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LA POESÍA SE NUTRE DE NOSTALGIAS

Emito mis alaridos sobre los techos de este mundo.

Walt Whitman.

Un poeta de mi tierra dijo alguna vez: “la poesía es el consuelo de bobos sin amor”. Me puse a pensar que mucho de cierto encierra, porque nada nos vuelca a escribir con mayor pasión, necesidad y sobre todo honestidad, que los momentos de desolación, tristeza, desesperación y angustia. Y lo mismo ocurre con quienes leen poesía, precisan de ella cuando están quebrados por la vida. Y la buscamos porque, la poesía puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, derrotar la soledad y sobrellevar la tristeza. 

Poesía

que no estás hecha

sólo de palabras

amontonadas en versos.

En ti hay una tormenta

esperando en silencio.

En ti existen los mundos

que soñamos

contra todos los pretextos,

en ti se hospedan las dulzuras

pero también los tormentos.

Te escondes en la daga

que hiere

a los amantes eternos,

en el viento que arrecia

en los olvidados cementerios,

en la noche bohemia

que abre los portales del tiempo.

En el lugar donde se han quedado

guardados los recuerdos.

En el valor que admite

que tiene mucho miedo.

En los corazones que se derrumban

después de que rompen sus sueños.


La poesía surge cuando aprendemos a observarnos a nosotros mismos, porque al concentrar la atención internamente, empezamos a sensibilizarnos y esa sensibilidad nos lleva a preguntarnos por qué el mundo que vemos y palpamos es como es, por qué sentimos lo que sentimos. ¿No tiene ninguna relevancia nuestra llegada a este torrente de vida y, aún más, la decisión de quedarnos?

Escribió alguna vez Almafuerte, que la felicidad humana no había entrado en los designios de Dios. Entonces existir, supone soledad y desarraigo. Por suerte, se nos ha regalado el arte para soportar la náusea, por suerte, hay un mago que nos salva y nos cura: el poeta.

Todos estamos solos y somos vulnerables y la poesía es el testimonio de nuestra odisea a la deriva. Nos inventamos acantilados para chocar, y en ese choque se calma nuestro ahogo.

De pregunta en pregunta y de centrar la mirada en algo que por cotidiano no es insulso, de instantes así se va nutriendo la poesía. Y ya ella, tan sabia como el tiempo mismo, sabe en qué momento gobierna las pasiones del ser humano para convertirlas en versos, para que el papel sea el paredón y el receptor de los arrepentimientos, los dolores o las añoranzas. Todo nuestro cansancio, nuestra angustia, nuestra alegría, todas nuestras noches, nuestro desdén y rebeldía, nuestra congoja y abandono, nuestro llanto y agonía, nuestra herencia irrenunciable y dolorosa, todo nuestro sufrimiento, en fin, toda nuestra pobre y maravillosa vida. Por eso es que escribir poesía es el acto más privado de nuestra vida, nace de la soledad y el ensimismamiento, hecha para nadie, para todos, para nada, para todo.

Pero las palabras del poeta no siempre acarician. El poema es almíbar y veneno, pájaro y jaula, infierno y redención. El poeta no teme visitar los recodos oscuros de la poesía. Advierte que, cuanto más cerca la belleza, más cerca la desdicha, cuanto más cerca el amor, más cerca la despedida. El adiós anida siempre en el calor de un abrazo.

El poeta se asoma al abismo, al suyo, a ese que Nietzsche advertía no asomarse demasiado. Se asoma y lamenta ya no ser él, sino otro. Sin embargo, lo consuela escribir, él ha sorteado las oscuras y bravías aguas del abismo interior, y con la sangre del corazón ha precisado el bosquejo de amores y desventuras. Tal vez sea mejor no separar el amor de la desventura. El amor es desventura.

El poeta escribe para herirse, también para gritar el dolor que le causa herirse. Herida y grito hay en el poema. Esa misma necesidad tienen los lectores, precisan de la poesía para vivir, tanto como el pan y los besos, aunque les llueva en los ojos la nostalgia fugitiva de los versos.

Dice Shakespeare, que el amor es una criatura bifronte y la pareja es un monstruo de dos cabezas. Lo aprendemos o lo sufrimos, o sólo sufrimos y complacidos vamos al abismo, aun sabiendo que lo único seguro en el amor es la ceniza. Porque la otra cara del amor o quizá la única es la del abandono, que se esconde desde la primera mirada. Después vienen los recuerdos a secarnos la boca, después viene el fantasma a instalarse en la memoria.

“Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, es así como explicaba Emily Dickinson su oficio de tejer palabras para lograr levantarle a alguno la tapa del cráneo.

Reconocerse vulnerable, verse débil en el exterior e irse diluyendo en el interior y agarrarse de la poesía y encomendarse a ella como diosa que ahonda en la melancolía sin condenarnos a ella.

¡Ay de aquel que no responde con su canto a los dulces y furiosos llamados del corazón!

Cuando se ama se corre el riesgo de sufrir, no hay amores que no hagan sufrir, no importa la lealtad o subyugar, todo amor desgarra. La palabra demuestra que amar tiene sus consecuencias… sufrimientos.

