo, esta tarde hice una pastafrola, pero inevitablemente me puse a pensar en ese cuerpo todo exaltado y deseoso, y en su boca estampándose a quemarropa en la mía, durante la noche anterior.

Acostados en su cama, un brazo de ese cuerpo descansó por debajo de uno de mis senos breves. Traté de contener la respiración por unos momentos para ver si el brazo mostraba intención de moverse, pero no, parecía empezar a sentirse cómodo ahí, como si mis lugares se trataran para él de una reminiscencia.

Giré un poco para animarme a mirar la cara de ese cuerpo, que roncaba muy bajito y fingía desentenderse de su brazo. Me encontré con su barbilla que mis dedos exploraron un rato, hasta que el cuerpo dio un respingo que me tensionó. El cuerpo me dijo que sólo estaba soñando, y que no me asustara.

Aproveché que el cuerpo me habló y le hablé. Le conté sobre mis primeros libros que fueron como mis primeros amantes. Le confesé de Wilde y de mi enamoramiento lésbico en la adolescencia con Jane Austen, y de cómo descubrí, tiempo más tarde, que en realidad Elizabeth Bennet se da cuenta de su amor por el Señor Darcy cuando conoce una de sus propiedades.  El cuerpo en algún momento se rió, y no sé por qué, después dijo “gracias”. “De nada”, le respondí.

El cuerpo giró para mirarme de frente y se incrustó en mi cara. No pude ver nada. “Me podría quedar así toda la noche”, exclamó. Pero yo ya no estaba allí. Tan vacía de sentimientos de amor, antes de que terminara la frase, tomé mis cosas tanteando en la oscuridad de la habitación y me fui.

Sentí vergüenza por no haber podido corresponder a ese cuerpo, por la frialdad de mis manos, y hasta de las medias en mis pies. Y después, al llegar a mi casa, saludar a mi gato, ponerme el pijama y refugiarme en mi propia cama, sentí ineludiblemente la ausencia de mi cuerpo, que al verse impedido de venir conmigo, se quedó despierto todo el rato en una habitación extraña de la casa 1414 hasta que sonó el despertador.

Volvió a mí más tarde, mi cuerpo, cubriéndose la boca con una bufanda. 

Nunca nada me animó a confiar en mí, pero siempre creí en la promesa del horizonte. Tan ficticia como mis talentos, tan lejana como sueño de otro.

Caminé hacia ella hasta donde mi cabeza pudo imaginar, y varias veces llegué a visualizarme bajo el claro de luna convertida en lo que siempre había querido: ahí estaba yo al cerrar los ojos, hecha de millones de partículas de ensueño; pero también estaba ahí al abrirlos, sumida en la densa hostilidad de una noche sin claro ni luna.

De otros, será de otros, la posibilidad de volverse aquello que cultivaron desde la primera quimera, más por mi parte ya voy creyendo que estrellada he nacido. Sucedió este pensamiento cuando mi madre me habló sobre conectar mis cables a la tierra y dejar de ser como yo: “madura de una vez, los hobbies vendrán después”. Humedecí mi camisa de paño llorando un poco como respuesta, hasta que dije en voz alta que me olvidaría de mis ideas sobre alcanzar un día cualquiera aquella línea indescifrable. “Si no tienes madera para triunfadora, deberías ser profesora”, fue lo que me aconsejó una vecina, y se me grabó a fuego aquella sensación posterior, mezcla de tristeza e indignación. Pude haberle destruido con argumentos cada una de sus palabras, pero no me quedó fuerzas más que para llorar en mi almohada.

Estoy empezando a creer que esta realidad me supera y que en cualquier momento me llamarán por mi apellido para decirme que  para todo ya  estoy demasiado vieja. “Señora, está llegando tarde, nuevamente”, “usted no cumple los requisitos”, y en el centro mi madre diciéndome otra vez “los hobbies vendrán después”.

No diré que ya no sigo pensando en la promesa del horizonte, a veces todavía me acecha el recuerdo de caminar como brújula perdida hacia uno no sabe dónde. Creo porque al final del día me gustaban más esas lágrimas de saberme peregrina de un destino no escrito, pero lleno de profecías, tan ficticias como mis talentos, tan lejanas como sueño de otro.