Escribimos mientras aguardamos a que esta realidad nos agobie un poco menos y seguimos caminando, buscándonos en lo desconocido, hasta que el dolor que llevamos dentro nos sobrepasa y nos hace regresar una y otra vez a la pluma.

¿De qué sirve pensar y sentir si todo ello no nos ayuda a vivir mejor? Nos arrojaríamos al vértigo de la ignorancia.

El gozo y la tristeza son dos fuerzas que se desafían, pero que dolorosamente duermen en el mismo lecho, el poeta los enfrenta y consigue que cada uno se desnude y cuente su historia. El poema yace en lo cotidiano, en lo humano, en lo visceral y es allí en donde el escritor ha encontrado un asilo al que nos invita, no sin antes dejarnos ese aliento de esperanza que nos deja la posibilidad de seguir escribiendo, la poesía no tiene que ser glamorosa ni excelsa, sino que debe acercarse a la profundidad del ser, a lo que nos duele, a lo que nos aleja o a lo que veces también nos retiene. Amamos en lo profundo, amamos en el dolor.

El poeta debe estar despierto a las simples cosas, agudizar los siete sentidos, incluido el de la magia y el del absurdo. Hay que vivir la poesía, después, si queda tiempo, se escribe. La esencia de la poesía está en el modo de percibir, escribir es una añadidura. Hay que ubicarse a un ladito del camino y ver pasar las personas y las cosas. Hacerse amigo de los duendes. Tener un dolor permanente en el costado, el mundo suele derrumbarse sobre la cabeza del poeta.

La poesía no le da la espalda al dolor, a ningún dolor, tampoco lo glorifica, más bien rechaza que sea sufrir.

Lo que ella no perdona es que haya quien dañe. La poesía detesta la crueldad, la golpea en su centro y de ese choque ilumina una cara distinta. Que haya quienes naveguen a su gusto el ajeno dolor, eso la poesía no lo tolera.

La poesía es una forma de resucitar, una segunda vida para los recuerdos. Los poemas sirven para detener el tiempo, todas esas imágenes se encuentran aquí, imágenes de otro tiempo: en ocasiones la poesía es más una pintura, una imagen estática del tiempo, que una reflexión sobre su paso.

Todos nosotros soñamos, amamos y sufrimos, y de todo eso se nutre la poesía, no vivimos sólo para cumplir deseos vulgares.

Buscamos la fuerza expresiva como una forma de conjurar nuestras fragilidades y nuestros miedos. La poesía es un territorio donde uno puede reconstruirse, ir hasta el fondo, desentrañarse.

Los versos podrían ayudarnos a mirar más allá y, ojalá, darnos consuelo en estos tiempos en los que da miedo vivir. La palabra poética tiene que servir para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro.

El poema puede llegar a ser un ejercicio compensatorio y también nos lleva a exponernos, a enfrentar riesgos.

Los poetas han sido los primeros en revelar que la eternidad y lo absoluto no están más allá de nuestros sentidos, sino en ellos mismos. Esta eternidad y esta reconciliación con el mundo se producen aquí y ahora, en nuestra vida mortal. Porque si hay alguna inmortalidad es seguramente la que nos otorga el amor y la poesía.

Habrá que buscar resquicios de vida bajo las ruinas de los actos cotidianos para no morir, encontrar la forma de transgredir lo que se nos impone.

Que se acabe todo, pero que nos quede la poesía, la música, que nos quede la esperanza, como dijo Emily Dickinson: “La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma, y entona melodías sin palabras, y no se detiene para nada, y suena más dulce en el vendaval”.


VIENE DE ADENTRO

En la hora del silencio,

un poeta camina de cara al cielo,

invoca al inválido recuerdo,

los tumultuosos recuerdos.

Manotazos de ansia

resuenan en su alma. 

En una copa de vino

asiste a su propio naufragio.


En la hora de la lluvia,

un fantasma

camina sangre adentro,

persigue incansable

la gota ebria

que apagará la llama

de algún sueño.


El poder de la pluma es la de traducir la realidad en emoción pura y esa llama es suficiente para avivar el espíritu y derrotar la tristeza

Si no brota del alma no es poesía, porque la poesía es carne y sangre, es desgarro y todo en movimiento es espíritu. “Escribe con sangre y verás que la sangre es espíritu”.

Algunos poetas se jactan de llevar una corona de laurel, otros en cambio seguirán soñando caminos con la espina en el corazón.

¡Ay poesía!

Nos viene de lejos esa melancolía.

Aquella nostalgia que en nosotros anida

sabe de felicidades, pero también de agonías. 

EMBAJADORES DE COSAS EXTRAÑAS

“No sabemos en qué preciso momento nace una amistad. Cuando se llena una vasija gota a gota, una de ellas rebasa al fin la vasija; así, en una serie de actos bondadosos, hay al fin uno que enciende el corazón”.

Ray Bradbury.

Juan y yo teníamos ese tipo de amistad que todo el mundo quisiera experimentar: compañerismo, confianza, solicitud, tomar riesgos y todo lo que puede incluir la amistad en nuestras apresuradas y caóticas vidas.