Entre los cerros de Purmamarca alguien grita que hacia el final de nuestros días no somos menos que los recuerdos que construimos desde que nos levantamos sin abrir los ojos, tropezándonos con todo lo que se nos cruza por delante hasta sentir el peso de nuestro propio cuerpo adolorido y empezar a llorar como primer signo de que nos queremos quedar acá, naturalmente. Una larga frase para ser recibida y comprendida en la integridad de su veredicto a través de los aires, pienso, pero el viento aquí es noble y cada palabra es transmitida en su perfecta armonía.

Nos reinventamos a través de los días, responde el eco, mientras que una paisana muy anciana que pasa -y que parece también oír las voces- se detiene para acercarse a mí, que espero sentada a la sombra de una casa de barro, y me dice: en algunos momentos logramos vivir para siempre, porque hay recuerdos a los que nos aferramos con tantas ansias y sed de existencia que la muerte se asusta, y se va.

Nuevo Video Mundano con mis momentos favoritos grabados durante enero de este año. La mayoría de las personas que aparecen aquí y en el anterior video son mis familiares y  amigos, significan muchísimo para mí ; desearía que ustedes  piensen en los suyos y en esos millones de momentos que se van y que a veces subestimamos estando cerca de ellos.

Creo, como la paisana, que en algunos momentos podemos vivir para siempre. Seamos entonces valientes de construir nuevos, infatigablemente. 

Recuerdo que cuando era una niña de cinco años hacía cosas que luego nunca más me animaría a realizar. Tenía un amigo llamado Junior que vivía en la cuadra frente a mi casa con el que solía jugar todos los días y con quien además compartí la misma escuela primaria, aunque allí nunca nos dábamos ni la hora.

Fue una relación extraña la mía con Junior, puesto que a su lado yo creía que era otro varón más, o a lo mejor esta cuestión de los estereotipos por género en verdad son cosas impuestas por la gente grande que se olvidó que en algún momento nos hemos sentido todos iguales con los otros, ahí, en el juego ingenuo de niños, resultando para nada extraño que yo me comportara como quise.

El asunto es que yo me vestía muy parecido a Junior, con algunas ropas que a él ya no le andaban y a mí me gustaban como aquella remera azul y blanca con los personajes de Pókemon,  o esa gorra vieja de San Lorenzo.  Volvía desastrosamente sucia a mi casa, trepaba árbol que tuviera en frente como jamás lo volví a hacer y comía mandarinas y mangos en su patio sin parar hasta que ambos sentíamos la panza a punto de estallar. Y entonces nos quedábamos durmiendo la siesta en la hamaca paraguaya de su madre, que era –y de seguro sigue siendo- policía, y que para ironía probablemente, casi nunca nos prestaba atención, porque si no estaba trabajando estaba preocupada, y si no estaba preocupada, estaba durmiendo o haciendo cualquier otra cosa. Igual mi madre, aunque ella era maestra y contaba con la presencia de Alberto, mi fastidioso padrastro de aquel entonces, y mis cinco hermanos incorregibles.

Junior fue mi primer invitado oficial a la fiesta de la chocolatada caliente que hacíamos algunas veces con mi hermana menor Melina, que era apenas una beba de tres años. Una imagen viene a mi mente de aquella tarde: la mesa era pequeña y rosada y las tazas igual, Junior preguntó si podíamos jugar a ser los padres de Melina.

Tiempo después nos besamos inocentemente en la vereda de una vecina, porque supongo que todavía jugábamos a que éramos los padres de Melina. Junior me dijo que debíamos cerrar los ojos, pero afuera ya era de noche y a mí me daba miedo, así que yo los dejé abiertos como faroles coloniales.

Esa noche,  unas amigas de mi hermana mayor justo pasaron por aquella vereda y nos vieron asombradas y casi riendo, pero no nos dijeron nada. Igual sabíamos que en algún momento nos delatarían, porque en el fondo sentíamos que estábamos haciendo algo extraño digno de una reprimenda. Entonces Junior dijo algo sobre continuar el juego de besarnos pero escondidos en alguna parte y señaló un salón de comidas situado en la esquina de enfrente llamado El fogón. Nunca solía verse demasiado movimiento por allí, con el tiempo se empezó a decir que esa esquina estaba embrujada, y que negocio que abrieran quebraría con el correr de los días, y así sucedió con El fogón, y con todos los emprendimientos que se alzaron allí después (ahora venden comida para mascotas, y los vecinos ya hacen sus apuestas).

Corrimos entonces para El fogón y nos escondimos bajo una mesa y allí nos besamos de nuevo, y creo que lo seguimos haciendo por dos o tres días hasta que un mozo se dio cuenta de nuestra presencia y nos sacó gritando porque pensaba que nuestra intención era robar el pan de las canastas sobre las mesas. Imaginen entonces nuestro aspecto de niños a la deriva.

Después nos olvidamos un poco de todo esto y nuestra máxima aventura pasó a ser tirar al techo pedazos de muñecas barbies de una vecina que nos caía muy mal llamada Carla. Le pedí a un tío que me cortara el cabello súper corto y pasé a ser casi indistinta al lado de Junior. Seguíamos haciendo las mismas cosas, y todo se potenció cuando le regalaron una bicicleta con asiento trasero. En el barrio los vecinos no nos volvieron a escuchar durante las siestas por un buen tiempo, para su suerte.

Hasta que un día mi familia se enteró de los besos ingenuos por las buchonas amigas de mi hermana mayor. Entonces mi madre empezó a no dejarme salir con Junior y recuerdo muy bien la cara de mi amigo de la infancia mirando hacia la ventana de mi habitación (todavía no llegaba en altura como para observar bien a través) y llamándome para ir a jugar durante varias tardes seguidas; mi padrastro-como era de esperarse- me prohibía levantarme de la cama y me exigía dormir la siesta, qué estupidez.  

Con Junior nunca volvimos a jugar y mi vida desde entonces creo que ha sido extremadamente aburrida, porque ya no estaría hablando sólo de mi niñez, verán, a veces, creo que si vuelvo sobre mis pasos intentando preservar la huella puedo descubrir un montón de causas por las que ahora soy esto y no otra cosa.

Tampoco volvimos a charlar en el colegio secundario donde también nos cruzábamos, y si nos mirábamos era preferible simular que no nos conocíamos y seguir con nuestras cosas. Como si hubiéramos decidido nosotros mismos arrancarnos.

Por un buen tiempo me volví desconfiada y temerosa, me encerré en mi misma y a más nadie dejé entrar e inmiscuirse en mis asuntos por miedo a que en algún momento algo querido me fuese arrebatado.

A veces mi vida continúa siendo insípida como aquellos días sin Junior y me siento insoportablemente sola, pese a que aprendí desde temprana edad a convivir con la ausencia de alguien o algo y puede que, por lo tanto, no siempre me signifique una molestia.

Pero ahora, en estos días de verano, nuevamente en casa de mis abuelos para vacacionar -que es más bien venir por unas semanas y sentir que no soy una nieta indiferente-, el hastío estaría consumiendo mis órganos vitales.

Deseo reencontrarme con esa fuerza para trepar árboles, correr, escalar un cerro y gritar, divertirme más y animarme a vivir una vida que no incluya dormir la siesta tan seguido. ¿Es que me he convertido en una persona seria?

Todo el año me la paso yendo a la universidad y volviendo, con amistades que ya no están cerca geográficamente como para amenizar tanta rutina. En el medio algunas distracciones por las que debo sentir gratitud, de acuerdo, sí, algunas emociones buenas y dichas, Ernesto, las canciones, la sonrisa de mi madre, mis abuelos que siguen aquí como bendición primera.

El colectivo, la cama, el techo sobre mi cabeza, mi sobrina que el 8 cumple 9, los te quiero, un abrazo largo como una avenida, los sueños con los ojos abiertos, las ideas y las comidas. The walking dead,Murakami a las diez y Junior recostado sobre el pasto en alguna parte,

 recordándome. 