Nuestra relación comenzó en la secundaria y se fue afianzando a través de las competencias deportivas. Sentíamos mutuo respeto por las cualidades atléticas del otro. Con el transcurso del tiempo nos hicimos los mejores amigos.  Juan fue el padrino de mi boda, y yo el suyo pocos años después.  Es también el padrino de mi hijo Nicolás.  Sin embargo, el acontecimiento que mejor ilustra nuestro compañerismo y que afianzó nuestra amistad, ocurrió hace más de veinticinco años, cuando teníamos veinte, éramos jóvenes y sin preocupaciones.

Juan y yo asistimos a una fiesta en la piscina del club local de natación y tenis. Él acababa de ganar un premio.  Nos dirigíamos hacia el auto bromeando, cuando Juan se volvió y me dijo:

— Alberto, has bebido muchos cócteles, amigo, tal vez yo deba conducir.

Primero pensé que bromeaba, pero como Juan es decididamente el más sabio de los dos, respeté su sobrio juicio.

— Buena idea. — respondí y le entregué las llaves.

Una vez instalado en el volante y yo en el sitio del pasajero, me dijo:

— Necesitaré tu ayuda, pues no sé llegar a tu casa desde aquí.

— No hay problema. — respondí.

Juan encendió el auto y partimos. No sin los saltos y paradas de la primera vez.  Las diez millas siguientes me parecieron cien, mientras le daba indicaciones a Juan: ahora a la izquierda, más despacio, pronto, hay que girar a la derecha,  acelera, etc.  Lo importante es que aquella noche llegamos sanos y salvos a casa.

Diez años después, durante mi boda, Juan hizo que los ojos de los cuatrocientos invitados se llenaran de lágrimas mientras les relataba la historia de nuestra amistad y de cómo habíamos llegado a casa aquella noche.

¿Pero, por qué es ésta una historia tan extraordinaria?   Todos, espero, entregamos nuestras llaves cuando sabemos que no debemos conducir. Pero el asunto es que mi amigo Juan es ciego, ciego de nacimiento y nunca, antes de aquella noche, había estado al volante de un auto.

Nuestra disposición a asumir riesgos y a confiar en el otro, continúa dando significado y alegría al viaje de nuestra amistad.

Dijo Sócrates: Sé lento al entrar en una amistad, pero cuando estés dentro, continúa firme y constante.

Leí alguna vez esta historia en los anales de Ripley (aunque usted no lo crea) le hice esta pequeña ambientación, y me valgo de ella para honrar la amistad, porque creo en su grandeza.

Me gustaría empezar por decir que la amistad no es simplemente un asunto de compinchería, un grupo de personas extraviadas que encuentran su identidad, un refugio contra la soledad y la dureza de la vida, ese ícono en la interfaz de una red social, una coreografía de halagos sin fundamento, el nombre que uno le pone a un montón de personas que se juntan para volverse iguales. Decir que la amistad son las alianzas mundanas, interesadas y de modas pasajeras es prostituirla. 

Si la amistad es esencialmente una relación de amor verdadero, y la nuestra es la era del narcicismo y el simulacro, entonces la amistad requiere en nuestros días un poco de locura, es una suerte de contravía y también es un acto de fe.

La amistad tiene que apostarle al sentido, a la integridad, a la sabiduría, a la dignidad y a la verdad. Es una apuesta al crecimiento y a la virtud en el hombre.

Una amistad verdadera es un pacto sellado para acompañarse en esa apuesta de retarse, cuidarse, enseñarse y deleitarse haciendo sentido en ese camino que es vivir. Sin camino, sin propósito, sin un para qué en la vida, la amistad carece del hilo esencial para cuidar ese pacto. 

Pero la amistad no es sólo el pacto, es también el camino, por eso sólo puede llamarse amistad a esa relación que permanece indemne en las verdes y las maduras, en la abundancia y la carencia, en la coronación y el ostracismo, y que pasa por todas las imágenes del camino y siempre está más allá del camino. 

Muchos creen que amistad es solo complicidad, camaradería e indulgencia. Pero la verdadera amistad debe tener algo de dureza, en medio de una gran ternura. Una dureza que no halaga el ego, que no valida las mentiras, que no apoya la inconsciencia, que no es cómplice en las apuestas mediocres, que no premia ni la victimización, ni la irresponsabilidad, ni la dependencia. El amor de un amigo es incondicional con nuestra alma y nuestra virtud, pero implacable con nuestro ego y nuestra mediocridad.  Por eso el coraje de la verdad es sagrado en la amistad. Un coraje que está dispuesto a poner en riesgo el vínculo en honor a la verdad. Por eso una de las premisas de la amistad es que uno siempre esté dispuesto a perderla por honrarla. Ese es el amigo, el que se para de frente y da la cara y dice las cosas como son, así nos cueste digerir sus verdades.

La amistad no es un pacto de semejanza. En la amistad se ama la diferencia. Y la hermosa unidad que uno encuentra en las verdaderas amistades solo se da bajo la condición de que se respete la diferencia. Para ser uno, los amigos tienen que ser dos primero, cada uno fiel a sí mismo, cada uno auténtico. Por eso los orgullosos, los vanidosos y los avergonzados, los que no han tenido el coraje para pagar el precio de la diferencia, no saben ser amigos.

La piedra que en el papel no es capaz de trazar una línea recta, en el agua hace círculos perfectos.