Video de algunos momentillos de mis días que se me ocurrió recopilar para esta nueva sección del blog llamada: ¡Videos Mundanos!

Pensar en el fin de un año siempre es una nostalgia garantizada cuando uno menos la necesita. Son muchas las cosas que uno deja atrás y seguramente será  poco lo que llegará a recordar de estas en los años venideros, así  que yo, que soy una masoquista de antaño, me pongo excesivamente sentimental por estas fechas y no hay forma de que sentarme a mirar el reflejo anaranjado del ocaso sobre los árboles de mis vecinos no me den unas ganas tremendas de pegarme un tiro.

Nunca me gustó tener que irme tantas veces, y regresar al punto exacto desde el cual partí, mutar, cambiar de piel, escribir planes en la agenda de mi cabeza que sé que tendrán un ochenta por ciento de probabilidades de quedarse allí, en mi cabeza. Cabeza grande y redonda como una tortilla mexicana que no sé adónde quiere llevar a mi cuerpo perezoso que siempre se le queda atrás.

Afuera, miro, el sol nace y muere unas millonésimas de veces y en el medio -seamos conscientes o no de ello- nosotros también nos vamos con los días, prendidos de pequeños destellos de luz, momentos y gotas de lluvia llanto.

Adentro, alucino, el mismo sol muere y nace mientras  a lo lejos Sakamoto grita que una flor no es una flor, y que nada es lo que parece. Pero, ¿y qué es? Camino, entonces, porque Sakamoto no contesta y desde las entrañas algo me dice  que siempre es mejor andar que esperar a que caiga del cielo un GPS corriendo el riesgo de que encima nos guíe para la mierda.

Y así voy, como todos ustedes, hacia algún lugar, que no es ningún lugar, pero que es algo, o está por ser.

Veremos.

Pasada la medianoche, Ernesto me llamó para contarme que acababa de soñar conmigo. Ya me había dormido, y no por mis tendencias de acostarme temprano, sino por mera causalidad de un típico día después de un examen para el cual estudiaste como si de sus resultados dependiera tu vida: lo único que deseaba hacer al llegar a casa era convertirme en un pastelito horneado de canela.

Así que estaba en plena metamorfosis cuando la voz de Ernesto del otro lado empezó por decirme “tuve un sueño re loco y apareciste vos en uno de los momentos más lindos”. Al escuchar esto, a decir verdad, el corazón casi se me escapa de la caja torácica para expandirse por toda la habitación como una explosión de brillantina roja, pero sólo pude atinar a reacomodarme (entre las colchas y la almohada), como quien está empezando a sentir interés por lo que se le comenta. Reí un poco, bajito, lo que dio a Ernesto pie para seguir con su relato.

Me contó algo de una casona que nunca vio en ningún lado, y que en el sueño estaba explorando. Sonaba realmente entusiasmado, por lo que llegué a pensar en una fracción de segundos que a lo mejor a) me estaba inventando una historia; b) acababa de fumar algún yuyo místico; o c) ambas. Pero no le dije nada y seguí escuchando.

Resulta que al salir hacia lo que sería el patio se encontró con cientos de árboles con hojas anaranjadas, amarillas, verdes y otras multicolores. Una especie de paisaje “extraordinario” (para usar sus palabras) con el cual no esperaba toparse. Un hallazgo de la naturaleza. Pero, ¿y dónde entro yo en escena? Ahí va, esperen. Me dijo que sacó el celular para filmar lo que sus ojos veían, algo totalmente paradisíaco, “flashero”, que necesitaba compartir con otros de alguna forma, cuando de repente, “¡paaaf!”, me ve a mí también mirando todo, con cara de que me estoy mandando “alto viaje”. (Supuestamente desde una terraza, que me costó situar en una especie de bosque al ir reconstruyendo en imágenes lo que Ernesto me contaba, pero bue)

Se acercó sorprendido a saludarme, y dice que nos pusimos a charlar sobre todo eso que nos rodeaba; vale comentar que Ernesto y yo solemos, por ejemplo, echarnos en el pasto, a veces en la universidad, sólo para que el sol nos abrace las caras, y conversar como si estuviésemos escribiendo historias, o sea que sí, deliramos siempre que podemos, y ahora hasta en los sueños por lo visto.