Así como nadie sabe por qué nos enamoramos, por qué llegamos a creer que sin esa persona no vale la pena la vida, tampoco sabemos qué nos induce a elegir a nuestros amigos, por qué esas personas y no otras, por qué con unas compartimos los secretos más íntimos y nos atrevemos a hablar con ellos como si lo hiciéramos con nosotros mismos y con otras a duras penas nos comunicamos. Conocemos centenares de personas en el transcurso de nuestra vida, gente muy valiosa, pero solo logramos conectar de una manera tan intima y poderosa con unos pocos, es un misterio, como si estuviesen ahí esperando por nosotros o viceversa.

“Algunas amistades son eternas”, dice Pablo Neruda en un poema, “Cuando estás triste y el mundo parece oscuro y vacío, esa amistad eterna levanta tu ánimo y hace que ese mundo oscuro y vacío de repente parezca brillante y pleno”.

Qué vínculo tan extraordinario es la amistad, que parece no tener fin, no importa cuántos años pasen, lo poquito que han hablado o los cambios que la vida haya puesto en el camino. Ese deseo de entender las opiniones del otro, el encontrarnos frente a un espejo que refleja aspectos de lo que somos o el conseguir que alguien aprecie y comprenda nuestras rarezas. Esa fuerza invisible de valores compartidos, de intereses comunes y sobre todo de lealtad. Esa conexión que surge en cualquier momento, en cualquier parte y con las personas más inesperadas. El debate, el humor que no hiere, el sentirse escuchado y poder contar la propia historia, ese lazo que buscamos de manera innata y en la que prima la espontaneidad, no tiene precio.

A diferencia del amor que muchas veces no es lo que parece, la amistad sí es lo que parece. Y es en esa claridad donde descansa su valor. Porque fluye sin estrategias ni apariencias.

Uno va haciéndose de amigos en el transcurso de la vida, pero los primeros, los que hicimos en las primeras etapas de nuestra vida, siguen siendo un grupo aparte, una especie de logia secreta, fortalecida por un lazo unificador casi indestructible, que son las nostalgias comunes.

Jamás sabremos si somos nosotros los que escogemos a los amigos o son ellos los que nos escogen a nosotros, o ya estamos “escogidos” desde vidas anteriores, sin importar cómo fuere, un vínculo así hay que salvarlo como sea.

“Cada amigo representa un mundo en nosotros, un mundo que posiblemente no nace hasta que ellos llegan, y es sólo en este encuentro que un nuevo mundo puede surgir”.

Anaïs Nin

No podemos manifestarnos libremente frente a cualquier persona y en cualquier ambiente, pero en la casa de tu mejor amigo puedes entrar sin ponerte uniforme, sin tener que someterte a recitar el Corán y sin renunciar a nada de cuanto forma parte de tu patria interior. 

No necesitas disculparte por ser como eres, ni demostrar ninguna cosa. Porque un amigo solo considera al hombre, simplemente, honra sus creencias, sus costumbres y sus particularidades. A los amigos hay que verlos como embajadores de peculiaridades, de cosas extrañas, al fin de cuentas, aprendemos a querer esas rarezas y a respetarlas porque los hacen únicos.

“No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

Antoine de Saint-Exupéry.

Todos necesitamos ir allá donde sabemos que  podemos ser puros, por eso no hay mejor lugar para ser que la casa de tu amigo.

Con tu amigo experimentas una grata sensación de autenticidad, las palabras que se pronuncian coinciden perfectamente con lo que sientes dentro de ti. Estás realmente todo tú en cada cosa que dices. No hay que disimular emociones, ni amarrar las palabras o las imágenes que circulan libremente por tu espíritu.  Nada perturba aquel clima de felicidad, naturalidad, pureza y transparencia.

Afortunadamente frente a los amigos no necesitamos máscaras, ni fórmulas, ni etiquetas, porque ellos aman lo que hay y lo respetan. Y al aceptar esa autenticidad, se hacen indulgentes para con su amigo. Ante un amigo no simulamos lo que no somos, ni nos privamos de emociones, porque un amigo del alma es una cumbre al aire libre, adonde podemos acudir a liberarnos de banalidades y sacar a asolear nuestra DIAFANIDAD.

Para todos mis queridos amigos, que tal vez no sean poetas, pero que sin duda, para mi, son un poema.

https://youtu.be/eaKG17XoQ48

PENSABA HACERLO, PERO …

NO HUBO TIEMPO

Alicia - ¿Cuánto tiempo es para siempre?

Conejo blanco - A veces, sólo un segundo.

Es vanidad creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego, encendemos una vela, andamos con ella por el corredor, nos asomamos a veces a lo que fuimos, antes de ser ésto, que vaya a saber si somos.

Cortázar.

El tiempo transcurre pesadamente para el aburrido, al dinámico le falta, para los jóvenes vuela y para los ancianos se agota.

Lo anhelamos, lo maldecimos, lo matamos, abusamos de él.

¿Es un amigo, o un enemigo acaso?

El tiempo es algo tan difícil de definir, como decía San Agustín: si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé. Y eso es porque nuestro lenguaje tiene tan asumido la existencia del tiempo, que es muy difícil usar palabras para definirlo sin incurrir en decir lo mismo. No obstante, creo que la mejor definición o la que más me gusta a mi sobre el tiempo, la hizo Platón, hace ya más de 2700 años.

EL TIEMPO ES UNA IMAGEN MÓVIL DE LA ETERNIDAD

Platón

El tiempo es tan subjetivo y tan abstracto, que pareciese ir de la mano de nuestros estados de ánimo, por eso es totalmente relativo, como dedujo Einstein. Parece ir más aprisa cuando el mundo se nos presenta generoso, pero curiosamente, se torna lento y pesado, cuando nos asedian las dificultades.

Pero, para apreciar mejor su potencial; quizá fuera necesario, observarlo a través del filtro de los recuerdos.

Cuando fuimos niños, nos sobraba dulzura y felicidad; pero nos faltaba tiempo para gastárnoslas. Era el tiempo del “uno más”. Un jueguito más, un cuentito más, un ratito más…  Y había que ver cómo anhelábamos la llegada del día siguiente, para volvernos a precipitar en caída libre en ese expreso que nos conducía a un mundo que era habitado por hobits, elfos, duendes, pequeños liliputienses y seres fantásticos, venidos de todas partes y cuyo único propósito era, no tomarse la vida demasiado en serio.

La alegría de entonces, se nos venía en oleadas horizontales. Planeamos cazar fantasmas, recolectar estrellas fugaces, fabricar puentes invisibles, bautizar mariposas y atrapar al ángel de la guarda. Trazamos mapas, llevamos cuentas, hicimos cálculos y de hecho, lo habríamos logrado, pero… crecimos y lo olvidamos.  No hubo tiempo. Abandonamos la niñez muy pronto, la dejamos enterrada en el cofre de los tesoros. Ese cofre que enterramos en la esquina de la cuadra. Un rinconcito de acera que nos perteneció muy poco tiempo y que fue ocupado por otros chicos que vinieron a relevarnos.

Cuando fuimos niños, nos sentamos a contemplar el mundo y a tratar de interpretarlo a nuestra muy quijotesca manera. Pero el tiempo siguió su curso, inalterable, como una flecha disparada hace mil años.

Abandonada la niñez, llega la etapa que está demarcada por la odisea de nuestras vidas.

Nos falta tiempo para todo. Lo queremos “todo, al mismo tiempo y ahora” y al ir tras ello, vamos dejando en el camino, todos nuestros rostros del pasado y nos convertimos en una mala versión del yo que un día soñamos.

No añoramos al niño que fuimos y el anciano que seremos, es un ser lejano, demasiado ajeno.

Ahora, contemplar el mundo, no nos interesa y tratar de interpretarlo, menos, lo que queremos es cambiarlo, y ¡vaya que lo logramos! Ninguna otra época ha sido tan versátil, polifacética y aprovechable.

Hoy, un hombre en su adultez, puede lograr casi cualquier cosa, lo que proyecte y aún sin recursos y puede derribar cuántos obstáculos se le pongan en frente. Pareciera que ya fuésemos demasiado viejos, cuando apenas estamos comenzando a vivir. Nos hacemos viejos antes del tiempo y nuestra juventud, como se tuvo que vivir, fue a formar parte de las reliquias de nuestro cofre de los tesoros.

Un anciano no es sabio sólo por haber leído muchos libros, sino también por haber recopilado la suficiente experiencia, como para cometer el menor número de errores posibles. Lo paradójico es que llegados a la vejez, lo único que lamentan es no haber cometido más. Los jóvenes conocemos las reglas, pero los viejos se saben las excepciones.

Uno no es lo que ha vivido, sino lo que recuerda.

García Márquez

Un anciano lleva consigo un compendio de memorias y remembranzas, y eso lo convierte en un ser nostálgico, pero no necesariamente porque haya tenido una existencia difícil, sino, porque cuenta con la suficiente sabiduría y experiencia para entender que la vida había que gastársela toda. Y que tuvieron las ganas, los motivos, las razones; pero no se hizo y el tiempo siguió su curso. Y cuando se percataron de su propia inexistencia, ya no había tiempo y la tristeza se les vino oblicua.

Mucho se olvida y poco se queda. Sólo existe lo que nos conduce derecho por ese imaginario río del tiempo a lo profundo de nuestra vida.

Pensamos siempre que en cada etapa pasada estábamos muy lejos de ser felices, y pasado un tiempo pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar los momentos amargos y los pinta de otro color. Y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en las fotografías antiguas, que parecen iluminadas por el resplandor ilusorio de la felicidad.

Así van los recuerdos, entre la dicha y la nostalgia. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos. Pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba la canción.  Y los recuerdos van tomando fuerza a medida que crecemos, porque antes los recuerdos sólo eran matices que les daban forma a los días por venir.

Volver la vista atrás es una cosa y marchar atrás es otra. Por esto es que reconocer el pasado y mirarlo de frente, es muy diferente de engancharse con él. No se trata de evadirlo ni de olvidarlo, pero tampoco de seleccionar solamente los momentos convenientes para sufrirlo o para añorarlo. El pasado es nuestra memoria y estaría bien utilizarlo como fuente de nuestra biografía y no como sillón paralizante. Así es como se puede vivir en el presente, dando a cada día su lugar y su tiempo, mientras creamos el incierto futuro con la confianza que da el gusto de estar vivos.


Todas las cosas que hagas durante tu vida serán insignificantes, pero es muy importante que las hagas.