Me contó que hablamos largo rato, no me dijo exactamente sobre qué cosas, pero me nombró algo del  cosmos, para terminar diciéndome que ese momento, allí, en el sueño, “fue hermoso”, y que si quiero aparecerme en sus otros viajes nocturnos, lo haga siempre en esos momentos, los más lindos.

Quizás no fue para tanto, pero entiendan el corazón de una pobre friendzoneada que ya para entonces se había escapado, expandido y explotado en forma de brillantina roja por toda la habitación, así que más no me quedaba excepto decirle que lo quería.

“Y que sos hermoso es lo último que te diría”, le confesé para terminar. Al rato escuché un “¡paaaf!” del otro lado del teléfono, y no era para menos: el corazón de Ernesto también había explotado como una granada de brillantina roja, por toda su habitación…

Quizás ya deba olvidarte, quizás ya debea dejar de imaginar una vida contigo, quizás yo me ilusione sola y sin motivos pero quien no hacerlo si tu eras todo lo que yo quería. Hoy termina algo que nunca empezó, algo que solo yo deseaba pero esto me demuestra que no todo lo que deseas pasa y hay que aceptarlo, tal vez lo acepte tarde pero ya me di cuenta que esto nunca va a pasar así que te deseo lo mejor para tu vida, que todo lo que deseas se cumpla, ha sido un placer coincidir contigo en esta vida. Adiós

Extrañé cosas y personas que nunca imaginé necesitar hasta ese día en que los necesité, pensé y ya no estaban junto a mí.

@unachicasola28

Recuerdo aquel día en el que solo reíamos, bailábamos y el tiempo se detenía.

@unachicasola28

Solo en momentos de tristeza logramos reconocer aquellos segundos de felicidad.

@unachicasola28

Y entendí que en el amor, siempre llega alguien mejor, más valiente y dispuesto a darte todo su amor.

@unachicasola28

Hoy decido vencer mis miedos y alcanzar cada uno de mis sueños.

@unachicasola28

No sé cómo explicarte lo mucho que te amo y todo lo que siento por ti, sólo sé que me gusta sentirme así y me encanta que seas tú la que cause todo esto en mi…

@unachicasola28

Soy afortunada por conocerte y por decir que eres tú mi principio y mi final, mi sueño y mi realidad.

@unachicasola28

Sin importar el lugar, siempre te pienso e imagino compartiendo cada momento de mi vida junto a ti.

Para el amor de vida

Ella es la mujer más hermosa del universo entero, la mujer que se apodera de mis pensamientos, es mi mayor sueño y mi más bonita realidad; ella es perfecta con sus imperfecciones y tiene el corazón más puro y sincero que jamás he conocido; sin importar nada, siempre está aquí para escucharme y para apoyarme; ella me da fuerza y me motiva a seguir adelante, también es la persona que más cree en mí, la que día a día busca mil formas de enamorarme y de hacerme sonreír; ella es mi amor incondicional, mi mejor amiga, mi pareja, mi confidente, la que conoce mi lado oscuro y mi lado tierno y aún así me ama con todo su ser tal cuál como soy, sin tratar de cambiarme ni mucho menos juzgarme.

@unachicasola28

Te amo demasiado @enamoradadeunachicasola❤️

Entre más te conozco, más orgullosa y afortunada me siento de poder compartir mi vida junto a ti.

@unachicasola28

De pequeño cada vez que miraba al cielo me embargaba una sensación extraña de temor. Me preguntaba que había más allá de todo aquel esplendor azul que parecía interminable como el océano el cual también me aterraba; ahora de adulto, me embarga la sensación de querer volar y extraviarme en todo aquel esplendor azul, que aún desconocemos.




@alfonssoherrera

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