Gandhi.                                       

Nadie vivirá nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestras palabras, y sobre todo, nadie establecerá con los demás las relaciones que sólo son nuestras. Nadie querrá a otro con nuestro corazón. Por ello es tan importante vivir de verdad, en definitiva, hacerlo con intensidad. No dejar pasar de largo esa irrepetible posibilidad.

Pero para ello no hay receta, ni consigna. Somos seres cotidianos que nos debatimos en un mundo que queremos mejor, somos nostalgia del infinito, precisamos levantar los ojos, mirar las estrellas, confundirnos con el universo y preguntarnos por el sentido de nuestra vida.

Y sobre todo, preguntarnos: ¿qué legado dejaremos un día de estos?  Porque llegará un día en que será tarde para dar respuesta a esa pregunta. 

Si soñar un poco es peligroso, la cura no es soñar menos, sino soñar más, soñar todo el tiempo.

Marcel Proust.

La vida es la que es, y en gran medida, la que decidimos que sea, pero más allá de lo que entendamos de la vida, hay que implicarse, jugar la partida, girar el tablero; llevar la vida en los propios brazos. No estamos predestinados para nada, somos actores de esta vida que pudiera ser única. Anticipemos entonces  si el último día valoraremos positivamente nuestro discurrir por ella.

Aprovechemos cada oportunidad, pues, al igual que  pasa con el amanecer, si llegas tarde ya se habrá ido.

Estar vivo es mucho más que no estar muerto. Tenemos la oportunidad de elegir uno de los futuros posibles, y para ello, hay que  entretejer la vida con ilusiones, porque son ellas las que construyen nuestros sueños.

Y es cierto que la vida muchas veces carece de sentido, que es un enigma lleno de incertidumbre y grandes esperas. Razón de más para condimentarla con imaginación y fantasía. Y terminar de entender de una buena vez, que lo importante en la vida no es el éxito, sino el sentido. Y que sólo disfrutaremos de nuestra existencia cuando seamos capaces de contemplar el paso del tiempo como un regalo, y de asumir cada día como una oportunidad para reinventarnos y sonreír.

No endeudemos la vida, ni la convirtamos en una existencia de alquiler. Ella es un escenario incesante de aprendizaje, que no te esclavicen los “no puedo” y los “imposibles”, porque entonces conviertes tu existencia en una profecía autocumplida. No vivas en el limbo de una vida vacía y sin sentido.

Que no importe el hecho de saber que no vamos a salir vivos de ella y que aunque la ciencia nos diga que somos parte insignificante del cosmos, jamas olvidemos que también somos insustituibles. Pero sobre todo, no abandones tu paisaje sin haber encontrado un buen amigo, la vida no vale la pena sin un vínculo de lealtad con el que deambular por ella. Somos un conjunto de diminutas partituras que debemos interpretar, como una muestra de jazz que hemos de improvisar sobre la base del legado que recibimos, y si alguien nos ofrece una muestra de su propio repertorio, debemos entenderlo como generosidad. Cuando alguien nos regala un pedacito de su ser, lo que piensa, siente, lo emociona o conmueve, inaugura en nosotros un contagio que debemos agradecer. Vale la pena vivir por una tertulia, una caricia, una sobremesa, un paisaje, un viaje, un libro o una canción. Pero si nada de nada viene hacia ti, entonces recurre al plan “ve”.

La distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente.

Einstein.

Por más que recordemos el pasado o anticipemos el futuro, vivimos en el presente. El tiempo fluye en el sentido de que el presente se va actualizando de modo constante, esa es una verdad irrefutable.

Todos tenemos una verdad en común, nacemos y morimos, lo único que nos diferencia es lo que hacemos en el medio entre esos dos eventos, lo que hacemos en cada presente.

Aún hay tiempo para dejar salir al niño que anhelaba trepar los árboles y jugar con su amigo imaginario. No permitamos que la vida nos vaya endureciendo el corazón y démosle el permiso a nuestras palabras de seguir siendo gráciles, dulces y gentiles.

¡Enhorabuena! para aquellos ancianos que jamás olvidaron su cofre de los tesoros y llegaron al umbral de sus vidas, con la paz y la dulzura propia de quien envejece con tranquilidad y nunca se quedó corto de tiempo, cuando se trataba de llenar su ser fundamental, para los que nunca olvidaron la verdadera esencia de las cosas y sueñan aún con esa infancia añorada de globos surcando como fuego el cielo.

A veces en las noches

cuando suenan las campanas,

mi infancia recorre tierras extrañas,

la oigo venir desde lejos, en la distancia,

de otros cielos, de otra arcilla,

de profundidades amarillas.

Porque todavía,

todavía mi infancia

viene a buscarme,

con un golpe en las piernas

y en sus labios una sonrisa salvaje.

Ella se camufla en el aire

porque ella es muy linda, muy suave y muy frágil,

y tiene miedo de la gente grande.

Me viene a buscar

a mi cuarto de sueños, 

de lejanos mundos sin orilla,                

y me cuenta que con una hoja de papel

aún navega los mares, 

y atraviesa las selvas deslizándose por los árboles.

Después entre lloriqueos me cuenta

sentada sobre mis rodillas

que una nube se llevó su cometa,

y que un niño casi la atropella con su bicicleta.

Mi amor, entonces

le cura las heridas

porque con su presencia

mi cuarto de sueños

se convierte en un valle de vida.

¡Mi infancia, mi infancia!

con un golpe en las piernas

todavía viene a buscarme.


Todas las personas mayores fueron niños, pero pocos lo recuerdan.

Antonio de Saint-Exupéry.

Solo un niño puede ser completamente feliz porque no tiene aún la mancha del pasado y el mecanismo cruel de su memoria apenas rueda. No le han tendido la trampa, mientras tanto, mientras juega…

https://youtu.be/TGPVKMCjTL0

https://youtu.be/wZMj91S1T2M

luishurzzuzz:

Si, me gustó la música que dejaste aquí, me quedé los días y días por si venías reunida con tu voz y sí, sucedió el dulce milagro llamado tú.  

Esa música sólo la entiende mi lento ademán de aire  y sucede en el viento cuando mueves en tu llegada tus alas a la velocidad de cada pulso de tu corazón.

Es bello verte en el final de tu largo viaje desde algún sueño, donde por primera vez te vi.

Me fue gustando el dorado que dejabas, esa dulce estela de hada que nunca antes vi. 

Miraste por el rabillo de un ojo y te seguí, tenías esa noche el aroma de todas las flores y lo dejaste adrede para que te encontrara cuando juegas a esconderte detrás de la luna.  Y ha pasado que sueles esconderte hasta en el poema siguiente, ahí estás acomodando estrellitas en orden como todo lo que tocas.

Te has escondido alguna vez en lo impensable entre mi lumbre que luego me consume hasta que amanece.  Otras veces que te has quedado dormida en mi latido más tenue, apenas te oigo y sé que estás, porque dueles tan dulcemente dentro mío y no lastimas. 

Cómo va a doler la luz por todas partes y el entrar de estrellas de golpe en un latido cuando vienes tan de prisa después de no haber venido en días.

La vez primera que pasaste, yo no era mucho y este cuerpo solo era un tronco ardiendo poco y el vapor de lluvia cayendo se transformaba en densa niebla apenas me viste.

Era un pedacito de un paisaje después de tormentas sin fin, sólo pasaste y en una de esas veces te quedaste sentada un instante y dijiste tan serena: no pasa nada, crece otra vez, y me nacieron poemas apenas como ramas, te fueron dibujando en un país entre las nubes.  Te fuiste convirtiendo en párpado de cada noche, de cada tarde y no lo cerrabas hasta decirme tu palabra roja.  Y  la guardo siempre hasta que casi amanece.

Y te voy pensando siempre sobre el oro de los días y te veo espiando tórtolas por si vuelven. Es sabido que vuelven donde nacen muchas veces y que son de quedarse donde  están en paz .

Te he oído estas últimas mil veces que me dices, quédate

así como un ave después del largo viaje, si, así, quédate en paz.  Y me quedé inmóvil sintiendo moverse adentro aguas tranquilas y mira que lento voy, que despacio escribo, escribo, escribo.


Solesito de Van Gogh

Agosto de 2021’

Patas de gato

Imposible desnudar una flor y retener su fragancia. Ni la flor ni su aroma persisten si los pétalos han perdido su centro. Imposible desnudar aquello que queremos e impedir su orfandad, el ataque del frío y su posible fuga. Al hombre lo definen sus manos vacías, forjadas para la vigilia, propensas al deseo. Esas manos tendrían que aprender a vivir con la conciencia de lo poco que pueden retener.

¿Cómo unir esta incapacidad de resguardar el aroma, la belleza que acecha y huye con la esperanza de que no esté vacío el corazón? ¿Cómo lograr que el vacío nos diga sus secretos? ¿Cómo encontrar su magia?

No es suficiente decirte cuánto me llegan tus palabras.

Lo grabaría si pudiera en el firmamento estrellado,

lo anunciaría con campanas que suenen allá en mi poblado.


A la noche solitaria,

le pediría que lo aclame,

que la pequeña luminaria,

de la luciérnaga proclame.


Pero decirlo es viento pasajero,

ni siquiera lanzando mi lamento al infinito.

Que la memoria lo guarde solicito,

que el tiempo no lo borre  muy ligero.


Necesito escribirlo como si se escribiera un grito, 

pues si así lo escribo,

queda escrito.


Al final sé que de todo

solamente perdura

la ternura que dejan

las palabras hermosas,

leeré siempre tus palabras como quien corta rosas,

ojalá que pudieran comprender su hermosura.

Si, ojalá pudieran…


OIGO UNA VOZ QUE ME DICE: ¡CUIDADO, QUE TE ESTÁN VELANDO!


La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. Antonio Machado. Paráfrasis de Epicuro.

Los entierros más antiguos de los que se tienen conocimiento en los que se manipulaba al muerto de una forma ceremonial, datan del cuarto milenio antes de Cristo. Dicen que en aquel tiempo, los sumerios amortajaban a sus difuntos metiéndolos en cestos de juncos trenzados. Y los textos antiguos dicen que lo hacían “movidos por el temor”

El temor es la clave para entender el invento del ataúd, que no es sino un intento de hacer imposible el retorno del muerto. Así, que no es de extrañar que la mayoría de ceremonias y ritos funerarios tengan un origen común: el horror ante la posibilidad de que el espíritu del fallecido pueda regresar al lugar donde transcurrió su existencia. Y ese horror data incluso del tiempo del hombre primitivo. Dicen que éste puso todo su celo, cuidando al máximo los detalles, temeroso de que cualquier error u omisión en el desarrollo del ritual pudiera luego perturbar la paz de los vivos.

Existen textos que cuentan que en el norte de Europa se tomaban medidas de máxima seguridad amputándole los pies al difunto después de decapitarlo, así se aseguraban de que los muertos no perseguirían a los vivos.

A ese temor ancestral, se debe así mismo, la costumbre entre otros pueblos europeos antiguos de enterrar a los seres queridos lejos del poblado. Se buscaba engañar al difunto, para evitar que pudiera regresar al poblado y para no correr riesgos daban varias vueltas por los alrededores para despistar al muerto.

En muchas culturas antiguas se acostumbraba sacar el cadáver por la parte trasera de la casa, incluso se llegaba a abrir un boquete en la pared por el que sacaban el cuerpo del fallecido, ese orificio era tapado inmediatamente después del entierro. De esa manera el difunto no sería nunca capaz de volver a su antiguo hogar.

El ataúd tiene su origen en estos antiguos temores, si bien es cierto que la costumbre de enterrar al difunto bajo metro y medio de tierra podía ser suficiente, por si acaso se tomó la precaución de enterrarlo en una caja de madera y clavar la tapa. Los arqueólogos aseguran que el número de clavos era exagerado. Y no contentos con esto, se tapaba la entrada de la tumba con una enorme y pesadísima losa, que es el origen de la lápida.

Ningún pueblo antiguo veía con buenos ojos acercarse al lugar del eterno reposo, movidos por un temor irracional a ser arrastrados al mundo de ultratumba.

El temor a la muerte fue el origen del luto. Siempre se representó con el color negro, y era una forma de mantenerse vigilantes durante los primeros meses, considerados los más peligrosos. Con el luto se pretendía evitar que el alma del muerto penetrara en el cuerpo de los familiares vivos. Era un intento de esconderse, un camuflaje para despistar el alma en pena.

Tras el fallecimiento del marido, la viuda lloraba desconsolada sobre su ataúd, cubriéndose con un largo velo negro. Pero esto no lo hacía movida por el respeto al difunto, sino por puro y físico miedo al espíritu merodeador del marido, el velo era una máscara o disfraz protector para desorientar el alma del esposo.

En la antigua Roma enterraban a sus muertos al atardecer, con un propósito muy concreto: embolatar al muerto. Llevaban antorchas porque al llegar al cementerio ya había anochecido del todo. Ellos suponían que al espíritu del difunto le iba quedar imposible encontrar el camino de regreso, debido a la oscuridad.

Hoy, nuestra sensibilidad, respecto al ritual funerario ha cambiado mucho, hemos echado mano de otras posibilidades para deshacernos de los restos mortales. Como si tanto la vida como la muerte hubieran perdido la solemnidad que tuvo en el pasado.

Hace algunos años, al regresar de un entierro, escuché a alguien diciéndole a los familiares del difunto que movieran todos los muebles de la casa, que cambiaran todo de lugar, pues así el espíritu del difunto jamás reconocería su casa cuando deambulara perdido buscando su hogar, y así regresaría al otro mundo y podría descansar en paz.

Me puse a pesar que todas aquellas medidas que tomamos para que el muerto “descanse en paz”, no es sino una estrategia brillante de máxima seguridad, para que seamos los vivos, los que descansemos en paz.

Imagínense ustedes lo que sería, que después de tantos cuidados por mandar al muerto sin pasaje de vuelta al otro mundo, dos o tres meses después, llamaran a la puerta, y ante nosotros se apareciera el finado aquel con páginas amarillas en mano y diciéndonos: ¡hum, casi me pierdo!

https://youtu.be/SWsPQWDfVEU

Sobre mis noches el verso avanza


Noche, no me abandones, 

cierra ya tus eslabones.

Noche que me haces nueva y eterna,

noche de resplandores,

noche de los poetas y de los ruiseñores.

Noche, tú me consuelas,

llévame a tus parcelas.

Cíñeme con tus brazos

largos y abrazadores.

Cúbreme noche serena,

ciérnete sobre mi vereda.

Cae noche infinita

y enciende pronto tus carbones.

¡Oh noche, que me haces nueva!

No te detengas, noche bendita.

https://youtu.be/FCFCCnBbFUM

–No fuiste la primera mujer que besé –susurró–. Pero te juro que serás la última.

Forastera, Diana Gabaldon

peacozy:

“All that is gold does not glitter,

Not all those who wander are lost;

The old that is strong does not wither,

Deep roots are not reached by the frost.


From the ashes a fire shall be woken,

A light from the shadows shall spring;

Renewed shall be blade that was broken,

The crownless again shall be king.”

-J.R.R. Tolkien, The Fellowship of the Ring Book Link

#CommissionsEarned

I thought 2020 would be the year I got everything I want. Now I know 2020 is the year I appreciate everything I have.

Never wish them pain. That’s not who you are. If they caused you pain, they must have pain inside. Wish them healing. That’s what they need.

Najwa Zebian

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